Entre Muros y Sueños

Capitulo 3: Bienvenido al Infierno

Una sensación de desgano pesó sobre Luka, al observar el muro de cemento de las paredes desgastadas de las estructuras de la correccional, el frío del suelo se filtró a través de sus zapatillas gastadas al bajarse del patrullero que lo trasladó hasta la Correccional. Sus ojos, grises como la tormenta que se avecinaba, buscaban cualquier indicio de esperanza en ese lugar tan desolador.

A su lado, el oficial, con una mirada de superioridad, le instruyó:— Sigue derecho, no te detengas!!— Luka obedeció, sus pasos eran lentos, pesados, como si esa prisión ya estuviera cargándose sobre sus hombros. Los demás internos lo miraban, algunos con curiosidad, otros con desprecio.

El aire estaba cargado de un olor metálico, una mezcla de sudor y detergentes baratos. La camisa ensangrentada, aún seca tras una rápida limpieza que apenas había conseguido borrar las evidencias de la violencia del día anterior, esas prendas le quemaban la piel, como si las manchas de sangre, aún visible a pesar del intento de limpieza, fuera una acusación palpable.

Una puerta custodiada por un guardia corpulento con uniforme impoluto y expresión severa, se abrió al paso de Luka. Cruzó el umbral, abandonando la tenue claridad del patio para adentrarse en un edificio gélido y sumido en las sombras.

Su vestimenta de calle aún se adhería a su cuerpo, aunque Luka sabía que esa ropa manchada de sangre no duraría mucho tiempo. El eco de sus pasos se desprendían en el piso de piedra gris mientras recorría un pasillo que parecía infinito, interrumpido por las ángulos agudos de las paredes de hormigón denso.

Observando por las ventanas de dicho pasillo Luka vislumbra un patio de cemento rodeado de edificios bajos y desgastados. Chicos con ropas grises y blancas juegan al fútbol, sus risas sin brillo se pierden en el aire. Carteles con lemas como "Educación es Libertad" y "El Cambio Empieza Aquí" cuelgan de las paredes, pero la pintura se descascara en los bordes, como si la promesa de un futuro mejor se desvaneciera con el paso del tiempo.

Dos guardias con uniformes azul marino escoltan a Luka a través del pasillo angosto que conduce a la sala de registro, una sala fría y mal iluminada. El aire denso y cargado de desgano se mezcla con el olor a desinfectante, creando una atmósfera que Luka desconocía. Los guardias, con miradas impasibles, lo mantienen en un constante silencio tenso.

Uno de los guardias, un hombre robusto con una cicatriz en la ceja izquierda, le ordena de forma seca: —Quítate la ropa contra esa pared!!—. Luka obedece, sintiendo la mirada de los guardias cargadas de una intensidad que le hacía sentir vulnerable. Los guardias verificaron cada costura de la ropa con manos rápidas y firmes.

Mientras Luka observaba cómo sus prendas eran recogidas en bolsas de plástico, sintió una mezcla de tristeza y vergüenza. La camisa ensangrentada, testigo de sus errores, iba a desaparecer como un recordatorio de su pasado. Le entregaron un uniforme institucional: una camiseta blanca con el logotipo de la correccional (un árbol roto que se convertía en un libro), pantalón gris con rodilleras remendadas y zapatillas ajustadas sin cordones. La sensación de insignificancia y uniformidad lo invadió al vestirse con esas prendas frías y sin detallar.

Un agente extendió una pulsera plástica con una identificación impresa en ella: su nombre, el número de interno (#209) y su tipo de sangre. Él la deslizó en su muñeca, un recordatorio palpable de su nueva realidad: apartado y reducido a un simple número dentro de esas paredes.

El guardia, con una sonrisa burlona dibujada en su rostro rugoso, retomó la mirada de Luka.

—Esta ropa ya no necesita más pericias, chico—, dijo en un tono que denotaba un desprecio crónico.— ¿Qué harás con esto? ¿La quieres tirar, o la quieres guardar para cuando algún día salgas de aquí? —.

Ignorando el sarcasmo del guardia, Luka observó la bolsa de plástico con su ropa y pidió que la desecharán. No quería nada que le recordará aquella noche trágica que le había traído este destino tan incierto a su vida.

Mauricio Beltrán, conocido en los pasillos de la correccional como "El Mauri", observó el procedimiento desde la entrada con sus brazos cruzados sobre su pecho ancho y con su mirada penetrante escudriñaba cada movimiento de Luka, como si estuviera buscando alguna señal de debilidad en la mirada vacilante del joven. El silencio en la sala era cortante, una tensión palpable que solo era interrumpida por el suave susurro del aire acondicionado.

Mauricio se acercó hasta quedar a centímetros de Luka, su aliento a tabaco y café barato invadió el espacio entre ellos; "Bienvenido al infierno, chico", dijo con una sonrisa cruel.

Luka observó con cautela al hombre corpulento que se erguía frente a él, sus ojos oscuros y penetrantes clavados en los suyos. Mauricio Beltrán, el jefe de seguridad del pabellón de hombres, desprendía una aura de autoridad inquebrantable.

—Bien, chico, déjame dejarte unas cosas claras—, comenzó Mauricio, su voz grave y firme.— Aquí mando yo, ¿entiendes? Aquí no hay espacio para errores ni para que ustedes mocosos se salgan con la suya—.

Luka asintió en silencio, sintiendo cómo el miedo se acumulaba en su garganta. Sabía que debía mantener la calma y obedecer si quería sobrevivir en este lugar.

—Mi apodo es 'El Mauri'—, continuó Mauricio, acercándose más a Luka hasta que sus rostros casi se tocaban. —Y te sugiero que lo tengas muy presente, porque si alguna vez te olvidas de quién manda aquí, te vas a arrepentir—.

Luka tragó saliva, sintiendo cómo el corazón le latía con fuerza en el pecho. —Sí, señor—, respondió en voz baja, sin atreverse a mirar a Mauricio a los ojos.

—Bien!—, dijo Mauricio, dando un paso atrás. —Ahora, escucha con atención. Aquí hay reglas que tienes que seguir al pie de la letra. Nada de peleas, nada de intentos de fuga, nada de drogas ni alcohol. Si te atreves a romper alguna de estas reglas, te las verás conmigo!!!—.




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