Entre Muros y Sueños

Capítulo 9 : Tierra de Nadie

El aire frío de la mañana olía a tierra húmeda y esfuerzo en la huerta de Valle Verde. Las hojas de los árboles alrededor del patio ya empezaban a teñirse de amarillo, anunciando el otoño. Luka, arrodillado junto a los plantines de tomate, ajustaba con dedos callosos las estacas que sostenían los tallos más débiles. Un mes en la correccional le había enseñado más sobre paciencia que todos los sermones de el Profe juntos. A su lado, Mati revolvía un montón de estiércol con una pala, haciendo muecas exageradas mientras se tapaba la nariz con el cuello de su remera blanca.

—¡Este abono huele peor que los calcetines de mi compañero de habitación después de una semana encerrado! —gritó

—. ¿Seguro que esto no es un castigo disfrazado, Anto?

Anto, sentada en cuclillas mientras trenzaba ramas de albahaca para ahuyentar plagas, le lanzó una mirada burlona. La luz del sol se filtraba entre sus pestañas, iluminando las pecas que le salpicaban la nariz.

—Si supieras que el estiércol atrae suerte, además de ser oro para las plantas, lo estarías abrazando como almohada.

—Prefiero abrazar una rata de alcantarilla —respondió Mati, escupiendo al suelo con dramático asco—.

Luka resopló, esbozando una media sonrisa.

Luka Aprendía rápido: en Valle Verde, las bromas eran moneda corriente para escapar por un momento de la incertidumbre. Miró a Anto, quien ahora cavaba un hoyo con las manos desnudas, la tierra bajo sus uñas formando medias lunas oscuras.

—¿Para qué es ese? —preguntó, señalando el hueco.

Anto alzó la vista, limpiándose el sudor con el dorso de la muñeca. Llevaba el pelo recogido con una cinta hecha de tiras de tela, otra de sus invenciones.

—Para enterrar mentiras o cosas que no quieres que se repitan en tu vida —dijo, como si fuera obvio su metáfora—. Cada semilla que planto lleva algo que ya no quiero cargar, si lo piensas de ese modo verás que sembraras muchas semillas (sonríe) —.Sacó del bolsillo un puñado de semillas de girasol y las hizo rodar en su palma.

Mati dejó caer la pala con estruendo.

—¿Y eso funciona?—.

—No. Pero a veces duele un poco menos, y además si lo piensas bien hará que el dia de siembra pase más rápido—.

Una pequeña risa sarcástica de Anto se instaló entre ellos.
Los tres quedaron en silencio por un instante, observando las semillas en la palma de Anto. Finalmente, Mati soltó una carcajada incómoda, rascándose la cabeza con fingido dramatismo.

—Eres muy perturbadora a veces, Anto —dijo, exagerando un escalofrío—. Me das miedo. ¿Quién te enseña estas cosas? ¿El fantasma de tu abuela rebelde o un manual de brujería de contrabando?

Anto lanzó un puñado de tierra hacia él, riendo.

De golpe la escena se ve interrumpida por el sonido de botas sobre tierra seca, era Rodrigo "El Toro" Rivas con sus botas militares dejando cráteres en el suelo laboriosamente cultivado. Pablo y Federico, sus sombras habituales, se mantenían medio paso atrás, mordiéndose los labios para no reír.

Anto se alzó de un salto, las rodillas embarradas y los puños cerrados. Su mirada saltó hacia el puesto de vigilancia, donde el guardia de turno hojeaba distraído un periódico de deportes.

—Mira los tres reyes magos —murmuró Mati, clavando la pala en la tierra con un movimiento brusco—. Vienen temprano a repartir mierda en vez de regalos.

El Toro arrancó una rama de tomate con dedos que parecían tenazas y la hizo girar ante la cara de Luka.

—Qué bonitas tus plantitas, García. Sería una lástima que... se marchitaran —escupió la última palabra junto a un escupitajo que aterrizó a centímetros de las zapatillas de Luka.
El cuerpo de Luka se tensó como un resorte.

—¿Que pasa que tu mama no te visita? —Rodrigo bajó la voz a un susurro venenoso—.O es que..... le da vergüenza visitar a su hijo delincuente.—

Luka se levantó lentamente, limpiándose las manos embarradas en los muslos del pantalón. Cada palabra de Rodrigo era un cuchillo girando en una herida fresca, pero mantuvo la voz plana:

Mi familia no es tu problema, Rivas.

El Toro sonrió, mostrando el diente fracturado. Pablo y Federico rieron detrás de él como un eco forzado.

Todo aquí es mi problema —gruñó, avanzando un paso—. Y tú, García, eres uno.

Luka se quedó paralizado. Las palabras resonaron como un látigo. Anto intentó sujetar su brazo, pero él ya se había levantado, con sus nudillos blancos alrededor de la pala.

—¿Qué dices sobre mi madre? Repítelo —rugió Luka, avanzando hacia Rodrigo con el rostro contraído. Su voz no temblaba, pero el pulso le martilleaba las sienes—. ¿Y la tuya? ¿También te enseñó a ser una rata cobarde que solo sabe robarle a los débiles?

El Toro lo empujó con fuerza, haciéndolo caer sobre los plantines de tomate. Los tallos crujieron bajo su peso.

¡Cállate, huérfano de mierda! —vociferó, sacando un puñal improvisado, un trozo de metal afilado que brilló bajo el sol—. Tienes una lengua muy larga Garcia alguien debería cortártela.

Mati se interpuso, usando la pala como escudo. Su risa amable había desaparecido, reemplazada por una mueca feroz.

—Ahí hay cámaras, Toro —advirtió señalando el poste de vigilancia.

Pablo y Federico dudaron, mirando hacia las rejas donde los guardias fumaban, ajenos al conflicto.
Anto gritó con su voz estridente quebrando el aire tenso: «¡Profesor!»
Era un grito agudo, como un cuchillo clavándose en el silencio. El instructor de la huerta, un hombre viejo con sombrero de paja, salió disparado del cobertizo agitando una campana oxidada. El sonido metálico retumbó contra los muros de la correccional.
En segundos, botas pesadas aplastaron la tierra recién regada. Mauricio Beltrán —El Mauri— irrumpió en medio del huerto seguido por dos guardias, sus rostros curtidos ya anticipando violencia.




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