Entre miradas y silencios

Capítulo 11

Pasaron los días, pero Andrea seguía sintiendo una incomodidad latente. No podía dejar de pensar en aquella noche: en la conversación con Santiago, en el momento en que estuvo encerrada con Ricardo, en cómo sus emociones habían quedado expuestas sin que pudiera hacer nada para evitarlo.

Después de que Santiago se marchó aquella noche, Mariana salió de su escondite. Andrea intentó limpiarse rápidamente las lágrimas, pero era inútil. Mariana ya lo había visto todo. Sin decir una sola palabra, se acercó y la abrazó con firmeza. No preguntó nada. No necesitó hacerlo.

Cuando Andrea se tranquilizó, Mariana le sonrió con dulzura y la animó a regresar a la fiesta. Le propuso bailar juntas o ir con las demás compañeras que estaban sentadas que eran de su curso en el tiempo de escuela. A pesar de que todos en la reunión se conocían desde la secundaria, las dinámicas no habían cambiado: separados en grupos.

La nostalgia estaba presente, pero muchos no se habían visto luego de años. Aunque ahora solo eran conocidos que compartían recuerdos en común, no dejaron que eso los detenga como para ponerse al día.

A medida que avanzaba la noche, el ambiente se tornaba más vibrante. Las luces parpadeaban con intensidad, la música resonaba en cada rincón y los rostros de muchos comenzaban a tornarse rojizos por el efecto del alcohol. Andrea se sumó a las conversaciones, tratando de distraerse, de fingir que todo estaba bien. Pero, en el fondo, la sensación de vacío seguía ahí.

Los días siguientes fueron complicados. Andrea tenía dificultades para concentrarse en clase. Aunque intentaba distraerse con tareas y actividades, su mente volvía una y otra vez a esa noche.

Clara no tardó en notarlo. No le preguntó directamente, pero su mirada hablaba por sí sola. Finalmente, Andrea decidió hablar. No entró en muchos detalles, su tono era más firme de lo habitual, casi distante, como si intentara protegerse de sus propios sentimientos.

Clara la escuchó en silencio. Cuando Andrea terminó, su amiga sonrió con dulzura y tomó su bolso.

—Ven, vamos a comprar algo dulce —dijo con naturalidad.

Andrea arqueó una ceja.

—¿Por qué?

—Porque sé que te gusta y porque leí en alguna parte que el azúcar ayuda a mejorar el ánimo.

—¿Y crees que eso es cierto?

—No lo sé, pero vale la pena intentarlo.

Andrea la miró por un momento antes de suspirar y seguirla. No estaba segura de que un dulce fuera a cambiar su estado de ánimo, pero al menos, por un instante, sintió que no estaba sola.

Cuando llegaron a la heladería, Andrea decidió pedir un cono con dos bolas de helado. Clara hizo lo mismo.

—Era que hayas venido a la fiesta que hicieron los de administración —comentó Clara mientras tomaba su helado.

Andrea arqueó una ceja.

—Seguro lo administraron bien.

Ambas se rieron, y por primera vez en días, Andrea sintió que podía respirar sin ese peso en el pecho.

Clara comenzó a contarle cómo había estado la fiesta, exagerando algunos detalles para hacerla reír. Andrea la escuchaba con una pequeña sonrisa mientras saboreaba su helado. Quizás las cosas no estaban del todo bien, pero en ese momento, al menos, se sentía un poco mejor.

Al día siguiente, en la universidad, durante una de sus clases, el profesor saca trabajos pasados y menciona el título de un escrito que Andrea había realizado tiempo atrás: Recuerdo de un amor inconcluso. Sin mencionar nombres, dice:

—Este texto me llamó la atención cuando lo leí. Tiene una sinceridad y un sentimiento que últimamente son difíciles de encontrar. Me pregunto si la persona que lo escribió todavía piensa igual sobre lo que plasmó aquí, porque, según lo que narra, esto sucedió hace años.

Andrea siente un pequeño golpe en el pecho al escucharlo. Tal vez cree que nadie lo relacionará con ella, pero Clara, que está a su lado, la mira de reojo y sabe que ese escrito es suyo.

Más tarde, al salir del aula, Clara la acompaña sin presionarla y le pregunta:

—¿Sigues pensando igual que cuando escribiste eso?

Andrea se niega a responder. Al terminar la clase, el profesor le pide que se quede un momento. Clara la mira y le hace un gesto indicándole que la esperará afuera.

—Me encanta tu escrito, tiene lo que busco en una narración: sentimiento, autenticidad, transmite exactamente lo que quiere expresar. —Deja de mirar la hoja y alza la vista hacia ella—. Es muy conmovedor. Pero hay algo que me llamó la atención. —Hace una pausa antes de continuar—. ¿Te das cuenta de que, en toda tu historia, te describes como una observadora?

—¿Observadora? —pregunta Andrea, sin entender del todo—. Solo estaba contando lo que sentí en ese momento.

—Sí, lo sé. —Asiente—. Pero fíjate: en tu relato, estás en el césped, mirando la carrera. Describes su sonrisa, su energía, cómo iluminaba tus días… pero, ¿dónde estás tú en todo eso? ¿Dónde está Andrea, la protagonista de su propia historia?

—No sé… —se encoge de hombros, más confundida—. Supongo que solo estaba ahí, viendo todo.

—Exacto. —El profesor sonríe con comprensión—. Eres una espectadora. Observas, admiras, incluso idealizas… pero no actúas. ¿No te parece que eso refleja cómo vives otras partes de tu vida?

Andrea se siente ofendida por un momento. Él ni siquiera la conoce como para decirle que no actúa. Pero, tras respirar hondo, comienza a pensar en su vida y se da cuenta de que sus palabras tienen razón. Aun así, le incomoda la charla.

—No lo había pensado así… —baja la mirada, pensativa—. Creo que no quería arruinar las cosas.

—Tu escrito es excelente, Andrea. Como dije, me encanta. Y esto no tiene nada que ver con la tarea, porque tienes una calificación sobresaliente. Pero es un consejo personal. Llevo meses observando a mis estudiantes, y me gusta decirles lo que percibo por si desean reflexionar al respecto. Un docente no solo está para evaluar, sino también para apoyar.



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En el texto hay: triangulo amoroso

Editado: 08.03.2025

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