Entre mentiras y deseos

La Recogida

A las 6:59 a. m., Emma se miraba en el espejo, ajustando el último botón de su chaqueta ligera.

Había optado por un conjunto cómodo: jeans ajustados, una camiseta blanca de algodón y botas deportivas, sabiendo que el fin de semana en la cabaña sería más relajado.

Pero aunque su ropa fuera informal, sus pensamientos estaban lejos de serlo.

Había dormido poco.

Demasiado ocupada dándole vueltas a la locura en la que se había metido.

Pero justo cuando estaba por replantearse todo, el rugido de un motor potente se hizo eco en la calle.

Emma se asomó por la ventana y casi se atraganta con su café.

Aparcado justo frente a su edificio, Robert Blackwood la esperaba en un carrazo negro mate, un modelo deportivo que probablemente costaba más que su apartamento.

—Por supuesto que tenía que hacer una entrada dramática —murmuró para sí misma, rodando los ojos.

Suspiró, tomó su bolso y bajó las escaleras.

El aire fresco de la mañana la recibió junto con la imponente presencia de Robert, quien estaba apoyado contra la puerta del auto, vestido con un suéter oscuro de cuello alto y pantalones deportivos.

Informal, pero jodidamente perfecto.

—Sube, cariño —soltó con una media sonrisa cuando la vio.

Emma se estremeció al escuchar la palabra "cariño", pero no le dio la satisfacción de reaccionar.

Simplemente levantó una ceja y abrió la puerta del copiloto.

—Si sigues con esa actitud de novio amoroso, se te va a notar demasiado la mentira.

—¿Quién dice que es mentira? —respondió él con descaro.

Emma puso los ojos en blanco y se acomodó en el asiento.

Pero antes de que pudiera siquiera abrocharse el cinturón, Robert sacó un papel doblado de su bolsillo y se lo extendió.

—Antes de que arranquemos, aquí tienes.

Emma frunció el ceño y tomó la hoja.

Cuando la desplegó y leyó el encabezado, soltó una carcajada.

📜 Reglas del fin de semana – Pareja Edición™

  1. Nada de emails.
  2. Mi contacto en tu teléfono ya no puede decir “Robert Blackwood” (¿Quién llama así a su novio?).
  3. Tienes permitido admirar mi increíble atractivo, pero no hacer comentarios inapropiados en público.
  4. Si alguien pregunta cómo nos enamoramos, tú das la versión más romántica posible.
  5. Si intentas sabotearme, recuerda que soy mejor en esto que tú.

Emma aún se reía cuando Robert, sin previo aviso, tomó su teléfono de su regazo.

—¡Oye! —protestó, intentando arrebatárselo.

Pero Robert era rápido.

Marcó algo en la pantalla y le devolvió el teléfono con una sonrisa de satisfacción.

Emma lo tomó y miró la pantalla con incredulidad.

📲 Nuevo contacto guardado: Amor ❤️🔥

Su boca se abrió, completamente indignada.

—No. Absolutamente no.

—Ya está hecho —dijo Robert, encendiendo el motor con una calma exasperante—. No podemos escribirnos emails formales, se vería raro.

Emma lo fulminó con la mirada.

—Bórralo.

Robert la miró de reojo y su sonrisa arrogante se ensanchó.

—Hazlo tú. Si puedes.

Emma frunció el ceño y rápidamente intentó editar el contacto… pero descubrió que Robert le había puesto una contraseña.

El muy maldito.

Robert soltó una risa baja cuando vio su expresión frustrada.

—¿Nos vamos, amor? —preguntó con un tono burlón.

Emma cerró los ojos, exhaló lentamente y se prometió a sí misma que encontraría la manera de vengarse.

Pero, por ahora, el juego solo estaba comenzando.

El auto avanzaba por la carretera con una suavidad impresionante, el motor apenas producía sonido, como si Robert Blackwood solo manejara lo mejor de lo mejor.

Emma lo miró de reojo.

Sabía muy poco de él.

Sí, había leído las noticias, escuchado los rumores y visto suficientes titulares escandalosos sobre sus supuestas conquistas.

Pero realmente no sabía quién era Robert Blackwood más allá de la imagen pública.

Y ahora, estaban a unas pocas horas de pasar un fin de semana juntos.

Así que, sin pensarlo demasiado, preguntó:

—¿Cómo terminaste en Blackwood Inc.?

Robert no apartó la vista del camino, pero la pregunta pareció sorprenderlo.

—Supongo que esperabas que dijera que siempre quise manejar la empresa —dijo con un deje de ironía.

Emma alzó una ceja.

—No me sorprendería.

Robert exhaló con una leve sonrisa, pero su tono fue más serio cuando habló.

—Lo cierto es que nunca planeé tomar el mando. Mi hermano James es el que siempre supo lo que quería. Yo, en cambio, pasé años tratando de demostrar que no era solo un apellido.

Emma se sorprendió.

Era la primera vez que lo escuchaba hablar de sí mismo con cierta vulnerabilidad.

—Fui a estudiar a Alemania por mi cuenta —continuó Robert—. Sin becas familiares, sin favores. Quería saber que podía lograr algo sin que el dinero de mi familia hablara por mí.

Emma asintió lentamente. Eso explicaba por qué su historial académico estaba fuera del radar de los círculos élite.

—¿Y lo lograste?

Robert sonrió levemente.

—Sí. Pero cuando mis padres murieron… todo cambió.

Emma sintió una punzada de incomodidad.

—Lo siento.

—No tienes que hacerlo —dijo él con calma—. Fue hace años. James estaba ocupándose de su familia y alguien tenía que hacerse cargo de la empresa. Era mi turno.

Emma lo miró fijamente.

A pesar de todo lo que se decía de él en la prensa…

No era solo un heredero arrogante.

Había trabajado por lo suyo.

Y eso la descolocó más de lo que debería.

Pero antes de que pudiera decir algo más, Robert giró la conversación hacia ella.

—Ahora que estamos en modo confesiones… dime, Emma, ¿qué es lo que realmente quieres en la vida?

Emma frunció el ceño.

—Esa es una pregunta demasiado amplia.

—Y tú eres una mujer demasiado calculadora como para no tener una respuesta.




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