Entre Muros y Sueños

Capítulo 8: Visita Inesperada

El sol caía a plomo sobre el patio, en un nuevo día de visitas. Las risas infantiles se mezclaban con el murmullo de conversaciones adultas, creando una cacofonía peculiar que resonaba en el aire. Luka, con su uniforme , se mantenía apartado, y su mirada fija en el portón de entrada. Su corazón latía con una mezcla de esperanza y temor. Este miércoles era el día de visitas, y aunque su madre no había aparecido en semanas, aún albergaba una pizca de ilusión.

De pronto, una figura familiar se materializó entre la multitud. El Profe, con su sombrero desgastado y su abrigo marrón, se abría paso entre las familias con una lentitud que contrastaba con el ajetreo del patio. Su mirada, usualmente serena, parecía hoy más inquisitiva, escaneando rostros con una mezcla de curiosidad y una leve desconfianza. Llevaba su viejo maletín de cuero, gastado por el tiempo y los viajes, colgando de su brazo.

El Profe se detuvo frente a la reja, su silueta encorvada por los años y las adversidades. Sus ojos, tras las gafas de montura fina y gastada, recorrieron el patio una vez más antes de posarse en Luka. Un reconocimiento silencioso, una conexión invisible entre dos almas que habían compartido un fragmento de vida en las calles. Luka sintió un escalofrío recorrer su espalda; la sorpresa lo dejó sin aliento.
El hombre avanzó con pasos lentos, su barba canosa mal recortada y la mirada cargada de un peso notablemente visible. Al ver a Luka, sus arrugas se suavizaron en una sonrisa triste.

-Hijo -murmuró, extendiendo su mano.

Luka no supo cómo reaccionar. No entendía la presencia de el Profe allí, en medio de aquel bullicio familiar, pero algo en la voz del hombre, una familiaridad profunda, lo arrastró hacia él. El olor a tabaco y libros viejos lo envolvió, y por un segundo, el mundo fuera de las rejas, el mundo antes de la celda, existió de nuevo. Extendió su mano; el apretón fue firme, callado.

-Profe... ¿Qué hace aquí? -preguntó Luka, sorprendido. El sonido de su propia voz le pareció extraño, lejano.
-Vine a verte, Luka. A ver cómo... cómo estás ?-respondió el Profe, su voz un susurro apenas audible por encima del barullo del patio. Sus ojos recorrieron el rostro de Luka, deteniéndose en la palidez que ahora contrastaba con el bronceado habitual.
-No te esperaba... -Luka empezó a decir, pero se interrumpió. Las palabras se atascaban en su garganta, un nudo de emociones contenidas.
-Tu madre... no pudo venir -respondió el Profe, acomodándose en la silla con rigidez-. Pero Niko está bien. Te envía esto.

De la carpeta sacó un dibujo infantil: un sol con lágrimas y la frase "Luka, vuelve" escrita en letras torcidas. Luka apretó el papel , lo doblo y lo guardo en su bolsillo, un nudo de emociones se formó en su garganta. El sol dibujado por Niko, un sol que lloraba, reflejaba el vacío que él mismo sentía.

-¿Dónde está ella? -insistió Luka, la voz apenas un susurro. Sus ojos, oscuros e intensos, se clavaron en los del Profe, buscando respuestas que el anciano parecía rehuir.

El Profe respiró hondo, un suspiro que parecía cargar con el peso del mundo. Su voz se quebró apenas: -Ana está lidiando con sus propios demonios, muchacho. Ella me pidió que viniera. Pero te prometo que Niko está seguro.
El Profe bajó la cabeza, jugueteando con su anillo de plata, un gesto nervioso que Luka nunca antes le había visto. -A veces, las tormentas duran más de lo esperado. Pero tú... tú ¿cómo estás? Cuéntame cómo te está tratando esta nueva vida. Eso es lo que importa ahora.

La pregunta del Profe lo golpeó como un puñetazo. ¿Cómo estaba? se repregunto en su mente Luka; La respuesta no era sencilla. La correccional era un microcosmos de la vida, una sociedad en miniatura llena de reglas, jerarquías y violencia latente. El día a día era una lucha por sobrevivir, una batalla constante contra el aburrimiento y la desesperación. Pero había encontrado algo inesperado: una especie de camaradería, de solidaridad, con otros jóvenes que compartían su dolor.

Mientras Luka hablaba con el Profe, su voz se mantenía firme, aunque omitía los detalles más crudos de su estancia en la correccional.
-Todo va bien, Profe -dijo, forzando una sonrisa-. Hasta estoy aprendiendo a hacer huerta orgánica.

El Profe asintió, pero sus ojos, sabios y cansados, parecían ver más allá de las palabras.

-Me alegro, hijo -respondió, exhalando una bocanada de humo-.

En ese momento, un susurro distrajo a Luka. Dos mesas más atrás, Antonella y Mati intercambiaban miradas furtivas. Ella, con un libro en las manos, fingía leer, pero sus ojos no se apartaban de el Profe. Mati, a su lado, frunció el ceño, desconcertado ante aquel hombre de aspecto pulcro que no encajaba entre los padres obreros y madres llorosas que visitaban a sus hijos.

-¿Quién es ese viejo? -murmuró Mati, inclinándose hacia Anto.
Ella mordió su labio, nerviosa.
-No lo sé, pero no parece de aquí, es raro.
El Profe, sin darse cuenta de las miradas, apagó su cigarrillo que hacía poco había prendido y se inclinó hacia Luka.
-Hay algo más, ¿verdad?
Luka bajó la vista.
-Solo es... diferente, complicado.
El Profe asintió, como si ya lo supiera todo.
-Lo importante es que sigas adelante, hijo.

Mientras, Anto y Mati seguían observando, preguntándose qué secretos escondía aquel extraño.

El Profe siguió hablando, repitiendo frases gastadas como "Todo mejorará" y "Confía en mí", pero las palabras rebotaban en Luka sin penetrar. La voz del anciano se convirtió en un rumor lejano mientras la mente del muchacho se sumergía en una maraña de preguntas sin respuesta. ¿Dónde estaba su madre de verdad? ¿Como se encontrara su hermano? Cada promesa hueca del Profe le recordaba las mentiras de su padre antes de desaparecer.

-¿Cuándo podré verlos? -La voz de Luka se quebró apenas, como si las palabras le rasparan la garganta al salir. Sus dedos aferraban el dibujo de Niko dentro del bolsillo hasta arrugarlo.




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