Mientras Miryea recorría el país abriendo agencias, creciendo profesionalmente y enfrentando retos que la desafiaban cada día, Daled comenzaba a vivir su propia transformación… aunque mucho más silenciosa.
Al principio se refugió en el trabajo con disciplina casi obsesiva. Reuniones, metas cumplidas, clientes satisfechos. Todo parecía estar bajo control, pero entre esas jornadas intensas había pausas que le pesaban. En los descansos frente al computador, cuando miraba su teléfono y veía la pantalla vacía de notificaciones, el vacío se hacía evidente. Ya no estaban las llamadas sorpresivas de ella en mitad de la tarde, ni esos mensajes interminables llenos de detalles. Seguían en contacto, sí, pero el calor de la conexión se había vuelto un eco lejano.
Fue en uno de esos días grises cuando aceptó, casi sin pensarlo, una invitación de sus compañeros a un after office. Imaginó que sería una distracción pasajera, una excusa para no volver directamente a casa. El bar estaba iluminado con luces cálidas y el murmullo de las conversaciones llenaba el aire. Entre copas y risas compartidas, Daled se permitió relajarse.
—Al fin lograste escaparte de tu oficina —bromeó uno de sus colegas, dándole una palmada en la espalda.
Daled sonrió apenas. —No crean que me acostumbraré. Solo vine para no volverme loco con tanto silencio.
Entre los rostros conocidos apareció una joven del equipo de marketing con la que había hablado pocas veces. Tenía una risa contagiosa y una facilidad para hacer que las conversaciones fluyeran sin esfuerzo. Se acercó a su mesa y, con una sonrisa franca, comentó:
—Deberías venir más seguido. Eres mucho más agradable de lo que aparentas en las reuniones.
La frase arrancó una carcajada inesperada de Daled, tan sincera que hasta él se sorprendió. Hacía mucho tiempo que no se reía de esa manera. La noche avanzó con charlas ligeras, miradas que se prolongaban más de lo necesario y un aire distinto al que llevaba meses respirando.
Al volver a casa, todavía con el eco de esas risas en los oídos, encendió el celular. Había un mensaje de Miryea: “Llegué tarde al hotel, mañana te llamo. Te extraño.”
Daled lo leyó varias veces, pero no contestó de inmediato. Se recostó en el sofá, sintiendo la contradicción ardiéndole en el pecho: el amor que seguía allí, intacto, y la tentación de un nuevo aire que empezaba a colarse en su vida.
No se trataba de infidelidad ni de un deseo oculto de buscar a alguien más. Era algo mucho más humano y sencillo: la necesidad de sentirse visto, escuchado, valorado. Daled, sin proponérselo, comenzó a rodearse de nuevas personas. Algunas compartían intereses similares; otras, simplemente, irradiaban una energía fresca que le despertaba la curiosidad y lo impulsaba a hablar, a contar su vida más allá de los límites de su relación con Miryea.
Entre esas nuevas amistades, apareció Clara, una chica del área de marketing. Tenía una empatía ligera y una risa espontánea que hacía parecer que todo era menos complicado de lo que en verdad era. Se encontraban a menudo en la cafetería de la esquina, sin reloj que los apurara, compartiendo largas conversaciones que iban desde proyectos de trabajo hasta confesiones personales. Clara no intentaba reemplazar a Miryea… pero, inevitablemente, empezó a ocupar rincones que ella, sin querer, había dejado vacíos.
Una tarde, después de una reunión agotadora, Daled y Clara se sentaron frente a frente con sus tazas humeantes.
—Siempre estás al mando, siempre con la respuesta para todo —comentó ella, removiendo distraída el azúcar en el café—. Pero cuando hablas de ella… tu voz cambia.
Daled bajó la mirada, incómodo, atrapado entre la honestidad y el pudor. —Es que… es distinta. Miryea es… —hizo una pausa, buscando la palabra justa—. Ella es mi raíz, pero también se está convirtiendo en un viento que vuela cada vez más lejos.
Clara lo observó con esa mezcla de ternura y curiosidad que lo desarmaba. —¿Y tú? ¿Dónde quedas tú en todo eso?
El silencio se alargó. Daled sintió el peso de la pregunta clavándose en el pecho. No era que dejara de amar a Miryea, al contrario: cada logro de ella lo llenaba de orgullo. Pero, en las noches solitarias y en esos cafés sin reloj, empezaba a preguntarse cuánto tiempo podría sostener un amor que ya no se alimentaba del día a día, de las miradas compartidas, de los pequeños gestos.
El café se enfrió sin que ninguno de los dos lo notara.
Ese capítulo de su vida no hablaba de traición, sino de realidad. De la paradoja de amar profundamente a alguien y, al mismo tiempo, sentir que se desdibujaba el espacio común. Daled no dejaba de amar a Miryea… pero la duda ya había empezado a murmurarle en el oído: ¿cuánto tiempo más resistirá este amor entre nubes tan distantes?
GRACIAS POR SEGUIR LEYENNDO LA NOVEDA.