Entre mentiras y deseos

Jaque a Blackwood

El silencio entre ellos era denso, cargado de algo peligroso.

Emma se obligó a mantenerse firme, aunque cada fibra de su cuerpo le gritaba que darle la espalda y salir de esa oficina sería la opción más segura.

Pero Robert Blackwood no era un hombre fácil de evadir.

—Si esto fuera solo una decisión personal, la respetaría —dijo él con calma medida—. Pero esto no tiene sentido. No hubo señales de que quisieras irte. No hubo advertencias, ninguna conversación previa.

Emma apretó los labios.

—Porque no necesito tu permiso para tomar decisiones sobre mi vida.

Robert soltó una leve risa sin humor.

—No, pero si hay algo que no tolero, es que me tomen por sorpresa.

Emma sintió un escalofrío.

El problema no era su renuncia. El problema era que él no la vio venir.

Y para un hombre como Robert Blackwood, eso era inaceptable.

—Puedo asegurarte que no soy indispensable para Blackwood Inc. —intentó cortar la conversación—. No hay razón para hacer esto más difícil de lo necesario.

Robert negó con la cabeza.

—Ahí te equivocas.

Emma arqueó una ceja.

—¿Cómo dices?

Robert dio un paso más cerca, reduciendo la distancia entre ellos hasta un punto peligroso.

—No sé qué te estás diciendo a ti misma para justificar esto, pero te lo dejaré claro: no quiero que te vayas.

El aire en la oficina se volvió más denso.

Emma sintió que la respiración se le atascaba un poco en la garganta.

No esperó que él lo dijera tan directamente.

No esperó que su mirada azul fuera tan implacable.

—Robert…

—No he terminado —la interrumpió con voz baja, pero firme—. Eres valiosa para esta empresa, Emma. Te subestimé al principio, pero con cada paso que diste, me demostraste que estaba equivocado.

Emma sintió su corazón latir con fuerza.

—Eso no cambia mi decisión.

Robert sonrió de lado.

—Eso dices ahora.

Emma entrecerró los ojos.

—No puedes retenerme solo porque no te gusta perder.

—No solo se trata de perder.

Su tono descendió. Más profundo. Más peligroso.

—Entonces, ¿de qué se trata?

Robert no respondió de inmediato.

Simplemente la miró.

Analizándola.

Como si tratara de resolver un acertijo en el que solo él tenía la pieza faltante.

Emma aún sentía la tensión entre ella y Robert cuando la puerta de la oficina se abrió de golpe.

—Robert, espero que no estés intimidando a tu personal otra vez —dijo una voz firme y relajada.

Emma se giró rápidamente y se encontró con un hombre alto, de complexión fuerte, cabello oscuro con algunas canas prematuras y ojos grises penetrantes.

James Blackwood.

El hermano mayor de Robert.

Su presencia en la habitación cambió por completo la dinámica.

Emma sintió un ligero escalofrío. Había algo en su mirada que parecía analizarlo todo en cuestión de segundos.

James desvió su atención de Robert y, para su sorpresa, sonrió al verla.

—Así que finalmente te conozco.

Emma parpadeó, sin entender a qué se refería.

Robert, en cambio, se puso tenso de inmediato.

—James, ahora no es el momento.

—Claro que lo es —replicó James con una leve sonrisa, sin apartar la vista de Emma—. He escuchado mucho sobre ti.

Emma sintió una alarma interna encendiéndose.

¿Cómo que había escuchado sobre ella?

Miró de reojo a Robert, quien mantenía la mandíbula tensa y la mirada afilada.

Algo estaba mal.

—Robert me ha hablado de ti —continuó James, completamente ajeno a la incomodidad que se acababa de instalar en la oficina—. Debo decir que estaba ansioso por conocerte en persona.

Emma sintió que el estómago se le hundía.

¿De qué demonios estaba hablando?

Pero antes de que pudiera abrir la boca, James le dirigió una sonrisa amigable y extendió la mano.

—Soy James Blackwood, el hermano mayor de este terco —dijo, con un aire relajado—. Y tú debes ser Emma, la novia de Robert.

Emma sintió que el mundo se detenía.

¿Qué?

La palabra “novia” golpeó sus oídos como una bomba.

Pestañeó rápidamente, sin saber cómo reaccionar.

¿Qué demonios estaba pasando aquí?

Sus ojos volaron hacia Robert en busca de respuestas.

Él mantuvo su expresión impenetrable, pero Emma lo conocía lo suficiente como para notar la tensión en su mandíbula.

Y en ese momento lo entendió todo.

Robert había mentido.

James creía que ellos estaban juntos.

Y si Robert había mentido… significaba que no podía darse el lujo de que su hermano descubriera la verdad.

Emma sintió cómo una ola de adrenalina la recorrió.

Sabía que tenía dos opciones:

  1. Negarlo todo y dejar a Robert en una situación incómoda.
  2. Seguirle el juego y averiguar hasta dónde llegaba esta mentira.

La opción lógica era la primera.

Pero Emma nunca había sido una persona lógica cuando se trataba de Robert Blackwood.

Así que hizo lo impensable.

Sonrió con naturalidad, tomó la mano de James y la estrechó con firmeza.

—Un placer conocerte, James. Robert me ha hablado mucho de ti.

Desde su lugar, Robert inhaló lentamente y cerró los ojos por un breve instante.

Sabía que estaba jodido.

Y lo peor de todo era que Emma lo sabía.

La forma en la que su sonrisa se curvó con una dulzura impecable, la manera en que tomó la mano de James con total seguridad… todo indicaba que iba a aprovechar esto al máximo.

Robert mantuvo la calma en su expresión, pero por dentro estaba maldiciendo su suerte.

James, completamente ajeno a la tensión entre ellos, sonrió con satisfacción.

—Bueno, ahora todo tiene sentido —comentó, cruzándose de brazos—. No entendía por qué demonios mi hermano no paraba de rechazar las citas que mamá intenta arreglarle.

Emma puso su mejor cara de sorpresa.

—¿Citas? ¿Robert rechazando citas?

Se giró hacia él con una expresión de dulce curiosidad.




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