Capítulo 7
La reconciliación y el nuevo plan
Mason.
Miro a las personas que están sentadas, formando un círculo alrededor de un gran mantel de cuadros rojos y blancos. Cada uno está sobre una almohada que sirve de asiento, mientras comen sándwiches y beben jugo de naranja.
Ayer nadie se molestó en hacer el intento por convivir. Tardamos más de media hora, intentando encender una fogata y no lo logramos. Al final optamos por solo encender una pequeña linterna y con esa poca fuente de luz, armamos las tiendas para que después todos nos fuéramos a dormir. El frío no ayudaba en nada, lo único que queríamos era meternos a las tiendas y acurrucarnos con nuestras mantas, mientras rogábamos que ningún animal peligroso nos atacará.
Hoy en cuanto los cuatro nos despertamos, comenzamos a preparar los sándwiches para que las chicas comieran algo, antes de hacer algo.
Sinceramente, no tenemos la menor idea de qué hacer con ellas. Al venir los cuatro, era mucho más fácil hacer cualquier cosa. A veces nos poníamos a jugar futbol, cantábamos o íbamos a pasar el rato cerca del río. Aunque, la mayor parte del tiempo, Eliot se la pasaba escribiendo canciones, Tim meditaba, Owen leía algún libro y yo, tocaba la guitarra mientras todos estaban absortos en sus mundos. Cada uno respetaba el silencio del otro, pero con ellas aquí es difícil, pues se podrían aburrir y se supone que es un breve descanso para todos y lo importante es que se diviertan.
Devuelvo mi atención a la chica de cabello morado que se encuentra a mi lado y no puedo evitar reír por lo que me conto hace unos minutos.
—No puedo creer que hicieras eso —tomo un sorbo de mi jugo de naranja—. Eres un desastre andante. Creo que un poco peor que yo.
Marion niega, con una adorable sonrisa en su rostro.
—Imposible —interviene Claire—. Nadie es peor que tú.
La miro algo ofendido y ella solo se limita a sonreír con inocencia.
—Te aseguro que yo sí —afirma la ojiazul—. Si me hubieran conocido en mis años de adolescencia, me habrían conocido en la etapa más patética de mi vida.
Hay algo que tenemos en común, al parecer.
—Digo lo mismo —concuerdo—. Yo era muy patético en esa época.
La palabra patético se queda corta a como era en ese entonces. Suerte que destruí todas las fotos de ese periodo de tiempo. No me gustaba ver a mi antiguo yo, fingiendo una sonrisa para que sus padres no notaran que estaba roto por dentro. Aunque, una vez lo intente. Les dije que no estaba bien, que me sentía mal conmigo mismo y lo único que hicieron fue darme una palmadita en el hombro y decirme que eran cosas de la adolescencia, algo pasajero que no importaba mucho. En parte, no podía culparlos por no tomarle importancia a mis cosas, estaban trabajando todo el tiempo, pero no porque nos hiciera tanta falta el dinero, sino porque no deseaban estar en casa.
Era algo duro de entender y aceptar, pero era así. Poco a poco me di cuenta que lo que menos querían mis padres, era verse. Crecí con la falsa idea de que eran una pareja feliz y que se amaban. Pero todo fue una vil mentira.
Una noche, mientras yo veía televisión en mi habitación —a un volumen muy bajo para que mamá no me descubriera y me castigara con quitarme a Perséfone—, escuche como la puerta de su habitación se abría abruptamente. Sus gritos me sorprendieron, pero hasta cierto punto era algo que yo intuía que pasaba varias veces cuando yo no estaba en casa. Para no hacer el cuento largo, se dijeron muchas cosas y entre ellas, que el culpable de que vivieran en una infelicidad constante, era yo.
El padre de mi madre era muy estricto y los hizo casarse en cuanto se enteró que ella me estaba esperando. Al principio todo iba bien, se trataban como amigos, pero con el paso del tiempo se dieron cuenta que ninguno estaba feliz con su destino obligado. Por eso casi no estaban en casa y pese a que me apoyaron cuando les dije que quería estudiar música, en parte lo hicieron para que yo me mantuviera ocupado y no les diera problemas.
Ja, si supieran cuanto me perjudico escuchar esa pelea y enterarme de que su infelicidad se debía a mí. Las «cosas de la adolescencia» empeoraron con el tiempo, sumándole el constate bullying que sufría por parte de algunos chicos de mi calle y del conservatorio. Estaba atrapado en una especie de jaula invisible, que no me dejaba sentirme bien conmigo ni con los demás.
Instintivamente toco sobre la tela de mi sudadera, el lugar donde se encuentra mi tatuaje de lobo. No fue hasta que conocí a Owen, que pude volver a sentirme bien. Me ayudo con mi amor propio y a dejar ciertas cosas que me hacían daño. Gracias a su amistad y cariño, deje de lado los pensamientos de que mis padres estarían mucho mejor sin mí.
Una mano me aprieta gentilmente el brazo y mi mirada se encuentra con la de Owen. Él me da una pequeña sonrisa y yo solo asiento, dando a entender que estoy bien. Sabe que cuando mi mente recuerda sucesos de mi pasado, por instinto toco la zona donde está mi tatuaje.
A pesar de tener la misma edad, el me cuida como si fuera mi hermano mayor y lo amo por ello. Sabe con exactitud cuándo necesito de él y por mucho que intente alejarlo, siempre está ahí para mí y no me deja solo.
—Todos fuimos patéticos en nuestro pasado —interviene Tim.
—Sí. Dudo que alguien se salve de ello —concuerda su hermana.
—Rosé tiene razón —acepta el castaño—. Ella era demasiado patética en su adolescencia y yo... bueno, no me quedo atrás.
—Habla por ti —Eliot lo mira ofendido—. Yo siempre fui fantástico. Clío no tanto, pero bueno...
—Eliot —gruñe Clío, molesta.
—Estoy segura que todos fueron lo que debieron ser en su pasado y eso los hizo llegar a lo que son hoy en día —Allison toma la mano de Owen—. Cada uno es especial por ello, y su pasado no los define y no los definirá.
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Editado: 17.06.2021