Entre miradas y silencios

Capítulo 8

Al final, Andrea aceptó ir a la fiesta. No estaba del todo convencida, pero Mariana la había insistido tanto que terminó cediendo. Así que ese mismo sábado, ambas fueron juntas a comprar disfraces.

—Aquí encontraremos muchos disfraces —dijo Mariana con entusiasmo—. ¡Yo ya encontré el mío!

—¿Cuál? —preguntó Andrea con curiosidad.

Mariana se acercó a un traje de payaso idéntico al de IT y lo levantó con orgullo.

—¡Y tiene la peluca! —exclamó emocionada.

Andrea sonrió por su amiga, pero, en su interior, las ganas de ir a la fiesta comenzaban a desvanecerse. Suspiró mientras Mariana se probaba su disfraz y comenzó a recorrer la tienda en busca de algo que le llamara la atención.

No quería elegir cualquier traje. Quería algo que pudiera volver a usar, algo que no terminara guardado en el fondo del armario durante el resto del año.

Entonces, lo encontró.

Un overol del famoso muñeco diabólico: Chucky.

Lo tomó entre sus manos y pensó que no estaba nada mal. Se veía cómodo, además de que podía combinarlo con otras prendas en su día a día. Decidió probárselo junto con la blusa de manga larga y la peluca pelirroja.

Frente al espejo, Andrea se observó con detenimiento. Sus ojos no eran celestes como los de Chucky, pero la imagen aún le parecía divertida. Se imaginó sosteniendo un cuchillo y sonrió con diversión. Claro, no usaría uno real.

Una vez comprados los disfraces, se dirigieron a la casa de una excompañera del colegio para cambiarse y maquillarse. Entre risas y comentarios sobre lo bien que se veían, terminaron de arreglarse y salieron hacia la fiesta.

La música retumbaba en el aire cuando llegaron. La casa estaba decorada con luces tenues y telarañas falsas, mientras que los invitados llevaban una variedad de disfraces, desde personajes de terror hasta trajes más creativos y extravagantes.

Andrea escaneó el lugar con la mirada, reconociendo a varios compañeros del colegio. Sin embargo, aún no veía a Ricardo. Tal vez estaba pero disfrazado de una manera que le impedía reconocerlo.

Entonces, sintió una presencia cerca.

—No esperaba verte aquí —dijo una voz masculina a su lado.

Andrea giró la cabeza y se encontró con Santiago. Él llevaba un disfraz sencillo, pero con detalles que hacían juego con su personalidad: una chaqueta oscura y una máscara en la mano, como si hubiera llegado directamente de una película de asesinos misteriosos.

—Mariana me convenció —respondió Andrea con una sonrisa incómoda.

Santiago asintió y la miró por unos segundos. Su expresión era amigable, pero había algo en su mirada que la inquietaba.

—Parece que estás disfrutando la fiesta —comentó, con un tono relajado.

Andrea sintió un escalofrío. No estaba segura de por qué, pero hablar con Santiago la hacía sentirse extraña. Él parecía completamente normal, pero algo en su actitud la hacía dudar.

Mariana, que había estado observando la escena, percibió la incomodidad de Andrea al instante.

—¡Andrea, ven! —dijo de repente, tomándola del brazo—. Necesito tu ayuda con algo.

Santiago las miró con una sonrisa de lado.

—Nos vemos luego, entonces.

Andrea asintió rápidamente, dejando que Mariana la arrastrara lejos.

—¿Qué pasa? —preguntó Andrea cuando ya estaban a una distancia segura.

—Él me da mala espina —susurró Mariana—. No sé qué quiere, pero no me gusta cómo te mira.

Andrea suspiró. No quería darle más vueltas al asunto, pero no podía negar que Santiago se comportaba de manera extraña.

Justo en ese momento, Mariana vio a José y se acercó a él con una sonrisa cómplice.

—Todo listo —le murmuró.

Andrea miró confundida.

—¿Qué? ¿Qué está pasando?

Antes de que pudiera reaccionar, Mariana y José la tomaron del brazo y la guiaron hacia un pasillo.

—Solo confía —dijo Mariana con una sonrisa misteriosa.

En cuestión de segundos, Andrea fue empujada dentro de una habitación. Sintió que alguien más entraba antes de que la puerta se cerrara con un clic detrás de ella.

Cuando se giró, su corazón dio un vuelco.

Frente a ella, disfrazado y con una expresión de sorpresa, estaba Ricardo.

Ricardo solo se dedicó a mirarla en silencio. Sus ojos recorrieron su disfraz de arriba a abajo con una expresión inescrutable. Andrea sintió un nudo en el estómago.

Finalmente, él apartó la mirada y preguntó en un tono bajo:

—¿Fue mi hermano?

Andrea, nerviosa, bajó la mirada y respondió:

—S-Sí.

Ricardo chasqueó la lengua con irritación.

—Ese pedazo de… —Se interrumpió antes de soltar un insulto y suspiró con fastidio—. Seguro fue idea de Mariana.

Se levantó de la cama de un salto y cruzó la habitación con pasos largos y tensos. Golpeó la puerta con impaciencia.

—¡Chicos, esto no es un juego! ¡Abran!

Silencio.

Resopló, pasándose una mano por el cabello con frustración. Andrea lo observó sin moverse, sintiendo la incomodidad crecer entre ellos.

Después de unos segundos, se armó de valor y preguntó, con voz baja y algo temblorosa:

—¿No me reconociste?

Ricardo dejó caer la cabeza hacia atrás, exhalando con pesadez.

—No te reconocí hasta que te vi bien.

Andrea sintió un ligero escalofrío recorrerle la espalda.

—Entonces… —Hizo una pausa y jugueteó con el borde de su manga—. ¿Por qué dijiste aquello desde el auto?

Él la miró de reojo y se apoyó contra la pared con los brazos cruzados.

—¿"Hola, amor"? —repitió con una media sonrisa.

Andrea asintió con un leve rubor en las mejillas.

Ricardo soltó una pequeña risa por la nariz.

—Bueno… me pareciste linda.

El corazón de Andrea casi explotó en su pecho. Sus manos temblaron y tuvo que entrelazarlas para disimular.

Pero antes de que pudiera decir algo, su razón le ganó a la emoción y preguntó con cautela:

—¿Lo dices así con todas las que te parecen lindas?



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En el texto hay: triangulo amoroso

Editado: 08.03.2025

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