CAPÍTULO 1
Pagas por mí y yo por ti
Mason.
Las ligeras notas de una canción de Mozart envuelven el ambiente, suena tan perfecta y relajante, que me apetece quedarme dormido en mi cama durante horas.
¿Hay algo que esta chica no haga bien?
Me levanto como un rayo y me asomo por la peligrosa ventana de mi habitación. Al instante la veo, está ahí tan concentrada y se ve tan jodidamente hermosa como siempre.
Tomo asiento en el pequeño espacio que tengo junto a la ventana, el cual acondicione de la mejor manera para estar mucho más cómodo cuando mis pensamientos no me dejaran dormir o cuando esa chica de sonrisa encantadora tocara cada mañana y quisiera ser espectador de su talento. Recargo mi rostro en mis manos y me dedico a cerrar mis ojos para dejarme envolver por la suave melodía que emana de su violín.
Clío Hastings es una combinación entre la danza del lago de los cisnes y una sonata de Chaikovski. Es lista, amable, inteligente y sobre todo, la música y la danza corren por sus venas.
Mi pequeño enamoramiento con ella se debe a que la observe tocar su violín cuando tenía trece años. El Mason de ese entonces creía que las niñas solo servían para ser sus amigas, pero todos los sentimientos que llegan con la etapa de de la adolescencia y las hormonas me hicieron mirarla con otros ojos. Oírla tocar o verla bailar, me tenía fascinado, me concentraba en su música o en su baile. Ella tiene el poder de atraparte, tanto que no puedas apartar la mirada de ella.
Yo aspiraba con ser veterinario como mi madre o pediatra como mi padre. Cualquiera era buena opción, pero gracias a la castaña intente probar algo nuevo. Al principio solo era para poder acercarme a ella y decir que teníamos cosas en común, pero como cuando planeo una cosa, resulta una muy diferente, termine amando la música.
Me inscribí en clases de guitarra y con el tiempo investigue sobre alguna escuela de música, porque estaba más que decidido a forjar mi propio camino. Fue difícil decirles a mis padres que no quería seguir sus pasos, de ninguno. Al principio parecían estar decepcionados, pero solo basto que vieran que realmente era lo que quería para que me apoyaran en lo que deseaba. A los catorce años, me inscribí en el Conservatorio de Música de Washington y fue una de las mejores decisiones que pude tomar.
De manera indirecta, Clío me ayudo a descubrir mi verdadera vocación y le agradezco eso.
Corro a mi armario y sacó a mi amada Perséfone, vuelvo a mi ventana para arriesgar mi vida una vez más cuando la abro. La castaña no se da cuenta de que la estoy observando, está demasiado concentrada en ver como sus dedos se deslizan a través de las cuerdas de su preciado instrumento. Compruebo que Perséfone esta afinada y comienzo a tocar la misma pieza que ella. No deja de tocar tan solo sube la mirada, sus ojos acaramelados se encuentran con los míos y la alegría llega hasta ellos.
Se acerca hasta mi ventana sin dejar de tocar, siento que estoy recibiendo una serenata exclusiva y eso me hace sonreír aún más. Clío toca las últimas notas al igual que yo y hace una reverencia. Coloco a Perséfone en un lugar seguro y le aplaudo con entusiasmo a la chica bajo mi ventana.
—¡Soy tu fan! —grito.
—¡Y yo la tuya! —se acerca más a mi casa— ¿Puedo?
Señala el lugar vacío a mi lado, doy un asentimiento. Ella camina con mucha seguridad, me lanza su violín y logró atraparlo. Pone su pie en uno de los huecos de la valla y trepa por ella para subir.
Cada vez que trepa por aquí siento que el corazón se me sale, mis manos sudan y tiemblan por el temor a que ella pueda caer y hacerse daño.
—Con cuidado. Un paso en falso y te vas con Diosito —digo algo nervioso.
La ayudo a entrar en cuanto veo su mano sostenerse del borde de la ventana.
—Con los años tomé práctica, pero me cuesta subir.
Cierro la ventana y ella cae rendida a mi lado.
—Ya no eres tan joven como antes —le entrego su violín y ella lo toma.
—No, tenemos veintidós y contando.
—Veinte —la corrijo—, yo tengo veinte años y tú veintidós.
—Eres un bebé a mi lado.
Frunzo el ceño.
—Podre ser un bebé en edad, pero en estatura yo te gano.
—¡Oye! —Golpea mi hombro— Por ser mayor que tú me debes respeto.
—No eres una anciana, Clío —suelto un suspiro observándola, siempre que la tengo a mi lado lo demás se esfuma y parece que solo existimos ella y yo—. Si tanto te cuenta subir, podrías ser una persona normal y entrar por la puerta principal en vez de trepar como si fueras una ladrona.
—Eso le quitaría lo divertido a todo. Es la adrenalina de sentir que estoy haciendo algo malo lo que me da vida.
—Tú eres tan dulce como un pastelillo de fresas y jamás harías algo malo.
—Perdón por no saber vivir mi vida.
—Sabes vivir, haces cosas que muchas chicas no harían.
Eso es una parte de lo que me enamoro de ella. Su espíritu libre y avasallador me hechizo, corre bajo la lluvia, trepa árboles, trepa mi ventana, defiende sus ideales, dice lo que piensa cuando lo piensa y no le importa comer más de lo que debería. Tiene la suerte de tener un cuerpo delgado y pequeño que procesa muy rápido lo que come, no como yo. Tengo que balancear mi alimentación y hacer de media a una hora de ejercicio diariamente para mantenerme en mi peso ideal, aunque eso no quiere decir que tengo la mejor resistencia, solo lo hago para mantenerme esbelto, más no para tener una buena condición física.
—Corrección. Hago cosas que no debería.
—Pero así eres genial, eres una chica maravillosa y estupenda.
—Basta que me harás sonrojar.
Clío es lista, pero desgraciadamente es muy ciega en cuanto a mis sentimientos. No tiene la menor idea de lo que siento y no sé si me alegra o me entristece eso. A decir verdad, hasta un ciego se daría cuenta de mi enamoramiento por ella.
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Editado: 17.06.2021