Entre mentiras y deseos

Un Viaje Inesperado

El aire fresco de la madrugada golpeó a Emma cuando salió del club junto a Robert. Afuera, el ambiente era diferente: menos ruido, menos luces cegadoras, pero la energía seguía presente. Aún había paparazzi apostados en la entrada, esperando capturar imágenes de los asistentes más influyentes.

Emma instintivamente aminoró el paso.

—Relájate —murmuró Robert sin mirarla, como si leyera su mente—. Nadie va a prestarte atención si caminas como si no tuvieras nada que esconder.

Emma alzó una ceja.

—Oh, claro, porque caminar junto a Robert Blackwood es completamente discreto.

Robert sonrió de lado.

—Depende. Si te tomara de la mano, entonces sí sería noticia.

Emma bufó, pero no pudo evitar notar la facilidad con la que él manejaba la situación. Era como si hubiera nacido para moverse en ese mundo sin que lo afectara.

El chofer de Robert ya los esperaba junto al auto: un Bentley negro impecable, que brillaba bajo las luces de la ciudad. Un hombre en traje abrió la puerta trasera, esperando a que subieran.

Emma dudó un segundo.

—No muerdo, Emma —bromeó Robert—. Bueno, a menos que me lo pidan.

Emma resopló con incredulidad.

—No sé cómo alguien te soporta.

—Algunos dicen que mejora con el tiempo.

Rodó los ojos y entró en el auto. Robert la siguió, cerrando la puerta tras ellos.

El interior del vehículo era un reflejo de su dueño: impecable, elegante, con un aroma discreto pero sofisticado.

Emma se acomodó en el asiento, sintiendo la suavidad del cuero bajo su piel.

—¿A dónde la llevo, señorita? —preguntó el chofer con cortesía.

Emma le indicó su dirección y Robert se acomodó a su lado, con la mirada fija en ella.

—No tienes que llevarme hasta la puerta —le dijo Emma, sintiéndose extrañamente nerviosa.

—Lo haré de todos modos.

Emma cruzó los brazos y miró por la ventana, sin saber si quería discutir o simplemente aceptar su destino.

El silencio entre ellos era espeso, pero no incómodo.

Finalmente, Robert habló.

—No pareces el tipo de persona que frecuenta eventos como este.

Emma lo miró con cautela.

—¿Y eso qué significa?

—Simplemente no encajas con los demás que estaban en el VIP —dijo, observándola con curiosidad—. No estabas buscando atención.

Emma no sabía si sentirse halagada o analizada.

—Solo acompañé a un amigo.

Robert esbozó una sonrisa.

—Ya veo.

Hubo un breve silencio antes de que él continuara:

—¿Siempre trabajas hasta tarde?

Emma frunció el ceño.

—¿Cómo sabes eso?

—Te vi cuando salías de la oficina la otra noche.

Emma sintió un ligero escalofrío. No era exactamente espeluznante, pero el hecho de que Robert hubiera notado su horario le resultaba… inquietante.

—Solo intento hacer bien mi trabajo.

Robert asintió lentamente.

—Eso es bueno. La gente que se esfuerza llega lejos.

Emma no respondió. Había algo en su tono, en su manera de decirlo, que la hacía sentir como si estuviera evaluándola. Como si, de alguna manera, Robert Blackwood la estuviera considerando más allá de una simple empleada.

El auto se detuvo frente a su edificio.

—Aquí estamos —anunció el chofer.

Emma tomó el picaporte, pero antes de abrir la puerta, Robert habló otra vez.

—Voy a averiguar quién intentó drogarte esta noche.

Emma giró la cabeza hacia él.

—No tienes que hacerlo.

—Pero lo haré.

Hubo un breve silencio.

Emma no sabía qué responder, así que solo asintió.

—Gracias por traerme.

Robert inclinó la cabeza, observándola con intensidad.

—Descansa, Emma.

Ella salió del auto sin responder, sintiendo el peso de su mirada incluso cuando la puerta se cerró tras ella.

Mientras subía a su departamento, solo podía pensar en una cosa:

Robert Blackwood era un juego peligroso… y ella acababa de entrar en él.

Emma se dejó caer en su cama, exhausta. El peso de la noche aún vibraba en su piel, desde el encuentro en la pista de baile hasta la conversación en el auto con Robert Blackwood.

Apretó los ojos con frustración, dándose la vuelta en la cama. ¿Por qué tenía que ser tan desconcertante? Frío y calculador, pero al mismo tiempo protector y magnético.

Suspiró, enterrando el rostro en la almohada.

No pienses en él.

Pero fue inútil.

En algún punto de la madrugada, Emma cayó en un sueño profundo… y ahí fue cuando lo vio.

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Epifanía

Emma estaba en una habitación iluminada con una cálida luz dorada. No sabía exactamente dónde estaba, pero la sensación no era extraña. Se sentía… familiar. Como si ya hubiera estado ahí antes.

Entonces, lo vio.

Robert.

Estaba de espaldas a ella, observando por una enorme ventana panorámica que daba a la ciudad. Su postura era recta, sus manos en los bolsillos de su traje negro impecable.

Emma intentó hablar, pero su voz no salió. Algo dentro de ella le decía que debía esperar.

Después de unos segundos, Robert habló sin volverse.

—Siempre estás huyendo.

Emma frunció el ceño.

—¿De qué hablas?

Él se giró lentamente para mirarla. Su expresión era enigmática, sus ojos oscuros como si pudieran ver a través de ella.

—Sabes que es cierto. Huyes de lo que no puedes controlar.

Emma sintió un nudo en la garganta.

—Eso no es verdad.

Robert dio un paso hacia ella, luego otro.

—¿No lo es?

—Yo solo… —Emma quiso retroceder, pero su cuerpo no respondía.

Robert ahora estaba a solo unos centímetros de ella. Su presencia la envolvía como una tormenta silenciosa.

—Tienes miedo de lo que no entiendes —susurró él, inclinándose lo suficiente como para que su aliento cálido rozara su piel—. Pero lo que más miedo te da… es lo que sí entiendes.

Emma sintió un escalofrío recorrerle la espalda.




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