Entre mentiras y deseos

La Caída del Imperio

El amanecer entró suavemente por las ventanas de la habitación, iluminando los restos de una noche que ninguno de los dos olvidaría jamás.

Emma se incorporó lentamente, envuelta en las sábanas, mientras observaba a Robert, aún dormido a su lado. Tenía el rostro sereno, relajado, como si al fin hubiera soltado todas las cargas que llevaba a cuestas.

Ella nunca lo había visto así.
Tan real. Tan humano. Tan suyo.

Pero, a pesar de lo que sentía, sabía que la verdad aún flotaba entre ellos.
Invisible.
Insoportable.

Y que, tarde o temprano, iba a salir a la luz.

48 Horas Después

Robert regresó a su oficina tras pasar dos días completamente desconectado. Quería pensar en Emma. En lo que pasó. En lo que significaba haberla dejado entrar a su mundo de esa forma tan íntima.

Pero apenas puso un pie en el edificio, todo cambió.

—Señor Blackwood —dijo Thomas, su asistente más antiguo, con un rostro tenso—. Necesita ver esto.

Le entregó una carpeta, marcada con el sello de “confidencialidad interna”, una que él mismo había autorizado para la investigación de start-ups que estuvieran desplazando a sus cuentas estratégicas.

Robert ojeó el expediente, sin sospechar lo que estaba a punto de encontrar.

Hasta que…

Ahí estaba.

El documento de constitución.

Los nombres.

Emma Cotes. Olivia Morales. Fundadoras de Soul Marketing.

El corazón de Robert se detuvo por un segundo.

—¿Qué…? —susurró, apenas audible.

Volvió a mirar el informe, ahora con una nueva urgencia.

—¿Cuánto tiempo han tenido este informe? —preguntó con frialdad.

—Solo un par de días. Queríamos corroborar la información antes de presentarla. Pero señor… Ella ha trabajado aquí bajo un perfil falso, sabiendo que era su competidora directa.

Un silencio asesino llenó la sala.

Robert dejó la carpeta sobre el escritorio.
Se sentó lentamente en su silla, sin decir una palabra.

Todo comenzó a tomar forma.

La reserva.
La inteligencia.
La cercanía con cada estrategia clave.
Su negativa constante a involucrarse más en Blackwood Inc.
La “casual” participación en el proyecto con Sophie.

Emma no estaba jugando.
Estaba operando. Desde dentro.

Y él…
Él había bajado todas sus defensas.

Le abrió las puertas de su mundo.
De su cama.
De su vida.

Y ella, mientras tanto…
Lo usaba para crecer su imperio.

Emma llegó a Blackwood Inc. esa tarde, sabiendo que algo había cambiado.

Su nombre no estaba en los registros del ingreso.
El guardia la miró con desconcierto.
—¿Sabe que ya no trabaja aquí, verdad?

Emma sonrió con incomodidad.
—Tengo una reunión con el CEO. Él me espera.

El guardia dudó… pero la dejó pasar.

Al llegar al piso ejecutivo, todo estaba más frío de lo habitual.
Y cuando se abrió la puerta de la oficina de Robert…

Su corazón se paralizó.

Él estaba de pie, detrás de su escritorio.

Con el informe en la mano.
Y una mirada que nunca antes había dirigido hacia ella.

Una mirada vacía.
Rota.
Irreconocible.

—Robert… —empezó a decir, dando un paso hacia él.

Él levantó una mano, deteniéndola.

—No.

Solo una palabra.

Pero dicha con una calma tan feroz que la dejó sin aliento.

Emma tragó saliva.

—Puedo explicarlo.

Robert cerró los ojos por un segundo y asintió, como si eso confirmara lo que temía.
Cuando los abrió de nuevo, ya no había dolor en su mirada.
Solo indiferencia aprendida a la fuerza.

—No necesitas hacerlo. Todo está aquí —dijo, dejando caer el expediente sobre la mesa.

Emma lo miró con desesperación.
—No fue así, no lo planeé…

—¿No lo planeaste? —interrumpió él, sin levantar la voz—. ¿Entonces por qué no dijiste nada desde el principio? ¿Por qué creaste una identidad falsa? ¿Por qué trabajaste en mi empresa mientras sabías que Soul Marketing estaba desplazando mis cuentas?

Emma no supo qué decir.

Porque tenía razones.
Y excusas.
Y miedo.

Pero no tenía una justificación real.

Y lo peor era que ya era tarde.

Robert se acercó a ella.

Y por un segundo… Ella pensó que la iba a abrazar.

Que la iba a perdonar.

Pero en cambio, solo la miró una última vez y dijo:

—Pensé que eras distinta.

Y se marchó. Sin mirar atrás.

Emma se quedó en medio de la oficina.

Con la garganta cerrada.
Con el pecho hecho trizas.
Sabiendo que acababa de perderlo.

No por el engaño.
Si no por haber ocultado la verdad.

Emma salió de la oficina de Robert en silencio.

No lloró.
No suplicó.
No dijo nada más.

Porque nada de lo que pudiera decir en ese momento iba a reparar lo que acababa de romperse.

Había arruinado la única conexión real que había tenido en años.

Y lo había hecho por miedo.
Por orgullo.
Por no saber cómo enfrentar sus sentimientos.

En los días que siguieron, Robert Blackwood dejó de ser él mismo.

El hombre calculador, el CEO respetado, el Blackwood intocable, se convirtió en un reflejo borroso de quien había sido.

No se presentaba a las reuniones más importantes.
Cancelaba juntas sin previo aviso.
Delegaba decisiones vitales a sus directivos sin siquiera leer los informes.

Y por las noches…

Robert se hundía.

Whisky.
Copa tras copa.
Botella tras botella.

Y mujeres.

Una diferente cada noche.
Modelos, actrices, ejecutivas.

Todas con el mismo propósito:
llenar el vacío que Emma había dejado.

Pero ninguna lo lograba.

Porque ninguna era Emma.

Ninguna sabía cómo enfrentarlo.
Cómo calmarlo.
Cómo desafiarlo.
Cómo amarlo en silencio.

Así que al amanecer, cuando el cuerpo de turno se iba sin decir palabra, él se quedaba solo en su ático, con la misma pregunta dándole vueltas en la cabeza:




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