Entre melodías de amor

Capítulo 9

Capítulo 9

La niñera viste de negro y anda en una motocicleta

Mason.

El dolor de cabeza me está matando lentamente. No aguanto la resaca y estoy a nada de sacarme los ojos porque no soporto la luz del sol.

—Hasta que el príncipe encantado se despierta.

No tengo que abrir los ojos para saber que la que ha entrado a mi habitación es Marion. Reconocería ese acento francés a kilómetros de distancia y esa fragancia a coco y canela.

—Déjame en paz —pido, irritado.

Me volteo hacia el lado contrario para que entienda que no tengo ánimos de sostener una charla con alguien. La verdad es que Owen fue demasiado generoso al no reprocharme nada por lo de ayer. En realidad no me acuerdo de nada, pero él tuvo la amabilidad de dejarme un mensaje, antes de que fuera por mí al bar.

«Sé que no te llevaste el maldito celular, pero igual mañana verás esto :)

Dijiste que no harías nada estúpido y Cristian me ha llamado para avisarme que no te puedes ni mover. Por hoy te salvas, pero tú y yo tenemos una conversación pendiente, amigo mío.»

La carita feliz que le puso al final de la primera oración me dejo con un poco de miedo, tengo que admitirlo. Creo que está esperando a que no me duela tanto la cabeza para reclamarme, tan buen amigo es.

—Quiero salir a pasear —canturrea.

—Dile a Owen que te lleve.

—Salió con Allison.

—¿Por qué no fuiste con ellos?

—No estoy dispuesta a ser la tercera en discordia —argumenta—. Tengo que fingir ver el cielo o entrar en modo planta cuando se besan y se dicen cosas melosas. Por favor.

Siento como mi cama se hunde cuando Marion se sienta del lado izquierdo.

—Tengo que ir a trabajar.

—No es verdad —chilla—. Owen me dijo que hoy es tu día de descanso y él me aseguro que podrías llevarme a conocer el lugar.

Maldito seas, mejor amigo. Ojala te haga popo una paloma.

—Pues me han cambiado el horario —me cubro la cabeza con las sábanas.

Mi colchón se mueve conforme Marion lo hace y tengo miedo porque no sé dónde está con exactitud o lo que va a hacer. Lo siguiente que siento es como soy aplastado por algo, o más bien, por alguien.

—Vaaaamos —intenta quitarme las sabanas que cubren mi cara—. Si me llevas a pasear prometo comprarte helado.

Destapo mi cara rápidamente y la miro, dubitativo. No te dejes, Mason, no te dejes. Quiere comprarte, pero no podrá lograrlo. No si tú no lo permites.

Sabe tus puntos débiles.

Pues claro que los sabe. Owen se encargó de hacérselos saber.

Acepta. ¡Helado gratis! Y con una linda chica.

Bueno. Lo siento a todos los que confiaron en mí, pero ya es tarde. Caí.

—Está bien.

—¡Genial! —Marion comienza a saltar sobre mí, como si fuera su trampolín.

Oh...

Uh...

—Marion.

—¿Sí?

—No soy de piedra. Tengo partes muy sensibles, así que no hagas eso, por favor.

Ella parece captar el mensaje y sale corriendo de mi habitación.

—Te espero abajo —grita—. He preparado tu desayuno favorito.

Suelto una carcajada por la cara de espanto que llevaba y me levanto de mi cama. Me fijo en las pastillas que me dejaron en la mesa de noche, junto a una nota que dice que es para el dolor de cabeza. Me las tomo y entro al baño para darme una ducha rápida.

Busco algo que poner en mi armario y al final opto por un pantalón negro, algo desgastado de las rodillas. Una chaqueta de mezclilla, junto a una camiseta negra sin ningún tipo de estampado y por último, unas deportivas blancas.

Ayer no comí nada y mi estómago me está reclamando comida urgente. Además, se ha puesto el doble de exigente cuando el olor a panqueques recién hechos, inunda mis fosas nasales.

Recorro una de las sillas del pequeño comedor y me siento frente a la pelinegra para comenzar a desayunar.

Corto un pedazo del panqueque y me lo llevo a la boca. Mis papilas gustativas hacen una fiesta de fuegos artificiales en cuanto prueban semejante delicia. Saben a manzana con plátano y tienen chispas de chocolate.

—Esto esta delicioso —suelto un leve gemido de satisfacción—. Son los mejores panqueques que he probado en mi vida.

—Son de avena.

La miro con una mueca y luego bajo la mirada a los perfectos círculos que están adornados con fresas y arándanos.

—Mientes.

—No. Están hechos con avena. Licue el plátano y la manzana y los he integrado junto a un poco de leche, un huevo y las chispas como toque final.

—Owen solo hace la mezcla con la harina para panqueques y ya —confieso—. Pero estos están mucho más ricos. Diez de diez.

—Gracias. Cuando quieras podemos hacer pan francés o macarrones dulces.

—Tú sabes cocinar y yo solo soy un inútil que no ha logrado ni salir de su país —me rasco la nuca—. Creo que estoy haciendo algo mal con mi vida.

La risa de Marion es contagiosa y tan dulce.

—Podría enseñarte un par de recetas que me ha dado mi abuela.

Busca algo en su móvil para luego mostrármelo. Una señora de edad avanzada sostiene dos platos llenos de macarrones de varios colores y galletas. A su lado hay una niña de una larga melena color azabache, que claramente es Marion. Lo que más resalta en ambas son sus hermosos ojos azules como el cielo. Tal parece que su buena genética viene de familia.

—Gracias a mi abuela sé cocinar. Si fuera por mi madre, yo no haría nada por mí misma. Nada que no sea buscar a un buen marido para que su fortuna crezca —vuelca los ojos—. Mi abuela es todo un encanto y estoy segura que si fueras su nieto, te consentiría tanto porque hace tres generaciones que no hay varones en la familia. Apuesto a que te sabrías todas y cada una de sus recetas.




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