Los días pasaron y llegó el viernes. Con el corazón acelerado y un rubor que no podía disimular, Andrea entregó su anécdota. Aún con la vergüenza clavada en el pecho, todo salió bien, y al menos pudo sentir alivio cuando el día terminó. Sin embargo, no volvió a ver ni a Ricardo ni a Santiago en esos días.
Los meses transcurrieron con aparente tranquilidad, y su corazón, que había estado tan revuelto, comenzó a calmarse poco a poco. Aunque Clara seguía molestándola con comentarios sobre Ricardo, con el tiempo dejó de hacerlo, y Andrea creyó que finalmente todo aquello había quedado en el pasado.
Pero cuando el calendario marcó casi finales de octubre, el ambiente comenzó a llenarse de emoción por Halloween. Todos hablaban de disfraces, decoraciones y fiestas, algo que a Andrea siempre le había divertido… hasta que recibió un mensaje inesperado.
Mariana la había contactado para invitarla a una fiesta de Halloween. " Será en casa de José. ", escribió su amiga. Solo leer ese nombre hizo que Andrea se quedara congelada por un instante. Sus manos comenzaron a temblar, y su corazón, que había estado dormido por meses, comenzó a latir como si intentara salirse de su pecho.
"José… el hermano de Ricardo…" murmuró para sí, sintiendo cómo los recuerdos que creía enterrados volvían a asomarse con fuerza. Si la fiesta era en la casa de José, entonces Ricardo también podría estar allí.
Andrea miró el mensaje en su pantalla con una mezcla de emociones. ¿Debía ir? ¿Quería verlo? No estaba segura de nada, pero la idea de verlo nuevamente comenzaba a tentarla, aunque tratara de convencerse de lo contrario. Finalmente, con los dedos temblorosos, le respondió a Mariana que lo pensaría.
Unos minutos después, Mariana contestó con una risa escrita: "Sabía que te interesaría. Si todavía te gusta Ricardo, yo podría ayudarte a acercarte a él".
Andrea sintió cómo el calor subía a sus mejillas y apretó los labios, tratando de ignorar la avalancha de sensaciones que esas palabras le provocaban. ¿Acaso aún estaba enamorada? ¿Era buena idea dejarse llevar otra vez por esos sentimientos? Mientras miraba la pantalla de su celular, no podía evitar imaginar lo que podría pasar si aceptaba ir.
Ese día se encontraba sola, sentada en la cafetería, aún con el celular en la mano, observando fijamente el mensaje en la pantalla: "Será en casa de José."
Su mente divagaba entre recuerdos y dudas hasta que, de repente, salió de su trance y se puso de pie para dirigirse a la salida. Pero, distraída como estaba, chocó accidentalmente con alguien. Antes de darse cuenta, escuchó el sonido de un líquido derramándose y vio la mancha en la camisa de la persona con la que había tropezado. Su rostro se encendió de inmediato como si fuera un tomate.
—¡Lo siento! ¡Perdón, perdón! —balbuceó apresurada, sintiendo cómo la vergüenza la invadía.
Era Santiago.
Sin pensar, empezó a agarrar servilletas y a pasarlas torpemente por su camisa mojada, repitiendo sin cesar:
—¡Perdón! ¡Lo siento! ¡Perdón!
El personal de limpieza ya había llegado para encargarse del desastre en el suelo, pero Andrea seguía agitada, con el corazón golpeándole el pecho. Santiago, con un suspiro, le sujetó suavemente la muñeca, deteniendo sus torpes intentos de secarlo.
—Tranquila —dijo con calma—, ya me iba a casa de todas formas, así que deja de disculparte. Te escuché a la primera.
Andrea se congeló un instante y luego, aún con el rostro encendido de vergüenza, se zafó de su agarre con torpeza.
—P-perdón... —volvió a susurrar, bajando la cabeza.
Santiago la observó con una mezcla de ternura y diversión, y con su dedo índice le levantó el rostro desde la frente, obligándola a mirarlo.
—No pasa nada —le sonrió antes de girarse—. Bueno, ya me voy.
Sin decir más, salió de la cafetería.
Andrea se quedó allí, sintiendo aún las miradas curiosas de los demás estudiantes clavadas en ella. Su pulso estaba descontrolado, su mente gritaba en pánico, y la vergüenza la hacía querer desaparecer. No lo pensó dos veces: apuró el paso y salió del lugar, sin detenerse hasta estar fuera de la universidad.
Sabía que ese suceso la perseguiría durante el resto del día… y posiblemente al día siguiente también. Su mente era cruel cuando se trataba de sus errores, por pequeños que fueran. No la dejaría tranquila, repetiría la escena una y otra vez, lanzándole comentarios hirientes sobre lo torpe e imprudente que había sido.
Cubriéndose el rostro con su bolso, se detuvo un momento y suspiró profundamente, intentando convencerse de que no pasaba nada. Pero sabía que, una vez en casa, sus pensamientos la atacarían con más fuerza.
Y así fue.
Por más que intentó distraerse con sus tareas, su mente vagaba constantemente de un lado a otro. Se enfocaba en el trabajo por unos minutos, pero luego su cabeza volvía a la cafetería, a Santiago, a las miradas de los demás. El ciclo se repetía sin cesar hasta que, finalmente, después de largas horas de batalla interna, logró terminar un proyecto pendiente. Para cuando levantó la vista del escritorio, ya era madrugada.
Exhausta, dejó escapar un suspiro. Al menos había sido productiva. Pero el eco de aquel accidente seguía rondando en su mente.
Al día siguiente Andrea ya en la universidad y sin desayunar y apenas ha dormido, tenía el proyecto: cartillas de silabas y un vídeo de las pronunciaciones además de la presentación en PowerPoint, así que andaba con su computadora está vez había llevado una mochila y no un bolso como los demás días, la tarea para la materia "metodología de la enseñanza del castellano", todavía quedaba una hora para la clase pero su ansiedad la hizo llegar temprano para estar más tranquila ahí en el lugar y comenzó a estudiar en la biblioteca.
Santiago llegó y se sentó a solo unas mesas de distancia, la observaba con los codos apoyados en la mesa y el libro abierto frente a él, aunque apenas lo miraba. Desde su posición, podía notar los mechones castaño oscuro de su cabello de Andrea cayendo sobre su rostro mientras estudiaba. Parecía tan concentrada, tan diferente de la Andrea de la secundaria que recordaba.