Margareth se encuentra en la cocina preparando la cena, mientras Robert y Elizabeth están sentados en la mesa de la sala principal.
El padre lee su diario como es habitual y la niña se pinta las uñas de color azul.
— ¿Dónde se habrán metido estos dos? — pregunta la madre con tono preocupado, mientras revuelve con un cucharon de madera el guiso de lentejas, el cual será la cena de hoy. Padre e hija siguen con lo suyo. Al ver que ambos actúan como si no la hubieran escuchado se acerca al desayunador que divide la cocina de la sala.
— ¿En esta casa a nadie le importa lo que sucede? — pregunta con enfado.
Robert, quien es el que está dándole la espalda, hace a un lado lo que está leyendo y gira su cabeza para poder mirarla a los ojos.
— Las marmotas tienen 18 años ya — dice y vuelve a su postura anterior — Ya están un poco grandes, ¿no? — agrega mientras levanta nuevamente el periódico.
A Margareth no le gusta nada su respuesta, en cambio a Elizabeth la hace sonreír. Siempre le causó gracia que su padre los llame de esa manera.
— Claro pa, Tenes razón, si ya son dos señores — comenta Elizabeth con tono irónico y mira a su madre — ¿No viste ma? ya tienen pelusa en la cara? — al parecer la ironía abunda en los Tindergar. A Robert le encanta, por eso no intenta disimular su risa al escuchar tal acotación.
Claramente la única que está preocupada es Margareth. Para ella su hijo siempre será pequeño y necesitará de ella, por lo que suelta un suspiro y haciendo que no con la cabeza vuelve donde su olla para seguir con lo suyo.
De fondo, en la ventana que da al patio trasero, se ve asomada la cabeza de Thomas, quien observa la situación, pero sin alcanzar a oír lo que dicen. A lo largo de su regreso no habían hallado a Tankian y volvieron planeando su entrada a la casa ya que no pueden dejar que lo vean a Thomas en el estado en que se encuentra. Concuerdan en que mantener el cofre en secreto sería lo mejor, secreto de hermanos lo llamaron.
Ya son las 8 de la noche, la tranquilidad de Calm River sumada a que las familias ya se están preparando para la cena, fue lo que ayudo a que nadie percibiera su regreso al pueblo.
En esta situación lo mejor es que ingresen por esa misma ventana trasera y suban directamente a la habitación de Thomas. Eso fue lo que hicieron. Una vez allí esconden el cofre debajo de la cama y Thomas se dispone a cambiarse de ropa. Sus prendas por lo general son similares, muchas remeras negras y pantalones de jeans, son pocas las probabilidades de que su madre y su hermana, quienes fueron los que lo vieron salir, noten dicho cambio. De los dos es el que está en peor estado, debido a la caída y tampoco pueden aparecer como por arte de magia dentro de la casa. Callados y tratando de hacer el menor ruido posible, salen por el mismo lugar que ingresaron, sin olvidar limpiar los rastros de barro que quedaron en la ventana a su paso.
— Vení Adrian — le dice en voz baja mientras se sitúa debajo de un arbolito que tienen en el parque trasero y pide a su amigo que sacuda las ramas que están encima de él.
— Pero te vas a mojar otra vez — cuestiona Adrian, aunque no demora ni un segundo en hacer lo pedido. No perdería la oportunidad de hacer lo que parecía una broma de mal gusto, pero a pedido. Efectivamente, al hacerlo, un centenar de gotas cayeron sobre él, dejándolo nuevamente mojado.
Mientras se dirigen a la puerta de entrada, Adrian le pregunta que fue eso de mojarse. Thomas planea muy bien, lo único que no se había cambiado son las zapatillas embarradas y no debía estar totalmente seco si su amigo no lo estaba ya que se encontraban juntos. Es una cuartada perfecta.
Ahora sí, parados en la puerta principal ambos sueltan un suspiro a fin de relajarse.
— Acá no pasó nada — dicen al mismo tiempo y cruzan la puerta.
Margareth al escuchar la puerta suelta el cucharon de madera que está utilizando y se apresura a recibirlos.
— ¡¿En dónde se habían metido?! — pregunta mientras limpia sus manos en un trapo amarillo que tiene colgando del bolsillo del delantal.
— Fuimos a dar una vuelta ma, cuando empezó a llover nos quedamos bajo el primer techo que encontramos esperando que pare un poco — responde Thomas rápidamente, mientras lo hace, con la mirada busca a su desaparecido Tankian.
— ¿Y Tankian? — pregunta al no verlo en su lugar habitual, cerca del hogar a leña situado en la sala de estar.
— Se fue con ustedes, no me digas que se perdió — exclama Eli desde la mesa, si bien su hermano es el dueño legítimo, ella también siente un gran aprecio por el felino.
— Cuando comenzó a llover salió corriendo — se adelanta a contestar Thomas, no está dispuesto a confesar que en realidad lo perdió de vista estando en el bosque.
— Pensamos que venía para acá — agrega su amigo, avalando la mentira.
— Acá no está — afirma su madre — De ser así, estaría en la conmigo en la cocina — siempre que Margareth cocina, Tankian se sienta junto a ella esperando recibir algún bocado de lo preparado.