—¿Janet Pullman, segunda? —dijo el chico frente a ella on una voz forzada, hecho un manojo de huesos y músculos temblorosos. Sus labios parecían un par de ciruelas bien moradas y sus mejillas estaban sonrosadas.
Janet lo vio por unos instantes y sus ojos se volvieron como dos platos al reconocer a ese apuesto extraño de facciones coreanas que le había hecho compañía en todo el trayecto hasta ese pueblo.
—Bradley tercero —preguntó, aunque había sonado más como una confirmación. No sabía ni el cómo ni el por qué dos extraños se volvían a encontrar. Era una improbabilidad. Pero allí estaba él. Temblando de frío, enfundado aún con su sobretodo gris y el maletín donde guardaba su computadora.
Sus ojos estaban perdidos uno en el otro. Por solo un milisegundo, Bradley creyó haber dejado de tener frío. Nada a su alrededor importaba. Ambos estaban tan impresionados de ese reencuentro fortuito que uno olvidó los espasmos y la otra que estaba en ropa de baño.
Bradley carraspeo, sacándolos de su burbuja y, con algo de pena y humor en el rostro, dijo:
—¿Te molesta si entro?
A Janet le tomó un minuto entender lo que había dicho el chico. Entonces, parpadeó unas diez veces, agitó su cabeza para que su alma volviera a su cuerpo y con una voz entrecortada o tartamuda, respondió:
—Eeh... sí, cl-claro.
Se hizo a un lado, como invitándolo a entrar. Bradley merodeó sus ojos por todo el lugar. Janet lo invitó a sentarse en el sofá que estaba cerca del fuego de la chimenea, para que lograse calentarse un poco. Bradley la observó por un rato, escaneándola de pies a cabeza. Fue cuando ella se dio cuenta que aún estaba amarrada a su bata de baño y con los pies enfundados en las pantuflas de conejito que su madre le había regalado.
—¿Me das un minuto? —salió corriendo a su habitación sin esperar que el chico respondiera.
A solas, Bradley pudo inspeccionar con mucho más detenimiento el salón con el techo alto y una lámpara de araña antigua. El sitio era acogedor. El sofá por otro lado parecía estar fabricado con relleno de piedras.
Janet se vistió con unos pantalones de algodón y una camisa de tirantes. Para cuando salió al salón, vio a Bradley acostado en el sofá aún máscerca del fuego. Estaba dormido, ya no temblaba y su sobretodo estaba doblado en el reposabrasos del sofá. Janet suspiró con pesadez. No podía despertarlo y decirle que se fuera. Además, sabía de antemano que Bradley no era un asesino en serie o el hacker que creía que era.
Caminó hasta su cuarto y en el viejo closet de madera vio si podía encontrar alguna manta. Al parecer el señor Rocky era una persona muy eficiente, ya que al fondo se encontraban algunos edredones bien doblados. Janet tomó uno y volvió al salón.
Sabía que era una locura y muy precipitado, pero no podía dejarlo dormir sentado en el sofá. Así que, con mucho cuidado, comenzó a desamarrar sus zapatos. Cuando ya había terminado, acomodó las piernas de Bradley y colocó sobre él el edredón. Lo vio dormir por un momento y luego se fue a su habitación.
Acostada en su cama, pensó en lo que había pasado ese día. Tanto extraños y se sentía como si estuviese con personas que conocía desde hacía toda una vida. Ese pensamiento rondó su cabeza hasta que se quedó profundamente dormida.
Mientras ambos jovenes dormían en la cabaña Snow, el viento afuera azotaba los árboles de pino de un lado al otro. La nieve seguía cayendo sin contemplaciones, mientras que copo a copo iba tapando las ventanas. El piso tembló un poco, aunque ambos no sintieron la nieve que se deslizaba hasta la cabaña, tabando por completo la única puerta y todas las ventanas. A cada hora que la noche se adentraba más, la nieve iba cubriendo la cabaña hasta que gran parte del techo desapareció.
La cabaña Snow se enterró en unos cuantos metros de nieve, mientras que Janet y Bradley dormían plácidamente.