La fiesta continuaba afuera, el aire vibraba con la música y el murmullo de las conversaciones. Santiago estaba rodeado de amigos que no veía hace mucho. Reía, bebía un poco y hablaba de anécdotas del colegio, pero su mente estaba en otra parte.
Desde que había llegado, tenía en mente una sola cosa: hablar con Ricardo. Eran muy buenos amigos en el colegio, pero con el tiempo se habían distanciado. Quería ponerse al día, saber en qué andaba… y, aunque no lo admitiera abiertamente, quería entender qué había pasado con Andrea.
Porque en el fondo, le incomodaba.
Él nunca se consideró alguien obsesivo, pero desde que Andrea apareció de nuevo en su vida, las preguntas en su cabeza no lo dejaban en paz.
¿Por qué lo ignoró en la secundaria? ¿Por qué nunca le respondió, ni siquiera con un "no"? Sabía que ella era tímida y callada, pero… ¿tanto así como para ni siquiera dignarse a darle una respuesta?
Se suponía que ya había superado ese sentimiento de ser invisible para ella. Pero verla otra vez, después de tantos años, había removido algo que creía enterrado.
Y ahora, cuando al fin había logrado distraerse en la conversación, sus ojos captaron un movimiento cerca de la entrada de la casa.
Allí estaban.
Andrea, Ricardo, Mariana y José salían juntos, como si nada.
El ambiente entre ellos era imposible de leer. Pero Santiago sintió un nudo en el pecho cuando vio a Andrea.
En el colegio, todos sabían que a ella le gustaba Ricardo. Era evidente, no podía disimularlo. Sus ojos hablaban más de lo que su boca jamás diría. Cada vez que lo miraba, parecía estar soñando despierta, atrapada en un mundo donde solo existían los dos.
Y ahí estaban ahora.
La pregunta lo golpeó de nuevo con fuerza.
¿Por qué yo no?
No era envidia. O tal vez sí.
No quería aceptarlo, pero sentía una punzada de celos. No porque siguiera sintiendo lo mismo de antes, sino porque le dolía recordar que nunca tuvo una oportunidad.
No con ella.
Y lo peor era que ni siquiera sabía si eso realmente le importaba o si solo era el viejo resentimiento hablando.
Los vio acercarse a la mesa donde estaban los saladitos. Todavía era temprano, la fiesta apenas calentaba motores y la mayoría seguía dispersa en grupos, conversando o bailando sin prisa. Desde su lugar, Santiago los observó con atención.
Los veía hablando. El ambiente, de lejos, se veía bien. Demasiado bien.
Andrea parecía tranquila, aunque de vez en cuando bajaba la mirada, como si dudara de lo que decía. Ricardo, en cambio, tenía esa actitud relajada de siempre, pero había algo en su expresión… ¿una sonrisa fugaz? ¿Un gesto más suave que de costumbre?
Santiago sintió una punzada de incomodidad.
No sabía exactamente qué esperaba ver. ¿Qué Andrea siguiera mirándolo como si no existiera? ¿Qué Ricardo la tratara con indiferencia?
La sensación que lo invadió fue extraña. No era rabia. Tampoco tristeza. Pero tampoco le gustó.
Quizás era esa idea molesta de que él, que había esperado tanto para hablar con Andrea, apenas había conseguido unas pocas palabras sin sentido. Y, en cambio, Ricardo, con apenas estar ahí, parecía recibir toda su atención sin esfuerzo.
Se obligó a apartar la mirada y beber un poco más de su vaso.
“Es cosa del pasado”, se dijo. “Solo una tontería del colegio.”
Pero el nudo en su estómago decía otra cosa.
Santiago se sirvió otro vaso. Ni siquiera recordaba cuántos llevaba. No era de beber, al menos no tanto, pero esa noche no quería pensar demasiado. Cada trago quemaba menos que el anterior, pero la sensación en su pecho seguía ahí, como un eco molesto que no lograba ahogar.
Se rió con sus amigos, habló de anécdotas del colegio, de cómo había cambiado la vida en estos años. Pero cada vez que su mirada se desviaba sin querer hacia Andrea y Ricardo, sentía una punzada en la boca del estómago.
Para cuando se dio cuenta, Andrea y Ricardo ya no estaban juntos.
El momento perfecto.
Se levantó con más decisión de la que realmente tenía y fue hacia Ricardo. No era un mal tipo, después de todo. Habían sido buenos amigos en el colegio. Pero en ese instante, Santiago no tenía del todo claro qué era lo que quería decirle.
Ricardo, en cambio, parecía tranquilo, como si no se hubiera dado cuenta de nada. No había tocado ni una sola copa en toda la noche.
—¡Hermano! —dijo Santiago, dándole una palmada en la espalda con más fuerza de la necesaria—. Hace tiempo que no hablamos.
Ricardo arqueó una ceja al notar su estado.
—Sí, ha pasado bastante —respondió, con su tono pausado de siempre pero sonriente por ver su mejor amigo del colegio ahí—. ¿Todo bien?
Santiago se rió, quizás más de la cuenta.
—¡Claro, claro! Solo quería hablar… recordar viejos tiempos. ¿Te acuerdas cuando…?
Y comenzó a hablar. O al menos, a divagar. Pero en algún punto de la conversación, sin darse cuenta, las palabras comenzaron a girar en torno a Andrea.
Santiago giró el vaso en su mano, observando el reflejo de las luces en el líquido ámbar. Había bebido más de lo que acostumbraba, pero no lo suficiente para no saber lo que estaba diciendo.
—Se puso más bonita —murmuró de repente, sin apartar la vista de Andrea.
Ricardo siguió la dirección de su mirada. Andrea estaba a unos metros de ellos, riendo con Mariana. No tenía ni idea de que era el tema de conversación en ese momento.
—Sí, más, porque ya lo era —respondió Ricardo con simpleza.
Santiago dejó escapar una risa suave, casi nostálgica.
—Sí —suspiró. Sus dedos jugaron con el borde del vaso—. Me acuerdo de muchas cosas de ella. De cómo era en el colegio… cómo se sonrojaba cuando le hablaban de ti.
Ricardo frunció levemente el ceño.
—¿De mí?
—Vamos, Ricardo. Sabes que le gustabas. Todos lo sabíamos. Te miraba como si fueras la única persona en el mundo… —Santiago pausó, apretando la mandíbula—. Así como yo la miro ahora.