—Bell —Barry murmura a medida que me acerco—, pensé que no te iba a ver esta semana. Es muy tarde como para que andes por acá ¿sucede algo?
Niego con la cabeza humedeciendo mis labios.
—Lucas me contó que la mamá y el papá de Hannah se encuentran aquí, con ustedes —corrijo, un tanto vacilante—. La última vez...
—Ellos comprenden que verla te dejó en shock, no tienes nada de qué disculparte.
—No vengo a disculparme, vengo por otras razones.
Vacila por unos momentos pero finalmente asiente.
—Ven, déjame guiarte.
Ambos comenzamos a caminar. Aprovecha para contarme que el padre de Hannah está siendo documentado y haciendo negociaciones para terminar con toda la mierda en la que se ha metido para levantar a su esposa y a Hannah. Tal parece que Barry les brindará ayuda tanto a Dalia como a Josh, eso sí, mientras que Josh desembuche todo lo que sabe a la policía. Por lo que me dice, a pesar de que ha pasado al rededor de tres días desde lo sucedido, ninguno de ellos tiene nada que perder.
El lugar, la zona de trabajo, o las oficinas encargadas en las que se encuentran las personas del proyecto personalizado por Barry se dividen en dos edificios. Cada uno con diferentes oficinas y cuartos, algunos más grandes que otros. Generalmente cuando venimos para reunirnos nos encontramos en el primer edificio. Por supuesto, como todos los edificios de esta zona de Detroit, no es que sean muy bonitos, pero sin duda mejores que otros.
Salimos del edificio número uno para internarnos en el dos. En este se instalan la mayoría de las personas a las que traen antes de ser llevadas otro lugar, o simplemente aquí es donde se encuentran todas las personas encargadas del proyecto cuando no trabajan; como los policías, enfermeros, etcétera.
—Es aquí —dice, deteniéndose en una de las habitaciones de huéspedes del edificio—. No he visto demasiado a Dalia, en su mayoría es Josh con quien hablo, está un poco deprimida por lo de su hija, tomate tu tiempo —me regala una sonrisa tranquilizadora antes de irse.
Tomo una bocanada de aire frente a la puerta solo porque Dalia era una buena madre. Ella se preocupaba por Hannah, de la misma manera en que Josh, su padre, lo hacía por ella. No es fácil aceptar que una persona cercana a ti, a la que pudiste ayudar, a la que pudiste levantar, ya no esté cerca tuyo para hacerlo porque se fue. No es fácil aceptar que pudiste hacer algo por alguien que se quitó la vida. Es duro porque te hace sentir ignorante, distante, mal... una mierda de persona. Si yo me siento de esa manera, no quiero imaginar cómo se encontrarán sus padres.
Toco la puerta con suavidad y espero.
Poco tiempo después, el cabello rubio junto con aquellos ojos verdes y facciones a las de la chica que era mi mejor amiga me golpean con fuerza. Pensé que lo que me iba a destrozar al venir aquí era el sentimiento de culpa, pero lo único que me destroza ahora es el sentimiento del recuerdo.
—Bell —su voz sale en un susurro antes de desgarrarse.
La tomo entre mis brazos dejando que ahogue sus sollozos en mi hombro. Dejo que lo haga porque a ella también la destroza el sentimiento del recuerdo. El recuerdo de las noches en las que ella llegaba y de casualidad me encontraba yo con ella. Con Hannah.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que su cuerpo deja de sollozar. La tela de mi blusa esta empapada pero ciertamente me importa un carajo. Sus ojos me observan y aprieto mis labios en una final línea porque tiene los mismos ojos que Hannah cuando terminaba de llorar.
—Lo siento —susurra, levantándose del suelo—. Yo no quería...
—No se preocupe, perder a una hija no es algo fácil de considerar —digo, ella asiente continuamente, antes de pasar una mano por su rostro y sentarse en la orilla de la única cama de la habitación.
Tardo unos segundos en hacerlo, pero tomo asiento a su lado.
—Lamento no haber hablado con ustedes esa noche —susurro, en un tono bajo que contrasta con el silencio en el que nos hallamos sumidas.
—No, claro que no. Entiendo ¿sabes? A pesar de que fue mi hija yo no la vi de la manera en la que tú la viste.
—De cualquier manera debí hablar o decir algo.
— ¿Algo como qué? —cuestiona ella, en el mismo tono bajo que hemos utilizado desde hace rato.
—Yo... No lo sé.
Una vez más, el silencio se apodera del ambiente. Se vuelve dueño de nuestros pensamientos, y es que, en este momento, nuestros pensamientos le pertenecen a una sola persona. Una ya no está porque se cansó de luchar.