El reloj marcaba las tres de la tarde del sábado cuando Andrea llegó a la cafetería que Clara había elegido. Era un lugar acogedor, con mesas de madera, luces cálidas, y el aroma del café recién preparado llenando el aire. Andrea se quedó un momento en la entrada, observando a su amiga que ya la esperaba en una mesa junto a la ventana, con su inseparable libreta en la mano. Clara escribía con tal entusiasmo que ni siquiera la notó llegar.
—Siempre tan dedicada, ¿no? —dijo Andrea al sentarse frente a ella.
Clara levantó la vista y sonrió, cerrando la libreta con cuidado.
—¡Hola! Perdón, me atrapó la inspiración. —Se acomodó en la silla y señaló la libreta—. Estaba ajustando los últimos detalles de mi historia.
— ¿Últimos detalles? Wow, y yo que no tengo idea de que escribir. — dijo agarrándose la cabeza de la desesperación.
—Estoy para ayudarte —sonrió Clara.
Andrea soltó un suspiro, aunque sabía que Clara estaba emocionada más por su amor a las letras que por querer salvarla del problema. La conocía bien: Clara tenía una pasión casi obsesiva por escribir, y cualquier excusa era buena para crear algo nuevo.
—Entonces, ¿Qué escribiste? —preguntó Andrea mientras dejaba su bolso a un lado y se acomodaba en la silla.
—¡Te va a encantar! —Clara abrió su libreta de golpe y empezó a leer en voz alta. Era una historia sobre su primer día en la universidad, una anécdota ligera pero llena de detalles divertidos sobre cómo había olvidado el horario de sus clases, terminó accidentalmente en un aula de medicina y casi vomita al ver un video gráfico de una cirugía.
Andrea no pudo evitar reír al escucharla, aunque también sentía algo de presión. Clara tenía una habilidad natural para narrar, y todo en su relato parecía fluir de forma tan sencilla que hacía que Andrea se sintiera aún más perdida con su propio proyecto.
—¿Y bien? —preguntó Clara, con los ojos brillando de emoción—. ¿Qué te parece?
—Está genial. Muy tú. —Andrea forzó una sonrisa mientras daba un sorbo a su café.
—Gracias. —Clara cerró su libreta con satisfacción—. Pero ahora es tu turno. Vamos a sacar ideas.
Andrea suspiró pesadamente. La noche anterior había intentado ordenar sus pensamientos para avanzar en el proyecto, pero la tarea de investigación de otras dos materias se había llevado todo su tiempo y energía. Ahora estaba completamente en blanco, y el entusiasmo de Clara no ayudaba mucho a aliviar su frustración.
—No sé, Clara. Apenas puedo recordar algo interesante que me haya pasado.
—¡Claro que tienes cosas interesantes! —Clara sacó un bolígrafo y un pedazo de papel—. Hagamos una lluvia de ideas. Dime cualquier cosa que se te ocurra, no importa si parece tonto o insignificante.
Andrea dudó, pero sabía que no tenía otra opción si quería avanzar.
—Bueno... —comenzó, jugando con el borde de su taza—. Recuerdo una vez que fui al gimnasio y nadie me avisó que estaba manchada.
Clara la miró con curiosidad.
—¿Manchada de qué?
Andrea sintió que sus mejillas se calentaban solo de pensarlo.
—De chocolate. Me había sentado en un asiento donde alguien dejó un pedazo de chocolate derretido. Pero nadie me dijo nada, y parecía... ya sabes...
—¡¿Como si te hubieras hecho popó?! —Clara estalló en carcajadas antes de que Andrea pudiera terminar la frase.
—¡Sí! —Andrea se llevó las manos al rostro, roja de la vergüenza—. Fue horrible. No me di cuenta hasta que llegué a casa y vi el espejo.
Clara seguía riendo, pero anotó rápidamente la idea en el papel.
—Esa es buena. ¿Alguna otra?
Andrea pensó por un momento y luego recordó otra experiencia que la había dejado marcada.
—Ah, sí. En la secundaria, un día casi me caigo corriendo en clase de educación física. Me tambaleé y, por accidente, terminé agarrándome del... del pecho de una compañera para no caerme.
Clara se quedó boquiabierta por un segundo antes de soltar otra carcajada.
—¡Andrea! Eso es peor que lo del chocolate.
—¡Lo sé! Me puse tan roja que creo que todo el mundo pensó que estaba a punto de desmayarme.
Clara anotó la idea mientras seguía riéndose.
—Definitivamente tienes material. Tal vez no lo notes porque te gusta minimizar las cosas, pero estas anécdotas son muy buenas. Solo necesitas darle un poco más de emoción y reflexión.
Andrea no estaba tan convencida, pero agradecía el apoyo de Clara.
—Gracias... aunque sigo sin entender por qué tenemos que hacer esto en Literatura Española.
Clara levantó los hombros, divertida.
—Supongo que el profesor quiere que aprendamos a escribir con el corazón o algo así. Es un reto, sí, pero seguro que lo harás bien.
Andrea intentó sonreír, aunque en el fondo seguía sintiéndose insegura. Era difícil para ella abrirse y escribir algo tan personal. Sin embargo, con la ayuda de Clara, sentía que tal vez podría salir algo bueno de todo esto.
—Vamos a intentarlo —dijo finalmente, tomando el bolígrafo que Clara le ofrecía.
Mientras el sol de la tarde comenzaba a descender, las dos amigas siguieron trabajando en sus ideas, llenando la hoja con recuerdos, risas y anotaciones. Andrea aún no sabía cómo sería su ensayo final, pero al menos ya tenía un punto de partida.
Las risas se fueron calmando a medida que la hoja en blanco se iba llenando de ideas. Clara dibujó un par de flechas para organizar los puntos mientras Andrea miraba por la ventana, en silencio, jugueteando con su taza de café.
—¿Y qué más? —preguntó Clara, dándole un sorbo a su capuchino.
Andrea se encogió de hombros.
—Creo que ya es suficiente, ¿no? Entre lo del chocolate, lo de educación física, y las pequeñas anécdotas vergonzosas ya hay material de sobra.
Clara ladeó la cabeza, como si no estuviera del todo convencida.
—Eso está bien para empezar, pero siento que hay algo más. Algo que no me estás diciendo.
Andrea levantó la vista rápidamente, sus ojos reflejando un destello de incomodidad.