Entre mentiras y deseos

Juego de niños

El amanecer trajo consigo una brisa fría y un silencio incómodo en la habitación de la cabaña.

Emma abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso de la noche anterior aún en el ambiente.

Por un momento, se había olvidado de que Robert había llegado tarde, oliendo a alcohol y con la mirada perdida.

Pero ahora, al girarse y verlo dormido a su lado, todo volvió a ella de golpe.

Él estaba de espaldas, con un brazo descansando sobre la frente, su respiración profunda y controlada. Parecía tan tranquilo que casi podía engañar a cualquiera.

Casi.

Porque Emma sabía la verdad.

Sabía que, aunque actuara como si todo estuviera en orden, Robert Blackwood había perdido el control anoche.

Y eso lo debía estar volviendo loco.

Emma se deslizó fuera de la cama con cuidado, recogió su teléfono y salió de la habitación en silencio. Necesitaba respirar.

Para cuando Robert bajó de la habitación, Emma ya estaba en la cocina, preparando café.

Y él estaba impecable.

Vestido con una camiseta gris ajustada y jeans oscuros, con el cabello perfectamente en su lugar y ni un solo rastro de la resaca o la confusión de la noche anterior.

Emma quiso reír.

Por supuesto.

Robert Blackwood nunca admitiría que algo lo sacudió.

—Buenos días —saludó él, con su tono de siempre, relajado, controlado, como si nada hubiera pasado.

Emma levantó la vista de su café y fingió caer en el juego.

—Buenos días. ¿Dormiste bien?

Robert tomó una taza y la llenó con café sin azúcar.

—Como un bebé.

Emma ocultó su sonrisa tras su taza.

Mentiroso.

Decidió no responder y simplemente se concentró en su desayuno.

Pero Robert tenía otros planes.

—Hoy es nuestro último día aquí —comentó casualmente, recargándose contra la barra.

Emma asintió.

—Sí.

—Creo que deberíamos aprovecharlo.

Emma frunció el ceño.

—¿Aprovecharlo cómo?

Robert se inclinó un poco hacia ella, su sonrisa cargada de intenciones ocultas.

—Vamos a jugar, Emma.

Emma sintió una corriente eléctrica recorrerle la espalda.

—¿Qué tipo de juego?

Robert sonrió más.

—Uno en el que el que pierda… cumple un reto.

Emma entornó los ojos.

—No confío en ti.

Robert bebió un sorbo de café y dejó la taza sobre la barra con un sonido sordo.

—Tienes razón. No deberías.

Y antes de que ella pudiera decir algo más, él ya se estaba alejando, dejando la tensión flotando en el aire.

Emma suspiró.

Sabía que ese día no iba a ser nada fácil.

El día transcurrió demasiado bien.

Robert la llevó a una pequeña caminata por el bosque, mostrando un lado más relajado de sí mismo. El juego de los retos comenzó como algo inofensivo.

—Si pierdes, tienes que contar un secreto.

—Si pierdes, tienes que contestar cualquier pregunta sin mentir.

—Si pierdes, tienes que hacer lo que el otro diga por cinco minutos.

Emma perdió varias veces.

Y cada vez que Robert le pedía algo, lo hacía con la misma actitud de alguien que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Para cuando el sol empezó a ocultarse, Emma estaba agotada.

No físicamente, sino mentalmente.

Robert Blackwood se estaba metiendo bajo su piel.

Y lo peor era que lo estaba disfrutando.

El Beso Prohibido

La cabaña estaba en silencio cuando Robert se acercó a ella en la terraza.

—Un último reto —dijo con su voz más baja, casi en un susurro.

Emma, que estaba apoyada contra la barandilla mirando la vista, se giró para enfrentarlo.

—¿Y qué pasa si no quiero jugar más?

Robert se inclinó ligeramente, acortando la distancia entre ellos.

—Eso sería una lástima.

Emma sintió su pulso acelerarse.

—¿Por qué?

Los ojos de Robert brillaron con intensidad.

—Porque si ganas, puedes pedirme lo que quieras. Lo que sea.

Emma sintió su garganta seca.

—¿Y si pierdo?

Robert se acercó otro paso, reduciendo el espacio entre ellos a solo centímetros.

—Si pierdes… te beso.

Emma sintió su estómago dar un vuelco.

—Eso no es justo.

Robert sonrió.

—Es mi juego. Mis reglas.

Emma quiso decir que no.

Quiso dar un paso atrás.

Pero no lo hizo.

Y en un segundo de duda, Robert lo aprovechó.

Su mano se deslizó con suavidad por la barandilla, hasta rozar la de Emma.

Y cuando ella levantó la mirada, él estaba allí.

A solo centímetros.

A solo un movimiento de distancia de ella.

Emma no podía respirar.

No podía pensar.

Todo su cuerpo estaba en llamas, esperando, anticipando…

Pero entonces, lo recordó.

La mentira.

El peligro de lo que estaban haciendo.

Y, con todo el esfuerzo del mundo, dio un paso atrás.

—Llévame de vuelta a la ciudad.

La sonrisa de Robert se desvaneció lentamente.

—¿Perdón?

Emma mantuvo la voz firme.

—Esto es demasiado. No aguanto más la presión. Llévame de vuelta.

Robert la miró fijamente, con una mezcla de incredulidad y algo más profundo en sus ojos.

Pero, finalmente, dio un paso atrás.

—Como quieras, Emma.

Y, sin decir nada más, se alejó.

Emma sintió su pecho arder.

Porque si algo estaba claro en ese momento…

Era que se había alejado en el último segundo.

Pero por Dios, cuánto había querido quedarse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.