Llegó el lunes y, en la materia de Latín, les dejaron un proyecto para exponer en dos semanas. El equipo de drea se conformaba por tres personas más. No eran cercanos, aunque solía hablar con ellos. De hecho, fueron ellos quienes la incluyeron en el grupo. En esa materia no coincidía con Clara, ya que ella la había cursado en verano.
—Este será su último trabajo —anunció el profesor—. Luego de que expongan todos los grupos, tendrán un examen. Esa será una de sus últimas notas, y la más alta será la del examen, así que esfuércense. No vengan pidiendo más puntos cuando termine el semestre.
Para organizarse, crearon un grupo de WhatsApp con el nombre "Los latinos 😆".
Pasaron tres días y nadie escribía. El jueves, Andrea decidió animarse. Como tenía tiempo libre, se puso a investigar sobre la evolución del latín mientras esperaba que alguien respondiera. Aun así, no podía evitar sentirse nerviosa. Le preocupaba lo que pudieran pensar de ella, pero más aún que nadie hiciera nada. Sin embargo, trataba de justificarlos, pensando que tal vez estaban ocupados. Si no contestaban, les escribiría de nuevo el fin de semana.
Pidió una computadora en la biblioteca, entregando su carnet de estudiante para poder utilizarla.
Justo en ese momento, Santiago entró a la biblioteca y la vio dirigirse a las computadoras. Curiosamente, él iba a hacer lo mismo. Pensó que no podía ser solo coincidencia, sino una señal del destino. Después de su conversación con Ricardo, había decidido intentar acercarse a Andrea, y esta parecía una oportunidad perfecta.
Sin dudarlo, entregó su carnet y solicitó una computadora.
Cuando llegó a la sala, escogió el asiento junto a ella, aunque Andrea ni siquiera notó su presencia.
Así que decidió concentrarse en su propio trabajo, sin querer interrumpirla. Aun así, la observaba de reojo de vez en cuando, asegurándose de que no tuviera problemas. Si los tenía, estaba dispuesto a ayudarla.
Los minutos pasaron y luego las horas. Santiago terminó antes que Andrea, pero ella seguía inmersa en su tarea, completamente concentrada. Pensó que tal vez estaba teniendo dificultades, así que decidió hablarle.
—Hola —saludó.
Andrea se sobresaltó, saliendo abruptamente de su concentración. Respondió por reflejo con un “hola”, pero al voltear y ver de quién se trataba, su expresión cambió.
—Tranquila —dijo Santiago, notando su reacción—. Si necesitas ayuda, puedo darte una mano.
Andrea se sintió incómoda. No podía evitar pensar que él seguía afectado por su rechazo. De hecho, una punzada de culpa se instaló en su pecho.
—No tengo idea por dónde empezar —dijo Andrea, cohibida.
Dudó por un momento, sin saber si debía compartir su verdadera preocupación.
—¿Quieres ayuda? —preguntó Santiago.
Andrea suspiró pesadamente.
—Es un trabajo en grupo... —hizo una pausa— No sé cómo vamos a organizarnos si nadie escribe. No hemos coordinado nada y, para colmo, apenas conozco a los de mi equipo.
—Ya veo... —murmuró Santiago, pensativo—. Deberías dar el primer paso.
—Pff... —rió nerviosamente—. Ya escribí en el grupo, pero nadie ha contestado.
—Tal vez podrías guiarlos, decirles que investiguen por su cuenta y luego unir todo. Algo así… pero que tú seas quien coordine.
Andrea lo meditó por unos segundos. No le gustaba la idea de autonombrarse jefa de equipo, pero parecía la única alternativa.
—Te doy mi número. —Santiago le extendió un papelito con su contacto—. Si te dejan sola, puedo ayudarte. Soy bueno con las investigaciones, así que podrías salir del apuro.
De repente, el celular de Andrea vibró. Lo miró y vio un mensaje de Clara preguntándole dónde estaba. Su siguiente clase ya había empezado y ella seguía en la sala de computación de la biblioteca.
—Gracias.
Tomó el papelito rápidamente y comenzó a guardar su cuaderno y sus cosas en la mochila con prisa.
—Me tengo que ir, voy tarde a mi clase —se despidió apresurada.
Sin pensar, le dio un beso en la mejilla antes de salir casi corriendo. No se detuvo a analizar su gesto; estaba acostumbrada a despedirse así a veces, aunque no le agradaba mucho el contacto físico. Algunas personas le habían dicho que era de buena educación, y en su apuro ni siquiera reparó en lo que había hecho.
Santiago se quedó paralizado, viéndola salir de la biblioteca tras pedir su carnet. Instintivamente, se llevó una mano a la mejilla, sintiendo el calor subirle hasta la cara.
—Tranquilo, Santiago… —se dijo a sí mismo, aunque su rostro seguía ardiendo.
Finalmente, pidió su carnet y salió de la biblioteca, dirigiéndose a casa con una sensación extraña en el pecho.
Cuando llegó a su clase, Andrea pidió disculpas a la docente por su tardanza e ingresó rápidamente. No podía faltar por nada, pues estaban en las últimas semanas del semestre.
Al terminar la clase, se dirigió junto a Clara, suspirando con frustración.
—No sé qué hacer con mi grupo… nadie responde en el chat y el tiempo sigue corriendo.
Clara la escuchó y, con calma, le dio un consejo:
—Deberías ser más firme sí no contestan hasta el fin de semana. Pero recuerda que es muy pronto, así como tú tienes otros trabajos, ellos también. Puedes pregunta individualmente cuáles son sus motivos para no responder y toma la iniciativa. A veces, aunque uno sea tímido, debe convertirse en líder. Si no lo haces, podrías terminar perdiendo puntos valiosos.
Andrea se quedó pensativa. Sabía que Clara tenía razón, pero dar ese paso le resultaba complicado.
Al llegar a casa, revisó su teléfono con la esperanza de ver algún mensaje de su grupo, pero la pantalla seguía en silencio. Suspiró con frustración y dejó el celular a un lado.
De repente, su mente comenzó a divagar, repasando lo ocurrido en el día, hasta que un recuerdo la golpeó de lleno: el beso en la mejilla.
Su rostro se sonrojó de inmediato.
—Oh no… —murmuró, cubriéndose la cara con las manos—. Tal vez lo malinterpretó.