Las sirenas de la policía resonaban a lo lejos, pero acercándose rápidamente, cortando la tranquilidad de la mañana en el Barrio Colonia Nueva Vida. Luka García, de pie frente al espejo del baño, trataba desesperadamente de limpiarse las manos manchadas de sangre. Su corazón latía con fuerza, y el pánico se apoderaba de su pecho. Sabía que habían venido por él.
Había sido una decisión desesperada, guiada por la presión de sus amigos. Alejandro, "El Cuervo", había asegurado que sería fácil, que nadie saldría herido. Pero las cosas se torcieron rápidamente. El robo a mano armada en la pequeña tienda del barrio terminó con Luka huyendo por las calles oscuras con su corazón latiendo desbocadamente. Lo que el no sabía es que uno de sus amigos, Diego "El Chino", lo había delatado para salvar su propia piel.
Mientras se escondía en el baño, la respiración agitada de Luka era lo único que podía escuchar con claridad, pero pronto se dio cuenta de que también podía oír a su madre, Ana, murmurando nerviosamente en la planta baja. Su voz era apenas audible, pero la ansiedad que transmitía era palpable. Niko, su hermano menor de diez años, estaba en la cocina, tratando de entender el caos.
—¿Mamá, por qué están las sirenas tan cerca?— preguntó Niko con voz temblorosa. La inocencia de su hermano era un puñal en el corazón de Luka.
—No te preocupes, cariño. Todo va a estar bien, respondió Ana, intentando mantener la calma a pesar de su voz trémula. "Solo quédate aquí conmigo." La voz de su madre calmó a Luka, pero sabía que no podía quedarse escondido para siempre. La incertidumbre lo consumía.
Mientras las sirenas se acercaban, Luka se miró al espejo del baño y recordó las sabias palabras de "El Profe", el personaje del pueblo que siempre tocaba su guitarra en la plaza. "El Profe" le había enseñado que cada decisión, buena o mala, tenía su precio. En ese momento, esas palabras resonaban con más fuerza que nunca.
El sonido de los golpes en la puerta principal lo sacó de sus pensamientos. Era el momento de enfrentar las consecuencias de sus acciones. Mientras se cambiaba la remera ensangrentada, cada movimiento parecía una cuenta regresiva hacia un destino incierto. Pero también sabía que, de alguna manera, encontraría la fuerza para seguir adelante, porque para el rendirse nunca había sido una opción.
Lo único que Luka no sabía era que ese hecho le cambiaría la vida para siempre, pero para eso él tendría que esperar mucho tiempo.
Luka se miró al espejo, sus ojos llenos de desesperación y culpa, reflejando la tormenta que rugía en su interior. —¿Cómo pude ser tan estúpido? —se recriminó en voz baja, su voz apenas un susurro en el pequeño cuarto que parecía cerrarse sobre él. Mientras sostenía su remera ensangrentada en las manos, escuchó un golpe fuerte en la puerta principal, como si el destino mismo llamara a su puerta.
—¡Abran la puerta! —gritó uno de los policías desde afuera, su voz llena de autoridad y amenaza—. ¡Si no abren, la derribaremos! El eco de sus palabras parecía resonar en la mente de Luka, aumentando su ansiedad y miedo.
El grito del policía retumbó en todo el vecindario, un vecindario donde vivían los olvidados por la sociedad, donde las casas alineadas como soldados cansados y los grafitis en las paredes eran un grito silencioso de desesperanza. El aire estaba impregnado de pobreza y desesperación, una realidad cotidiana para los habitantes de esas calles que parecían haber perdido la esperanza. La oscuridad de la noche parecía envolver todo, como si la propia sombra de la desesperación se hubiera posado sobre el barrio. Y en medio de todo esto, Luka se sentía atrapado, sin salida, con la policía en su puerta y su futuro en juego.
Los vecinos, al escuchar el grito del policía, corrieron sus cortinas para mirar lo que sucedía. Entre ellos, "El Profe" miraba por la ventana, y una tristeza recorrió su alma al darse cuenta de que era el domicilio de la familia de Luka.
Luka siempre estuvo acostumbrado a las visitas de la policía en diferentes rincones del vecindario, pero en su casa nunca se habían metido y mucho menos siendo él el protagonista.
—Voy a abrir, no es necesario que la derriben —respondió Ana, su voz temblorosa pero firme.
Ana se giró hacia Nico, que observaba todo con ojos llenos de miedo. —Niko, siéntate en la mesa y sigue desayunando tu té con tostadas. ¿Recuerdas? Es tu desayuno favorito antes de ir a la escuela.
Niko se sentó, pero sus manos temblaban mientras agarraba la taza. —Mamá, tengo miedo...
—Tranquilo, cariño. Todo va a estar bien. Solo quédate sentado tranquilo que todo va a estar bien.
Ana respiró hondo y se dirigió hacia la puerta. Al abrirla, un policía entró en la casa mientras otro permanecía afuera, junto al patrullero con las luces de la sirena aún encendidas, iluminando la calle con destellos rojos y azules.
—¿Sabe usted el paradero de Luka García? —preguntó el policía, su tono autoritario pero respetuoso.
Ana tragó saliva. —Sí, yo soy su madre. Debe estar en su habitación. No lo escuché entrar anoche, pero asumo que está durmiendo.
Ana, aún con la puerta abierta, levantó la vista hacia la parte superior de la casa, una casa tipo dúplex muy deteriorada. La vivienda había sido heredada de su padre, pero los años de falta de mantenimiento y las deudas en los servicios por falta de pago debido a la difícil situación del país la habían convertido en un lugar deslucido y sombrío. Ana trabajaba como ayudante de cocina en un restaurante, un empleo de medio tiempo que apenas le permitía mantener la casa y cuidar de sus hijos. Había perdido muchos empleos anteriormente debido a su problema con el alcohol y, en ocasiones, abuso de sustancias.
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Editado: 02.12.2025