El domingo no podía ser como los días en el colegio, cuando podía dormir hasta la 1 de la tarde los fines de semana. La universidad era diferente, más pesada, y aunque aún tenía cinco días para entregar la anécdota, Andrea sabía que posponerlo le traería problemas. Había aprenddo que las tareas siempre se acumulaban si no las enfrentaba a tiempo. Ahora, debía tomarse las cosas con más seriedad y profesionalismo.
Despertó temprano, aunque con el ánimo algo apagado. No quiso ni desayunar, a pesar de los intentos de su madre por convencerla.
—Por lo menos tómate el zumo de zanahoria que te hice —insistió su mamá, mientras le dejaba también una empanada integral en un plato.
Andrea sabía cuánto esfuerzo ponía su madre en sus creaciones y preparados de cocina, a pesar de que no siempre salieran como esperaba. Esta vez le tocó probar la empanada integral, y aunque no tenía hambre, no pudo negarse.
—Está bien, mamá, gracias —dijo mientras daba un sorbo al zumo. "Cuando termine esto, nada me va a interrumpir", pensó, aunque en el fondo sabía que no sería tan fácil.
Una vez en su dormitorio, se sentó en la silla de su escritorio y preparó todo para escribir en su cuaderno de apuntes. El día anterior había creado un mapa de ideas con los recuerdos de los sucesos que tuvo con Ricardo. "Uf, solo es entregarlo y ya, ni siquiera lo van a leer… a menos que lo entregue tarde. Pero eso no sucederá", se dijo a sí misma con confianza.
Comenzó: "Un día nublado…" De repente, su celular vibró. Al verlo, notó que era un mensaje de Mariana, una amiga del colegio con quien no hablaba desde hacía meses. Aunque ambas estudiaban en distintas universidades y tenían vidas ocupadas, de vez en cuando lograban reunirse o, al menos, chatear.
Mariana le contó que algunos compañeros del colegio querían hacer una reunión y le preguntó si quería ir. Andrea se quedó mirando el mensaje por unos minutos, dudando. El colegio no fue una etapa que le gustara demasiado, especialmente por la mayoría de sus compañeros, quienes solían aprovecharse de ella. No todos, pero sí una buena parte.
Aun así, se quedó chateando un rato con Mariana. Sabía que Ricardo no se presentaría; él nunca fue de asistir a eventos sociales en el colegio, y dudaba que eso hubiera cambiado. Finalmente, decidió que no iría. Tampoco era muy fan de las reuniones sociales, aunque en su época escolar solía asistir porque, a pesar de todo, les tenía cierto aprecio a sus compañeros.
Así pasaron las horas: Andrea distrayéndose con cada pequeña cosa. Revisaba sus redes sociales, veía memes, ponía música, pero se distraía con las letras de las canciones. La mañana y la tarde se escurrieron entre pequeñas interrupciones y excusas, y aunque logró avanzar algo, todavía quedaba mucho por escribir.
Miró la hora: las 20:15 marcaba el reloj de su celular.
—Oh no... —suspiró frustrada, llevando las manos a su cabello. Un tirón suave, pero cargado de enojo, la acompañó mientras las palabras brotaban de su boca casi sin pensarlo—. ¡Incapaz, inútil!
Se detuvo, congelada por su propio tono. Cerró los ojos y dejó caer las manos sobre la mesa. Sabía que ese tipo de reacciones solo le sumaban culpa. Tomó aire, llenando sus pulmones hasta el límite, y luego exhaló lentamente. Lo repitió hasta que su mente volvió a un estado de calma.
Con movimientos pausados, tomó el cuaderno donde había estado escribiendo y se obligó a leer lo que había logrado avanzar:
"Un día nublado, salimos de excursión todo el colegio. La idea era hacer que todos los estudiantes socializaran con juegos recreativos y actividades al aire libre. Yo estaba junto a mi amiga Mariana, tratando de decidir en qué participar, aunque, siendo sincera, no tenía muchas ganas de hacer nada. Finalmente, nos animamos a jugar voleibol en un improvisado 'campo de playa'. No había playa, pero sí arena, una red en el centro y mucha energía alrededor. Jugamos hasta quedar agotadas. Mariana decidió ir por algo para beber mientras yo, agotada, me dejé caer en el césped junto a una multitud.
No podía moverme del cansancio, pero no pude evitar curiosear lo que atraía a tanta gente: una carrera. A pesar del barullo, mis ojos lograron enfocarse en los cinco chicos que corrían con todo su esfuerzo. Había algo magnético en ese momento, como si el tiempo se ralentizara. Pero mi atención se fijó, casi sin querer, en el chico que corría más cerca del césped. Cuando llegó a la meta, no fue el primero en cruzarla, pero eso no parecía importarle. Su sonrisa era pura, radiante, llena de felicidad, como si el simple hecho de correr le bastara."
No estaba convencida del escrito aunque si era lo que logró sentir en aquella época y retroceder en el tiempo la hacía sentir como en ese tiempo aunque se sentía avergonzada por enamorarse así de la nada, actualmente le era algo sin sentido.
Agarró el lápiz y suspiró, volvió a leer lo que tenía para adentrarse en el papel de la chica enamorada y prosiguió a escribir:
"En ese momento, pensé que solo era algo pasajero. Pero al año siguiente, cuando lo vi entrando a mi salón de clases, supe que no sería tan fácil olvidarlo. Estábamos en el mismo curso. Él era hermano de un compañero con el que llevaba años estudiando, pero ahora también estaría en mi día a día. Cuando lo vi por primera vez tan cerca, algo dentro de mí cambió. Mi corazón, que siempre parecía tranquilo, latió con una fuerza que me asustó.
No hablábamos mucho, pero su simple presencia iluminaba mis días. Era como si su sonrisa tuviera el poder de desterrar cualquier nube de mi mente. Lo veía como algo inalcanzable, casi irreal, y eso lo hacía aún más especial. Un día, en una clase de grupo, el destino decidió unirnos. Estábamos él, otra compañera y yo. Fue solo una charla sencilla, palabras que cualquiera diría, pero para mí cada una era un tesoro.
‘Eres diferente a las demás’, me dijo en un momento, y con esas palabras mi mundo cambió. Mi mente dejó de funcionar como siempre. Todo se centró en esa frase, en esa idea de que, de algún modo, yo podría ser especial para él. Mi corazón tomó el control, y mi cabeza se perdió entre ilusiones.