—Pensé que eras del tipo romántico.
—Lo soy.
—En el caso de que no entiendas la definición de romántico, déjame decirte que es todo menos esto.
—Tan agradable... —comenta con gran sarcasmo en su voz.
—Siempre —es lo único que respondo—. Duncan, este lugar no me da muy buena espina —observo con suma atención los callejones que podrían dar paso a una banda de ladrones en cualquier momento—. Estoy comenzando a pensar que debo haber traído a Maxon, haría el papel de guardia.
—Ya vamos a llegar.
—Eso fue lo que dijiste desde que entramos a este lugar que no he visto en toda la vida.
—Precisamente por eso sientes inseguridad, no has estado jamas en el.
—Tal vez tienes razón —sopeso la situación—, pero estoy acostumbrada a desconfiar.
—Míralo de esta manera —me diprije una pequeña mirada—, no tienes que confiar en este lugar, tienes que confiar en mi. El único peligro en el que alguna vez te podría meter lo determinaré después de que gane la apuesta —dicho esto, entrelaza su mano con la mía. El gesto me toma desprevenida, es lo malo de no estar acostumbrado a este tipo de cosas, más aún cuando es un lugar en el que jamás he estado.
No murmuro nada mientras caminamos entre el montón de paredes blancas, sino fuera porque lo he seguido desde que bajamos del auto, diría yo que estamos atravesando un laberinto.
El trayecto que nos queda es corto, unos cuantos giros y de pronto Duncan se detiene en una de esas tantas puertas blancas que parecen difuminarse entre las paredes. No son paredes, en realidad son muros, pero que esten blancas me confunde tanto que no puedo evitar llamarlas de esa manera.
—Ya llegamos —anuncia, abriendo la puerta, estoy a punto de pasar cuando coloca un pie en frente mío. El chico de ojos color miel niega con la cabeza en mi dirección—. Espérame unos segundos aquí afuera, no demorare nada.
—Siempre es un placer servirte, Evans —digo, dando un paso hacia atrás. El muchacho rueda las ojos y finalmente entra cerrando la puerta en el proceso. La intriga corre por mis venas a una velocidad bastante notable, pero me obligo con gran precaución una vez más a observar todo lo que me rodea.
Todo está tan tranquilo...
Es una tranquilidad que me pone los vellos de punta, volviéndome un completo manejo de nervios.
Nada ha sonado, nada se ha movido... solo son paredes blancas las que me rodean. Es entonces cuando me doy cuenta de lo acostumbrada que estoy a mi entorno. De lo sobreprotectora que me he vuelto gracias al ambiente que me rodea desde que nací. Para empezar, la más mínima tranquilidad me pone los pelos de punta... No estoy acostumbrada a esto a diferencia de él. No estoy acostumbrada a personas como él. A él.
—Bell.
—¿Mhmmm?
—Ya puedes entrar —hace un gesto hacia la puerta.
Me acerco guardando el silencio durante los pocos paso que hay. Duncan se hace a un lado abriéndome la puerta.
Desde mi punto de vista, aunque no este adentro, todo se ve jodidamente oscuro. Y si hay algo que deteste, es la oscuridad absoluta. Arqueo una ceja hacia Duncan, pero no hago ningún cometario. Simplemente entro con total normalidad, como si mi corazón no estuviera a punto de salir de mi pecho.
Prontamente, la puerta se cierra detrás mío, todo queda sumido en una oscuridad intacta. Estoy prácticamente segura de que si fuera un infante el que estuviera en mi lugar hace mucho rato se hubiera puesto a llorar o un posible ataque de pánico le hubiera cortado la respiración.
Entonces todo se vuelve brillante. Todo se vuelve plateado. Todo se vuelve luz. Todo se vuelve fantástico.
La impresión es tanta que tengo que expulsar un suspiro cuando me doy cuenta que esto no es nada de mi imaginación. Es algo así como un cuarto, pero esta totalmente rodeada de luces plateadas parecidas a las que utilizan en Navidad en las películas —digo en las películas porque lo máximo que se puede escuchar durante esa época son las luces de la ambulancia—. No es muy grande, pero si lo suficiente como para que quepa un pequeño sofá, un tazón de palomitas, y una televisión.
Una noche de película...
Camino hasta colocar una de mis manos entre las tiras de luces plateadas que parecen estar adjeridas a la pared, pero que en realidad cuelgan del techo. La luz no es demasiado fuerte así que por fortuna no me deja ciega, para ser sincera, reflejan un tipo de luz agradable.
Joder, esto es realmente...