Entre melodías de amor

Prefacio

Bajo todas las cosas de mi auto, camino con una pila de cajas hasta la entrada de la casa haciendo de todo para llegar vivo hasta ella. Owen llegó desde ayer, lo que le permitió al maldito, escoger la habitación más grande. No tengo de otra más que conformarme con lo que me toque, empujo la puerta de una patada, camino con sumo cuidado de que no me caiga en el proceso, por suerte logro entrar vivo, pero aun no puedo cantar victoria, me faltan un par de cosas por meter y luego subirlas a mi habitación. Dejo mi pila de cajas en el piso y las miro con cansancio.

—Vamos, Mason. Tú puedes con unas simples cajas —me animo a mí mismo en voz alta.

Estiro mis brazos y piernas como si estuviera alistándome para correr un maratón. Respiro y vuelvo afuera para apilar el resto de mis cajas y las tomarlas como si tuvieran el peso de una pluma, aunque eso no es verdad. Estas pesan aún más que las anteriores porque todas tienen  libros y libretas; en dos de ellas tengo libretas llenas de partituras y notas y otras repletas de canciones. Las otras son solo libros que no me sirven para realmente nada. Puedo asegurar que son libros de cuando iba en el prescolar. Mi asombrosa madre, en cuanto supo que me iría a vivir con Owen a la otra punta del país, me echo con todas mis cosas, solo le faltó empacar mis cosas de cuando yo era un bebé para deshacerse de todo lo que invadiera su espacio vital.

Maldigo a Owen por no estar aquí, necesito de ese fortachón para ayudarme con mis pesadas cajas.

Ojala tuviera la mitad de la fuerza que tiene.

Consigo dar tres pasos cuando tropiezo con una roca, lanzo las cajas para tratar de frenar mi caída y que mi bello rostro no quede con un gran raspón por mi torpeza. Gracias al cielo logro hacerlo a tiempo, me doy la vuelta y me siento para ver todas mis notas, partituras, canciones y libros regados por la calle.

Un libro me cae en la cabeza, suelto un quejido de dolor, lo levanto de mala gana observando la portada.

—Matemáticas… Siempre fueron mi dolor de cabeza y que irónico que ahora me provocaron uno, literalmente —le gruño al libro.

Veo nuevamente el desastre que ocasione y me tiro de espaldas sobre el césped perfectamente cortado que hay frente a nuestra nueva casa. Cierro mis ojos debido al sol y me replanteo toda mi existencia.

Escucho unos pasos acercarse y no hago el más mínimo intento por moverme. Estoy en medio de una crisis existencial y necesito mi espacio, espero que no me moleste.

—Creo que está muerto.

Su dulce y femenina voz me hace abrir los ojos, la luz del sol mañanero no me deja ver con claridad de quién se trata, solo logro ver su silueta.

Es una chica.

¡Es una chica, torpe!

Torpe, tú.

Yo soy tú, torpe.

Ah, verdad. Perdón mini Mason.

Me siento y me topo con una chica castaña de mirada curiosa y atenta, ella sonríe en cuanto nota que no estoy muerto como pensó.

—Libros… que aburrido —dice otra voz.

Frunzo el ceño, intento rebuscar en mi mente de donde me suena la voz que acabo de escuchar y la cara de la chica, pero no obtengo nada. Tengo la peor memoria del mundo cuando de recuerdos se trata.

—Soy Clío —se presenta ella.

Abro mis ojos, tanto que casi se salen de mis cuencas.

—Clío… —repito.

Ahora los recuerdos vienen a mi mente como flashes instantáneos.

Detallo su cara y es exactamente como cuando nos conocimos, casi no cambio nada. Clío me mira con extrañeza, no se acuerda de mí, es normal. Me conoció cuando era un adolescente con problemas graves de acné, tenía frenos, un ridículo peinado que me hacía parecer un hongo andante y tenía más masa muscular de la que tengo ahora.

—¿Por qué me miras tanto?

—Clío.

Repito torpemente.

—Ajá.

—Clío.

Ella rueda los ojos.

—¿Es lo único que sabes decir?

—Clío.

—Eliot, creo que se rompió —se voltea hacia su acompañante con preocupación.

—No, no... yo…

Suelta una dulce risita.

—Bueno, al menos puedes decir algo más que solo mi nombre —su sonrisa es tan hermosa y dulce como siempre lo ha sido.

—Clío —está a nada de pegarme un zape por volver a escuchar su nombre—. Soy…

—¡Mason!

Clío se voltea hacia Eliot, son tan parecidos como los recordaba, misma sonrisa, mismos ojos, mismo color de cabello, pero diferentes personalidades.

—Vaya sorpresa, no creí que nos volveríamos a ver.

—Mason —repite la castaña—, no te reconocí.

—Yo sí —Eliot me tiende su mano y me ayuda a levantarme—. Es imposible no reconocer esos ojos verde esmeralda que tanto enamoraban a las chicas.

Sacudo mi ropa y miro el desastre que provoque esparcido por toda la calle.

—Si bueno… —me rasco la nuca— Solo eran mis ojos porque mi aspecto, no tanto.

—Estas muy cambiado —Clío me observa detenidamente.

—A esto le llamo yo, digievolución.

—Creí que dejamos la etapa de Digimon en el pasado, hermano.

—Lo hicimos, pero no puedes negar que esta es una gran digievolución.

Ella niega.

—Te ves bien —me halaga.

—Tú también.

Clío se sonroja.

—Pero claro que sí, nosotros siempre fuimos hermosos.

—Tan modesto como siempre, Eliot —bromeo.

Me doy la vuelta y comienzo a meter nuevamente cada una de mis cosas a las cajas.

—Déjanos ayudarte.

Los mellizos comienzan a meter las cosas regadas a las cajas, es una gran ayuda, yo solo me hubiera tardado horas para recoger cosa por cosa.

—¿El pollito pío? —se burla Eliot.

Me giro a donde esta uno de mis mellizos favoritos y me enseña un cd que tiene en la portada un pollo animado con audífonos de diadema.

—Mamá prácticamente me echo con todas mis cosas, no quería tener nada mío abarcando su espacio para hacer zumba.

—Suena a muy tu madre —responden ambos al mismo tiempo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.