Robert Blackwood no dejaba cabos sueltos.
Cada movimiento, cada decisión, cada persona en su entorno era una pieza en su tablero de ajedrez personal. Nada ocurría sin que él lo permitiera.
Hasta que Emma Cotes apareció en su vida.
No la había buscado. No la había elegido.
Pero desde el momento en que tropezó con ella el día de su entrevista, algo en él se activó.
Y ahora, no podía ignorarla.
El primer cruce fue un accidente.
O al menos, así lo creyó en un principio.
Iba saliendo de una reunión cuando la vio. No la conocía. Era solo otra cara nueva en la empresa.
Hasta que chocó con ella.
Por lo general, habría seguido de largo. Pero ella no era como el resto.
No se disculpó sumisamente. No se encogió. No pareció intimidada.
Solo lo miró con esos ojos grandes y desafiantes que lo hicieron detenerse un segundo más de lo necesario.
Interesante.
Pensó en ella más tiempo del que hubiera querido después de ese momento. Un problema.
Lo del ascensor no fue un accidente.
Para entonces, ya sabía quién era Emma.
No era nadie relevante en la jerarquía de la empresa, pero sí alguien con potencial.
Y eso lo intrigó más de lo que le gustaría admitir.
Así que manipuló su agenda. Calculó los tiempos.
Sabía a qué hora salía del trabajo. Sabía qué ruta tomaba.
Así que se aseguró de que sus caminos se cruzaran.
Lo que no esperó fue su reacción.
Esperaba nervios. Tal vez una sonrisa incómoda.
Pero Emma intentó evitarlo.
Y, para su sorpresa, cuando la provocó con su comentario, se sonrojó.
La incomodidad en su rostro… lo divirtió más de lo que debería.
Por primera vez en mucho tiempo, Robert Blackwood sintió ganas de jugar.
La vio de nuevo en el cóctel de la empresa.
No le prestó mucha atención hasta que la encontró en el baño.
Medio desnuda.
El aire se espesó en el instante en que sus ojos se encontraron.
Y por primera vez en años, Robert Blackwood perdió el hilo de sus pensamientos.
Su mirada recorrió su piel expuesta sin intención alguna de disimularlo. No porque fuera un hombre descarado, sino porque la sorpresa lo tomó por completo.
Emma no era consciente de su propio impacto.
Y eso la hacía aún más atractiva.
Cuando ella lo echó del baño con furia y vergüenza, Robert no pudo evitar sonreír.
Definitivamente, esto se estaba saliendo de control.
Cuando la vio llegar al club con Ethan, no la reconoció de inmediato.
Era diferente.
Había algo en su porte, en la seguridad con la que se movía, que desencajaba con la imagen que tenía de ella.
Y cuando finalmente cayó en cuenta de quién era, el impacto fue inmediato.
No era solo la ropa, ni el maquillaje.
Era la actitud.
Esa noche, Emma parecía una versión de sí misma que él nunca había visto.
Y lo que sintió fue territorialidad.
Porque cuando la vio bailar con otro hombre, no le gustó.
No entendía qué demonios le pasaba, pero el hecho de que otro la tocara, que la hiciera reír, lo sacudió de una manera que no esperaba.
Y cuando notó que alguien intentaba drogarla, la furia lo devoró por dentro.
Ella era su problema.
Y nadie más tocaría lo que él había reclamado primero.
Cuando recibió la llamada de su jefe de seguridad la mañana después de la fiesta en Midnight Velvet, ya sabía que tendría resultados.
—Lo tenemos.
Robert levantó la mirada de sus documentos y se apoyó en el respaldo de su silla.
—¿Nombre?
—Nathan Pierce. Un inversionista con contactos en el mundo del entretenimiento. No parece tener ningún motivo personal contra la señorita Cotes. Lo más probable es que solo quisiera aprovecharse de la situación.
El nombre no le decía nada.
Pero el acto sí.
Robert no era un hombre sentimental. No era un hombre que interviniera en problemas ajenos, pero esto era diferente.
Ella era diferente.
—¿Qué hicieron con él?
—Nuestros contactos se aseguraron de que renunciara a su empresa. Su reputación está arruinada. Cualquier negocio que intente abrir, cualquier sociedad que busque, lo rechazarán. Ya no es bienvenido en los círculos que frecuentaba.
Robert asintió.
—Asegúrense de que lo entienda.
—Lo hará.
Cuando su jefe de seguridad salió de la oficina, Robert se quedó mirando por los ventanales.
El problema estaba resuelto.
Pero el peso en su pecho no desapareció.
Había algo en todo esto que lo irritaba.
No le gustaba que alguien tocara lo que era suyo.
Y aunque Emma no era suya… la sensación era la misma.
Sin pensarlo más, tomó una nota y escribió con su propia caligrafía:
"El problema ha sido resuelto. No volverá a suceder." – R
Dejo la tarjeta en el ramo de rosas rojas y lo envió a su oficina.
No sabía qué reacción esperaba de ella.
Solo sabía que quería que supiera que él había cumplido su palabra.
Esperó pacientemente la respuesta a su invitación.
No llegó.
Emma lo estaba ignorando.
Eso no era algo a lo que él estuviera acostumbrado.
Así que tomó medidas.
📩 "Citación en la oficina del CEO."
Cuando ella entró en su despacho con esa actitud firme y desafiante, supo que estaba en problemas.
Porque la quería.
Y no sabía cómo evitarlo.
Cuando ella lo enfrentó, cuando le dijo que no estaba segura de aceptar su invitación, todo su autocontrol se desmoronó.
No había planeado besarla.
Pero lo hizo.
Y se sintió mejor de lo que debía.
Cuando se apartó, le dio un plazo.
—Tienes dos días para responderme.
Pero en el fondo, sabía que no importaba su respuesta.
Porque él ya había decidido.
Quería conocerla más.
Y lo iba a hacer… a cualquier costo.