Entre Muros y Sueños

Capítulo 2 : El Precio de la Culpa

Dentro del patrullero, Luka se quedó en silencio, con la mirada fija en el suelo. Los dos oficiales que lo habían arrestado intentaron hacerle preguntas, pero él no respondió.

-Oye, Luka, ¿qué pasó ahí? ¿Fue tú quien disparó?-, preguntó el oficial, su voz grave y autoritaria. Luka permaneció en silencio, apretando los puños contra el asiento, su mirada perdida en un punto indefinido. Las palabras del oficial resonaron en el aire, sin encontrar eco en su rostro.

-No seas tonto, chico. Uno de tus amigos nos dijo todo. Nos dijo que tú fuiste quien disparó. ¿Entiendes?-, continuó el oficial, impaciente. Luka levantó la cabeza, su mirada encontró la del oficial, pero no dijo nada. Sus ojos parecían vacíos, hundidos en un pozo profundo de culpa.

El oficial, percibiendo la resistencia de Luka, se acercó un poco más, su voz adoptó un tono más amenazante.

-Te lo advierto, Luka. La verdad siempre sale a la luz. Tu amigo, el Chino, dijo que tú lo hiciste. ¿Sabes lo que eso significa?-.

Su estado de ánimo era sombrío, y no tenía ganas de hablar. En su lugar, se concentró en la radio del patrullero, que emitía noticias sobre el clima. La voz del locutor era monótona y calmada, un contraste con la tormenta que se desataba en su interior.

Las luces de la sirena parpadeaban en la calle mientras el patrullero se detenía en un semáforo. Luka miró por la ventana, observando a la gente que pasaba por la acera. Algunos se detenían a mirar el patrullero, con curiosidad o desinterés. Luka se sintió como un animal enjaulado, expuesto a la mirada de todos.

Cuando el patrullero llegó a la comisaría, Luka fue escoltado por los oficiales hasta el interior del edificio. La gente se daba vuelta a observarlo, con sus ropas ensangrentadas y su mirada perdida. El ambiente opresivo y frío de la comisaría lo envolvía, haciéndolo sentir como un prisionero.

Luka caminó en silencio, con los oficiales a su lado. Pasaron por un pasillo estrecho y llegaron a una zona de celdas. Los oficiales lo detuvieron frente a una de ellas y abrieron la puerta. Luka entró, sin resistirse. La celda era pequeña y oscura, con una cama estrecha y un inodoro en un rincón. Luka se sentó en la cama, con la mirada fija en el suelo.

Encerrado en la celda, Luka se hundió en el duro colchón, sus ojos fijos en las paredes grises y desnudas. Un rayo de sol se colaba por la única ventana, dibujando una delgada línea dorada que marcaba el límite entre la oscuridad y la miseria. Era un recordatorio cruel de la libertad que había perdido.

El tiempo se arrastró, cada segundo era una eternidad. Las horas pasaban lentamente, marcadas sólo por el tic-tac de un reloj invisible. Luka cerró los ojos, intentando encontrar algo de paz en la quietud, pero las memorias inundaron su mente.

Las imágenes comenzaron con fragilidad, tenues y borrosas como fotografías antiguas. Luego, con fuerza, se volvieron nítidas, vibrantes, llenas de colores.

En ese momento la celda se volvió un eco de su propia culpa. Luka se contorsiono en el duro colchón, las imágenes del asalto lo atormentaban como espectros.

Los recuerdos de aquella noche volvieron a su mente como una marea oscura. Luka se vio a sí mismo, nervioso y sudoroso, con el arma en sus manos temblorosas. El Cuervo le había dado la pistola con una sonrisa burlona, asegurando que solo era para intimidar. Pero Luka no se sentía seguro con un arma en sus manos, era un inexperto.

Mientras apuntaba al dueño del local, sus manos temblaban. El hombre, un anciano con ojos cansados, lo miraba con una mezcla de miedo y resignación. Luka se sintió un cobarde, un ladrón que se escondía detrás de un arma. Quería salir corriendo, dejar todo y no mirar atrás.

Pero El Cuervo lo había convencido de que era la única forma de obtener el dinero que necesitaban. "Es fácil", le había dicho. "Solo entra, apunta y pide el dinero. Nadie se va a resistir". Pero Luka sabía que no era así. Sabía que algo podía salir mal, que alguien podía resultar herido.

Y entonces, todo se descontroló. El dueño del local se movió de repente, y Luka se asustó. Su dedo se deslizó sobre el gatillo, y el arma se disparó. El ruido fue ensordecedor, y Luka se sintió como si hubiera sido golpeado por un rayo.

La escena se volvió borrosa, y Luka se sintió como si estuviera flotando en el aire. Vio al dueño del local caer al suelo, de golpe, como si una fuerza invisible lo impulsara, se acercó al anciano y se arrodilló a su lado. Intentó poner sus manos en la herida que le había producido el disparo, tratando de frenar el sangrado. Pero la sangre brotaba con demasiada fuerza, y Luka se sintió impotente para detenerla.

Se asustó al ver la sangre acumulada en el suelo. Miró alrededor en busca de ayuda, pero El Cuervo y El Chino retrocedían hacia la puerta, gritándole que se fuera con ellos.

Luka se sintió atrapado. No quería dejar al anciano, pero tampoco quería enfrentar las consecuencias. La confusión y el miedo se apoderaron de él, y soltó la herida. Sus manos estaban llenas de sangre y se sintió cubierto de culpa.

Con un último vistazo, Luka corrió hacia la puerta, siguiendo a los demás. La adrenalina corría por sus venas y su corazón latía con fuerza. No sabía qué iba a pasar, pero sabía que tenía que escapar. La culpa y el miedo se quedaron con él.

Luka se sacudió la cabeza, intentando despejar la niebla que se había formado en su mente. Estaba de vuelta en la celda, solo y rodeado de paredes grises. Pero los recuerdos de aquella noche seguían vivos en su mente, como una herida que no sanaba.

Luka se sentó en la cama, observando cómo ese rayo de sol mañanero se colaba por entre las rendijas de la ventana alta de su celda. La luz dorada iluminó el polvo suspendido en el aire, creando un efecto casi mágico que contrastaba con el ambiente sombrío que lo rodeaba. En ese momento, su mente comenzó a divagar hacia recuerdos lejanos, aquellos que parecían tan distantes como las estrellas.




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