Al día siguiente, al despertar, Andrea se dirigió al baño para lavarse los dientes y refrescarse el rostro. Apenas el agua fría tocó su piel, recordó la invitación de Ricardo y, de inmediato, comenzó a lavarse más rápido. Apenas terminó, agarró su celular para verificar si el mensaje era real. Sí, ahí estaba. No lo había soñado.
Sintió un vuelco en el estómago y, de repente, la emoción la invadió. Caminó con paso acelerado hasta su armario y abrió las puertas de par en par. La crisis comenzó. ¿Qué se suponía que debía ponerse? Había logrado un encuentro a solas con Ricardo y, aunque fuera como amigos, no podía evitar ilusionarse. Tal vez... ¿tal vez tenía una oportunidad?
Se cruzó de brazos, observando su ropa. Nada parecía adecuado. ¿Demasiado arreglada? ¿Muy simple? ¿Y si parecía que se estaba esforzando demasiado? Suspiró con frustración y, sin pensarlo mucho, marcó el número de Mariana.
—¡Mariana, auxilio!
—¿Qué pasó? —respondió su amiga al instante, con voz alerta. Andrea casi nunca llamaba, porque no le gustaban las conversaciones por celular.
—No sé qué ponerme...
Hubo un silencio breve y luego un grito del otro lado de la línea.
—¡Voy para allá!
Mariana era una apasionada por la moda, no por nada estudiaba diseño y gestión de la moda. Si alguien podía ayudarla, era ella. Vivía a media hora de Andrea, así que Andrea aprovechó para darse una ducha antes de que llegara.
Minutos después, el timbre de la casa sonó con insistencia. Mariana había llegado.
—Hola, Mariana —saludó la madre de Andrea al abrir la puerta—. Enseguida le aviso a Andrea.
—Buenas, señora, muchas gracias.
—¡Andrea! ¡Mariana está aquí!
Andrea apenas había salido de la ducha y su madre la vio en toalla.
—Tranquila, yo le abro la reja. Tú cámbiate rápido.
Andrea se puso ropa ligera mientras esperaba que Mariana subiera a su habitación.
—¿Puedo pasar? —preguntó su amiga tras tocar la puerta.
Andrea abrió y Mariana ingresó rápido, con una gran sonrisa.
—Me dijo Mariana que le pediste ayuda para ropa. —Dice su madre asombrada desde la puerta—. ¿A donde irás?
Andrea se sintió avergonzada. No quería mentir, pero tampoco sabía cómo responder. Suspiró y, tras un largo silencio, decidió confesar.
—Un chico me invitó a salir.
—¿¡Qué!? —exclamó Mariana.
Madre y amiga la miraron sorprendida a Andrea.
—Pero solo como amigos... —aclaró Andrea, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas.
—¿Quién? —preguntó Mariana de nuevo, ansiosa por la respuesta.
Andrea vaciló un instante antes de murmurar:
—Ri-Ricardo.
—¿Quién es Ricardo? —preguntó su madre, frunciendo el ceño con curiosidad.
Andrea no hablaba mucho de su vida personal, así que para su madre era un nombre completamente nuevo.
—Es un compañero de la escuela —contestó Mariana, riendo con emoción—. ¡Qué emoción! ¡Ahora entiendo por qué necesitas ayuda!
La madre de Andrea, con una sonrisa cálida, decidió unirse a la elección del atuendo. Si era alguien especial para su hija, debía lucir hermosa.
Después de revisar varias opciones y de que Mariana descartara una y otra vez combinaciones, finalmente eligieron un conjunto perfecto para la ocasión: un suéter de manga larga en color beige claro, que resaltaba su piel y le daba un aire dulce, combinado con un pantalón de mezclilla de corte recto y unos botines bajos en tono marrón. Un look casual pero arreglado, lo suficiente para verse bonita sin parecer que se había esforzado demasiado.
Mariana le ayudó a peinarse, dejando su cabello suelto con ligeras ondas naturales, y su madre le dio una cadenita con un pequeño dije en forma de estrella.
—Te traerá suerte —le dijo con cariño mientras se la colocaba en el cuello.
Andrea se miró en el espejo y, por primera vez, se sintió satisfecha con su reflejo. No estaba exagerada, pero tampoco se veía común y corriente. Era ella, solo con un pequeño toque extra.
Suspiró profundamente antes de tomar su bolso y mirar la hora, ya casi era la hora del encuentro.
Su madre y Mariana entendieron y le desearon lo mejor en la "cita".
Mariana la acompañó hasta afuera y le dijo:
—Luego me lo cuentas todo. — Y se marchó hacia su casa.
Andrea ya debía irse también. Ya era hora de encontrarse con Ricardo.
Antes de salir, su madre le dio algo de dinero. Mientras esperaba el micro, decidió comprar un dulce para calmar los nervios. Se tomó un momento para respirar hondo y mentalizarse: solo era una salida entre amigos.
—Nada de qué preocuparse —murmuró para sí misma.
Sin embargo, su corazón no parecía estar de acuerdo.
Al llegar a la cafetería, Andrea miró por la ventana y vio que Ricardo recién se estaba sentando. Al parecer, él también acababa de llegar.
—Uff, tranquila... —se dijo a sí misma en un intento de calmar sus nervios.
Respiró hondo y, con paso firme, entró al local. La cálida iluminación y el aroma a café recién hecho la envolvieron, brindándole una sensación de tranquilidad. Ricardo, distraído viendo el menú, levantó la mirada al sentir su presencia y le dedicó una sonrisa.
—Andrea, justo a tiempo.
—Hola —saludó ella, sentándose frente a él—. ¿Llevas mucho esperando?
—No, acabo de llegar —dijo, dejando el menú a un lado.
En ese momento, el camarero se acercó para tomar la orden.
Andrea echó un vistazo a la carta y decidió pedir un capuchino acompañado de un par de cuñapés. Era aún temprano y no había comido nada desde la noche anterior. Ricardo pidió lo mismo, pero además agregó una porción de pastel de chocolate como postre.
Mientras esperaban, el silencio se instaló entre ellos. La incomodidad flotaba en el aire.
—¿Y qué estudias? —preguntó Ricardo, rompiendo finalmente el silencio.
—Filología hispánica —respondió Andrea—. ¿Y tú?
—Sociología.
Otro silencio incómodo.