Entre nevadas

2

Quedaban unos pocos minutos para llegar. Haber hecho ese viaje en tren con un desconocido desde la parada anterior la había hecho sentir, al principio, un tanto extraña, porque era un desconocido, claro. Pero le había dado unas pocas horas de tranquilidad que hacía desde mucho no sentía. Janet era una mujer un poco desconfiada, tomarse esa hora y media en platicarle a un extraño todo lo que le había pasado ese año no fue tan difícil, «es un desconocido al que no veré más» se había dicho antes de contarle cómo su estúpido novio la había dejado justo hacía cuatro meses. También le habló de lo muy poco que esperaba que su trabajo fuera algo tan desesperante y desmotivador. Pero entre tantos secretos, el que más resaltaba, se lo guardó para sí misma. De todas las equivocaciones que había hecho, esa era la mayor. Así que ahí estaba, en el final del camino de su viaje. 

El tren se había detenido finalmente. Dentro de poco abrirían las puertas. Janet aún estaba sentada, admirando el exterior de la andana de aquella estación con ojos analíticos. La verdad era que, después del espléndido paisaje que les había acompañado durante todo el trayecto, aquel paraje parecía ser el más inhóspito de Utah. La estación era un edificio de dos plantas que le recordaba a las películas del viejo oeste que su abuelo siempre veía. De ladrillo blanco y desgastado, ventanas con marcos de madera amarillos y desvencijados, tejados de ladrillo rojizo, parecía abandonado un poco a su merced. 

—Y la chica bajó del tren y se encontró con un pueblo que no se parecía en nada al folleto —recitó el chico añadiendo teatralidad a sus gestos, mientras observaba a Janet contemplar la estación—. Fue la única cuyo trayecto se detenía en la apartada y triste estación, un lugar que incluso los fantasmas habían olvidado visitar. 

Janet alzó la comisura del labio y contestó: 

—Si hasta tiene más talento que yo. 

Bradley se colocó un gorro de lana de una marca que Janet no reconocía, pero que seguro era costoso, y añadió: 

—Pídeme ayuda cuando quieras. 

—No has salido aún de la categoría Desconocido-que-conoces-en-un-tren. 

—¡Oye! Eso dolió —bromeó una última vez antes de despedirse con un gesto dramático de la vieja Inglaterra —fue un placer ser su desconocido en un tren mi lady. 

Janet rió mientras negaba con la cabeza, agitando la mano en forma de despedida. Observó como la figura del hombre se hacía más pequeña, alejándose cada vez un poco más. Cuando cruzó las puertas de la estación, Janet no lo vio más.




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