Llega el lunes y, antes de la clase, Andrea les pide las partes a cada uno de su grupo. Sin embargo, todos le dicen que no han podido hacer nada, excepto el compañero que le había mencionado que tenía tareas de otras materias. Él le entrega algo, aunque es muy poco. Aun así, Andrea lo toma con calma, pero con los otros dos intenta tranquilizarse, aunque la frustración la carcome por dentro.
Durante la clase, los ve relajados y despreocupados, lo que solo aumenta su enojo. Al finalizar la materia, decide enfrentarlos con firmeza:
—Debemos organizarnos sí o sí. Si no lo hacemos, yo expondré sola. He intentado ayudarlos, pero si no ponen de su parte, no voy a caer con ustedes.
A pesar de su determinación, una punzada de culpa la invade. No entendía por qué se sentía así cuando, en realidad, ellos estaban abusando de su paciencia. ¿O acaso realmente esperaban no obtener esa nota?
—Todavía hay tiempo, tranquila —dijo con calma el que había mencionado que estaba descansando el fin de semana.
—Ya tengo hecha la línea de tiempo. Pero ¿Qué sugieren hacer entonces? —preguntó Andrea.
Los tres se miraron entre sí, y Andrea no pudo evitar sentirse juzgada. Por un momento, pensó que tal vez no les agradaba y que solo la habían incluido en el grupo por lástima.
—Haré un documento en Google y lo compartiré para que vayamos colocando nuestras partes en el marco teórico. También hay que dividir el informe, y Mauricio puede encargarse de las diapositivas. Aunque sea flojo, es muy bueno haciéndolas —sugirió la otra chica del grupo.
Andrea suspiró. Sentía que ni siquiera servía como líder o jefa de grupo, así que simplemente aceptó la propuesta.
—Entonces, espero el enlace. Yo ya tengo mi parte lista —dijo resignada.
—Pásame lo que quieres que ponga en tus diapositivas y yo me encargo de hacerlas —dijo Mauricio.
—Cuando llegue a casa te lo paso, está en mi computadora.
—Está bien, entonces así quedamos.
Se despidieron y Andrea se sintió aún peor, como si a los demás no les importara su esfuerzo. Sin embargo, mientras cada uno hiciera su parte, ella estaría satisfecha… al menos habría nota.
Justo cuando intentaba dejar el tema atrás, su teléfono vibró con un mensaje inesperado de Santiago. Al parecer estaba con curiosidad sobre cómo le había ido con su grupo.
Andrea le contó lo sucedido, y Santiago intentó animarla con palabras de aliento, asegurándole que había actuado bien y que no debía sentirse mal. Sin embargo, aunque Andrea le agradecía y fingía que sus palabras le ayudaban, por dentro seguía sintiéndose pequeña y triste por la situación.
Iba cabizbaja, sin ganas de nada, caminando sin rumbo. Solo quería despejar su mente, pero no podía. Su cabeza no hacía más que torturarla con pensamientos que no podía apagar.
Sintió vibrar su celular y, sin detenerse del todo, lo sacó del bolsillo. Al ver quién era, un nudo se formó en su estómago. A la tristeza por lo ocurrido antes se le sumó un nerviosismo repentino.
"Te veo. Cuidado, que aparezca un integrante de Deblin Boys y tú ni enterada."
Frunció el ceño y comenzó a mirar a su alrededor, confundida. Un segundo después, el celular volvió a vibrar.
"Mira arriba."
Andrea alzó la vista y comprendió por qué no lo había visto antes. Ahí estaba él, bajando las escaleras con su andar relajado, hasta que llegó a su lado.
—¿Qué pasó? —preguntó Ricardo—. Andas cabizbaja, más pensativa de lo habitual.
Andrea arqueó una ceja. ¿Más de lo habitual? ¿Acaso me observa seguido?
—Disculpa por no haberte escrito antes —continuó él—. Estuve ocupado... seguro tú también, ya sabes, falta poco para terminar el semestre.
—Puff... —suspiró Andrea con pesadez.
—Eso quiere decir que sí, ¿no? —Ricardo sonrió con diversión.
Andrea asintió con la cabeza.
—Entonces hagamos todo lo que se pueda para sobrevivir a este semestre —se rió.
Andrea lo miraba. Con solo verlo, su día se iluminaba. Y esa sonrisa... era como música melodiosa para sus oídos.
—¿Qué pasa? Te veías triste y ahora sonríes radiante.
Andrea se sonrojó al darse cuenta de que había estado sonriendo sin notarlo, embobada al verlo.
Ricardo lo notó de inmediato. Preguntó solo para confirmar sus sospechas, aunque la verdad es que lo sabía desde el colegio. De hecho, casi todo el curso lo sabía. Siempre hay uno que otro despistado, pero para la mayoría era evidente la forma en que Andrea lo miraba. Y ahora, años después, él podía notar que seguía mirándolo igual.
Por un momento, pensó en Santiago. Su amigo le había contado sobre el progreso que estaba haciendo con ella y también del problema con su grupo. Ricardo lo sabía, pero no diría nada.
—No sé qué pasa, pero te digo algo, Andrea: tú puedes. —Hizo una pausa y luego sonrió—. Ahora debo irme, mi clase empieza en unos minutos...Levanta la cabeza, no vayas a caerte, y quién sabe, tal vez por ahí ves tu futuro soñado. Nos vemos. —Se despidió con la mano en alto antes de alejarse.
—Nos vemos —se despidió también ella.
Andrea lo siguió con la mirada, aún con el corazón latiendo fuerte. No sabía si su emoción venía por sus palabras o simplemente por el hecho de que él se las había dicho.
Ese breve encuentro la dejó soñando despierta. Con nuevos ánimos, decidió continuar con su día. Al llegar a casa, preparó parte del material para la presentación: menos texto, más imágenes, justo lo que quería que ponga Mauricio en las diapositivas de su parte de ella.