Luego del almuerzo los internos se fueron a sus celdas. Luka se recostó en la estrecha cama de la celda, contemplando el techo gris y dejando que sus pensamientos divagarán.
Pero en medio de la incertidumbre por saber como estarían su madre y Niko, la imagen de Anto se mantenía presente en su mente. La había visto sola en el comedor, concentrada en su dibujo, y algo en ella había captado su atención.
Quizás era la tranquilidad que parecía emanar de ella, un oasis de paz en medio de este lugar hostil.
Luka se preguntó qué tipo de historia se escondía detrás de esa chica reservada y talentosa. ¿Qué la habría llevado a este lugar? ¿Cómo sería su vida antes de llegar a la correccional? Deseaba poder conocerla mejor, entender lo que la motivaba a expresarse a través de esos murales.
Justo en ese momento, el sonido de una bocina interrumpió sus pensamientos. Era la hora del recreo, y los internos comenzaron a salir de sus celdas y a dirigirse al patio.
Luka se levantó de la cama, sintiendo un nudo de nervios en el estómago. Sabía que tendría que enfrentar a los otros reclusos, entre ellos el intimidante Toro y sus secuaces.
Mientras caminaba por el pasillo, Luka observaba a su alrededor, tratando de memorizar cada detalle de este nuevo entorno.
El sol de la tarde se irradiaba sobre el cemento del patio. Luka, luego de caminar por el largo pasillo, encuentra el patio y busca con su mirada a Mati, quien lo ubica sentado en uno de los bancos. Luka se acerca y dialogan.
-Entonces, ¿esto es lo que hacen durante el recreo? -pregunta Luka, observando a los internos dispersos por el patio.
Mati asiente con la cabeza.
-Sí, es el único momento del día en el que podemos salir de las celdas. Aunque claro, siempre hay guardias vigilando -señala con la cabeza hacia donde el agente Mauricio Beltrán, conocido como "El Mauri", observa con atención desde una esquina, fumando un cigarrillo.
Luka traga saliva, recordando la advertencia que le hizo el agente anteriormente.
-Y esa máquina de ejercicios, ¿la usan a menudo? -pregunta, señalando un viejo aparato en una de las esquinas.
-Ah, sí, algunos internos la usan, pero hay que tener cuidado. Una vez, uno de los chicos se lesionó cuando se rompió un pedal -Mati ríe, tratando de aligerar el ambiente-. Y allá está la cancha de fútbol, aunque los partidos suelen terminar en peleas.
Luka asiente, memorizando cada detalle. De pronto, su mirada se desvía hacia una de las esquinas del patio, donde un único árbol logró crecer entre las grietas del pavimento. Allí, sentada en un banco, Antonella Ruiz se balancea suavemente sobre sus pies, alejada de las demás chicas. Sus labios se mueven en una canción que solo ella puede oír, y sus dedos dibujan círculos en el aire, siguiendo una melodía interna.
Mati notó que la mirada de Luka se había desviado hacia la chica solitaria en el rincón del patio. Con una sonrisa pícara, Mati dio un codazo a Luka.
-Veo que alguien tiene el ojo puesto en nuestra amiga Anto -dijo, dándole un pequeño empujón-. ¿Por qué no vamos a presentarte?
Luka se sonrojó ligeramente, pero no pudo evitar sentir curiosidad por aquella chica que parecía perdida en su propia melodía.
-Vamos, no seas tímido -insistió Mati, tomándolo del brazo y guiandolo hacia el banco donde Antonella se balanceaba suavemente.
Al acercarse, Mati saludó a Anto con familiaridad.
-¡Ey, Anto! ¿Cómo va todo? Mira, quiero presentarte a alguien -dijo, haciendo un gesto hacia Luka-. Este es Luka, el nuevo. Luka, ella es Antonella, pero todos la llamamos Anto.
Anto levantó la mirada, sorprendida, y le regaló a Luka una tímida sonrisa.
-Hola, Luka. Es un gusto conocerte -dijo.
Luka se sintió cautivado por la suave voz de Anto y por la manera en que parecía sumergida en su propio mundo.
-El gusto es mío -respondió, devolviéndole la sonrisa.
Mati observaba la interacción con satisfacción, dándole un leve codazo a Luka.
-Anto es una chica increíble. Es la artista detrás de todos esos murales que has visto por aquí -comentó, señalando las paredes del patio-. Y tiene una voz preciosa, aunque casi nunca la oímos cantar.
Anto se sonrojó y desvió la mirada, tímida ante los elogios de Mati.
-No es para tanto -murmuró, jugando con un mechón de su cabello.
Mati dejó escapar una risita al ver cómo Luka se ruborizaba al mencionar a Anto. Con un codazo juguetón y voz de conspirador:
-Ahí lo tienes. Ella es tímida al comienzo, pero pronto te darás cuenta de que eso cambiará...
Anto rió, llevándose una mano a la boca. Era una risa breve, como un susurro musical, pero suficiente para que Luka notará cómo sus ojos marrones brillaban bajo el sol de la tarde.
-Oye, Mati dice que dibujas los murales -comentó Luka, señalando las paredes-. ¿Desde cuándo te gusta el arte?
Anto jugueteó con su cabello antes de responder:
-Siempre. Es lo único que me hace sentir... llena. Dibujo lo bonito que queda atrapado aquí -señaló su pecho- y también los demonios que traigo dentro.
Mati, agregó:
-Sí, y los demonios de Anto tienen mejor técnica que mis trabajos de carpintería. La semana pasada hice una silla que se desarmó con solo mirarla.
Luka soltó una carcajada.
-¿Y qué más te gusta hacer? -preguntó, inclinándose ligeramente hacia ella.
Anto miró hacia el árbol solitario donde había estado antes.
-A veces canto. Pero solo cuando estoy sola.
-¿En serio? -Luka sonrió-. ¿Qué canción tarareabas recién?
Anto bajó la voz, casi avergonzada:
-Basket Case... de Green Day.
Mati incrédulo.
-¡¿Esa canción de no soy paranoico, solo estoy bien, jodidamente bien?! ¡No pega con tu aura de chica tranquila!
Anto le lanzó una mirada que habría derretido el acero, pero sus mejillas rosadas delataban que la broma le gustaba.
-Es más que eso -explicó, dirigiendo ahora sus palabras a Luka-. Habla de sentirse roto y perdido, pero también de sobrevivir. Como nosotros.
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Editado: 22.12.2025