Todos están sentados. La cena esta noche es amena y un tanto rápida. Un clima tranquilo y sin discusión. Elizabeth, Adrian y Thomas se miran con ansiedad, todos quieren seguir con la tarea que se asignaron.
Ni bien terminan de dar su ultimo bocado se despiden de los mayores y suben otra vez a su cuarto, que a esta altura ya bien podrían llamarlo su "guarida". Elizabeth, después de esperar tan solo unos minutos, sigue los pasos de los amigos. Sus pasos por la escalera son extrañamente ruidosos, más que lo de costumbre, como anunciándose al andar. Ahora caminando por el pasillo que distribuye a las habitaciones ya es más evidente que quiere hacerse escuchar cuando decide comenzar a silbar una canción carente de sentido. Al momento en que pasa por delante de la "guarida" la puerta se abre y de allí sale una mano que sostiene el poema hallado dentro del cofre. Eli lo toma y con una sonrisa en su rostro apura su paso y la puerta de su cuarto se cierra con llave luego de entrar.
Abajo, en la sala, Margareth y Robert hacen sobremesa mientras toman un negro café.
—Si mañana siguen con fiebre hay que llevarlos al médico— Margareth deja salir su preocupación de madre con ambos.
— ¿Te parece? — cuestiona su marido —es solo una simple fiebre, además, si viven pegados como siameses es obvio que uno iba a contagiar al otro— agrega.
Aunque Margareth sabe que estuvieron fuera al momento de la tormenta de ayer, por lo cual es más que lógico una buena gripe, no puede contener su preocupación. Pero las palabras de Robert lograban darle algo de tranquilidad.
—Bueno, vamos a ver como amanecen mañana— dijo la mujer antes de dar un sorbo a su café.
Robert acaricia la mano de su mujer, aquella que no sostiene la taza, la que dejó reposando sobre la mesa.
— ¿No te parece extraño que los tres hayan estado tan callados durante la cena? — le dice en voz baja a su mujer. Eso si es algo poco habitual, no había día que los hermanos armen alguna discusión. Cosa de hermanos.
—Hay, Robert— contesta mientras sonríe y afirma —ellos son extraños—
Mientras tanto, en la habitación de Thomas, los amigos ya están acostados y dispuestos a dormir. La búsqueda de información, sumada a una fiebre muy alta como la que tienen los ha dejado exhaustos. Ambos concluyen que lo mejor es descansar y levantarse temprano para continuar con la búsqueda con la cabeza más despejada. Así lo hicieron, quitaron los abrigos de sus camas para evitar levantar aún más temperatura, apagaron las luces y ya están abatidos por un profundo sueño. En cambio, Elizabet, no planea lo mismo. Antes de acomodarse en su cuarto baja en busca de una jarra de café, se excusa que va a quedarse haciendo tareas para el colegio. No preguntaron mucho sus padres ya que es algo que hace frecuentemente, pero esta vez, la tarea es otra cosa tan diferente como enigmática.
Después de cerrar su puerta se acomoda rápidamente en su escritorio. A la izquierda tiene su jarra de café, a su derecha su taza preferida ya humeando, esa que tanto le gusta, la que está decorada con flores azules, y frente a ella, ese bendito poema, el cual ya había mutado para transformarse en un acertijo. No sabe cuánto va a descifrar, pero así esté toda la noche despierta no se va a quedar solo con los dos primeros renglones.
La noche pasa velozmente, ella sigue desglosando el poema y tomando un sinfín de anotaciones en su cuaderno. En la habitación contigua los amigos dormidos son iluminados solo por la luna que ingresa a través de la ventana cuando la frente de Thomas comienza a humedecerse y al igual que la noche anterior sus extremidades comienzan a temblar. Esta vez los temblores parecen más fuertes y comienzan a incrementa su intensidad, llegando al punto en que ahora todo su cuerpo está convulsionando. En su cabeza, una oscuridad total. Al cabo de unos segundos de tremendos sacudones, Thomas cae de su cama y su cara da contra el suelo. Dolorido abre sus ojos, no puede distinguir nada con claridad. Atontado como está, logra darse vuelta, quedando su espalda pegada al piso. Ahora lleva su mano derecha hacia su pómulo, al tocarlo siente un dolor ardiente, el suelo duro como roca y la fuerza de gravedad se encargaron de hacerle un corte en su pómulo, lugar delicado para aguantar todo su peso.
El corte es de tal manera que pareciera que se hubiera golpeado contra una punta de algo, y su forma una L, con su parte más larga subrayando su parpado inferior izquierdo y la más corta bajando del lado contrario al lagrimal. Toca el corte con su dedo índice y anular, está húmedo. Coloca su mano delante de él, intenta ver, aunque no logra distinguir nada con la visión nublada como la tiene sabe perfectamente está sangrando. En ese momento alguien ingresa a la habitación, Thomas atontado por el golpe entrecierra sus ojos tratando de distinguir quien es esa persona que se acerca a él. Puede distinguir que es una mujer y lleva un largo vestido, al parecer es de color azul.
A medida que la mujer avanza la visión de Thomas mejora lentamente, aprovecha para mirar a su alrededor. Su habitación ahora parece más oscura, se siente un olor a humedad, como a encierro y, ¿dónde está Adrian? Thomas es ayudado y devuelto a su cama.