Entre Mundos: Relatos Cortos.

Los Deseos del Genio.

Eran pasada las cinco de la mañana e Isabel Gonzales se encontraba peligrosamente cerca de golpear a su compañero de patrulla, en su primer día como policía.

 Isabel no era tonta, tenía bien claro que como mujer en la fuerza de policía debería hacer de la paciencia su mejor amiga. Pero había algo sobre el Oficial Rivero que la hacía perder los estribos. Quizás era su personalidad altanera, sus comentarios misóginos o su rebelde actitud de no querer hacer su trabajo a toda costa. Todas validas razones que la hacían querer golpearlo en la mandíbula la próxima vez que eructara los restos de su cena, cuando escuchó un par de estallidos a la distancia.

―¿Esos fueron disparos? ―preguntó, inclinándose hacia los asientos de atrás para ver por la ventana trasera.

―¿...eh? ―murmuró Rivero, frotándose los ojos―. Ah, no sé, quizás.

Isabel pestañeo.

―¿Y no crees que deberíamos ir a investigar? ―Isabel se volteo para enfrentarlo, su mandíbula tensa―. ¿Asegurarnos que no haya nadie herido?

―Ve si quieres ―dijo encogiéndose de hombros―, pero mi turno termina en veinte minutos así que no cuentes conmigo.

 Isabel resoplo y metió la llave en el arranque, dándole una media vuelta para que el motor se encendiera.  Rivero le dio un golpe en la mano y quitó la llave del arranque, silenciando las calles una vez más.

―Te dije que mi turno termina en veinte minutos ―recalco con el ceño fruncido―, si quieres ir a investigar, ve tu sola.

―¿Y me dejarías recorrer las calles sola, compañero? ―preguntó con ironía.

―Estas grandecita, González ―dijo arrastrando la mirada por su cuerpo―, puedes cuidarte sola, ¿verdad?

 Isabel no contestó, salió del auto dando un portazo y se adentro en la oscuridad de la noche con su mano aferrada al arma en su cintura.

 Sabía muy bien que era prácticamente un suicidio, encontrara la fuente de los disparos o no. Lo ideal siempre era recorrer las calles con un patrullero, era más seguro pero también más eficaz. Por más enojada que estuviera, no podía hacerlo sola y a pie, era como buscar una aguja en un pajar. Tarde o temprano debería darse media vuelta y volver a la patrulla con Rivero. Isabel no tenía dudas de que si volvía después de sus preciados veinte minutos, no lo encontraría ni a él ni a la patrulla.

 Estaba a punto de regresar cuando noto la puerta de un edificio abierta de par en par. Se quedó bajo el foco de luz, observando calle abajo por si veía a alguien. Era un edificio descuidado de tres pisos, con las paredes grafiteadas y las ventanas rotas. Más allá de la puerta, solo se veía oscuridad.

―¡Maldición, Gonzalez! ―protestó Rivero a través del comunicador de su hombro. Isabel se sobresaltó―. ¿Piensas tardar más tiempo?

―Encontré algo ―dijo al comunicador, después de tomarse el tiempo de respirar hondo para que su voz no temblara―. Creo que es el lugar donde se produjeron los disparos.

―¿Hablas enserio? ―dijo Rivero con voz ronca.

―Afirmativo ―contestó, Isabel podía sentir a Rivero rodando los ojos―. Un robo o, es más probable, un desacuerdo entre bandas.

―Vuelve enseguida ―le ordenó Rivero―. Ya terminó nuestro turno.

―¿Seguirás con esa actitud? ―pregunto enojada, ya sin importarle si levantaba la voz―. ¿Qué te parece hacer tu trabajo una vez en tu vida, Rivero? ¿Te costaría mucho?

―Me costará mucho si haces que te disparen ―contestó mordaz―. ¿Dónde estás?

Isabel le paso la dirección en la que creía encontrarse.

―Quédate ahí ―dijo él―. No te muevas, iré a buscarte y nos iremos de aquí, de vuelta a la comisaría.

 Isabel apretó el botón para contestar, pero no logró que las palabras salgan de su boca. Soltó el botón y suspiro. Calle abajo, sobre el horizonte el sol comenzaba a mostrar sus primeros rayos de sol.

Quizás no valía la pena seguir con esto.

 Volvió a mirar hacia el edificio y se encontró con una extraña luz verde saliendo de las ventanas del tercer piso. La luz se extendió por la calle, tan brillante que Isabel tuvo que desviar la mirada, parpadeó un segundo y se apago. Miro hacía donde Rivero debería aparecer con la patrulla pero solo vio oscuridad.

Tomó su comunicador y apretó el botón: ―Vi algo, voy a entrar.

 En cuanto soltó el botón, escuchó las quejas de Rivero. Estaba furioso, le gritaba todos los insultos y maldiciones que conocía, y parecía conocer bastantes. Isabel saco su arma y la sostuvo con fuerza, en su otra mano su linterna encendida.

 Estaba lista. La adrenalina se esparcía como electricidad por sus venas. Se sentía viva. Corrió hasta el edificio y se adentro en la oscuridad. 



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En el texto hay: misterio, ciencia ficcion, plot twist

Editado: 26.06.2019

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