Entre Nosotros

Capítulo XVI


Capítulo XVI

 

Mi figura empapada y plantada sobre la acera frente al portón inservible de Ian Ferreira, se estremece cuando un escalofrío centelleante se escabulle desde el centro de mis pies y me retumba detrás de la nuca. Como si la corriente se hubiese abierto paso a través de mis articulaciones, mi cuerpo se zarandea de pies a cabeza.

¿Cómo he podido caer tan bajo?

De pronto, todo lo que parecía una muy buena idea, termina yéndose completamente al diablo.

Me golpeo mentalmente por sucumbir al desespero y al sentimentalismo, y me prometo a mí misma hacer lo que sea necesario para seguir adelante con mi vida sin querer saber nada más de Ian Ferreira.

Suelto un resoplido al aire y me cubro el rostro.

Ya basta, Jess, vete a casa, por favor… vete a casa --- me repito varias veces, intentando hacerme razonar de entre tantos pensamientos turbios.

Nada de esto tiene sentido para mí. Me siento sumamente estúpida.

¿Cómo se me ocurrió de alguna manera que esto resultaría?

¿Acaso soy idiota?

El recuerdo de las palabras de Dulce María junto a los consejos de Mia, resuenan dentro de mi cabeza de forma repetitiva, pero esta vez, se escuchan como serpientes venenosas hablando pársel y murmurando frases inentendibles para mí.

Sabía que no debía escucharlas, sabía que debía quedarme tal cual estaba.

¿Por qué carajos les hice caso?

La sensación de vacío junto al creciente cosquilleo de temor, se instalan en el medio de mi pecho e inundan mi ser. No puedo hacer nada para quitarlos de allí.

En cambio, termino acunándolos.

De inmediato me retraigo, mientras la afanosa lluvia, sigue cayendo sobre mi cuerpo hasta envolverlo por completo. La bata de seda que segundos antes bailaba al compás del fuerte viento que soplaba, se adhiere a mi figura y me resulta sumamente incómodo. Me siento desnuda, como cuando jugábamos a los extraterrestres en casa de mi tía Ana y corríamos desnudos por el patio de su casa mientras las regaderas del césped, bañaban nuestras pequeñas figuras. Sólo que esta vez, no hay emoción de por medio, sino unas ganas inmensas de echarme a llorar.

El sonido fusionado del viento y de la lluvia, es aterrador, por lo que de la nada, comienzo a sentir como la adrenalina empieza a desaparecer de mi cuerpo dando paso a un frío desesperante, el inesperado cosquilleo en mi estómago y a la envolvente sensación de vacío que decide tomar protagonismo en todo mi organismo.

Ahora, más que nada, me siento completamente sola.

Suelto un suspiro al aire y sacudo la cabeza. Mi piel está erizada y comienzo a titubear un poco. El aire golpea mi figura y el frío, absolutamente insoportable, me hace abrazarme a mí misma para guardar el poco calor corporal que me queda.

Como si fuese una niñita que no pudo recoger dulces de la piñata que partieron, no me queda más remedio que reunir la suficiente fuerza y el valor que se mantuvo escondido por mucho tiempo, y accionar mis músculos para caminar de vuelta al automóvil. Derrotada.

La vergüenza me nubla el pensamiento, pero agradezco al menos haber fallado sola, sin ningún testigo cerca, si alguien me hubiese visto en este estado, juro que no hubiese podido salir en mucho tiempo.

Las llaves se tambalean en mis manos a medida que me acerco al auto, presiono el botón para quitar el seguro de la cerradura y lo bordeo por delante para acercarme a la puerta del conductor.

Estoy pensando en lo frágil que me siento y en lo mierda que volveré el asiento del auto con mi empapada figura cuando, de la nada, una luz incandescente se enciende de pronto justo delante de mí y me perfora las retinas. Asustada, pego un pequeño salto hacia atrás y las llaves del coche se me caen al pavimento por la sorpresa.

Me quedo estática.

Mi cara de perro asustado, intenta entender de alguna forma qué demonios está pasando, no obstante, la curiosidad no me dura mucho tiempo. Como si le hubiesen prendido fuego a mi ropa interior, intento recobrar rápidamente mis movimientos motores para tomar las llaves que se me cayeron de manera apresurada, insertarlas en la cerradura y abrir la puerta del vehículo hasta ponerme a salvo.

La adrenalina vuelve a mi cuerpo, así que tranco de golpe y me acomodo en el asiento. Estoy temblando cuando intento colocarme el cinturón de seguridad, pero no es debido al frío. Siento el corazón resonar en el medio de mi tráquea y me doy cuenta que estoy completamente asustada.

¿Qué mierda se supone que fue eso?

Mis delgados dedos titubean un poco, soy capaz de percibirlo cuando hago acopio de insertar la llave en la ranura para encender el auto.

Ajusto el espejo retrovisor e intento enfocar más allá de la luz que se mantiene encendida. Parece un maldito faro. No puedo ver nada hasta que, como si me hubiese leído el pensamiento, la luz se empieza a mover hacia adelante y es entonces cuando me percato de la realidad.

Es un coche. Un coche negro, cromado y bastante llamativo.




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