Entre Nosotros, el Tiempo

Capítulo 16: Volver a mí

El cielo de la tarde tenía un tono gris azulado, como si la ciudad también necesitara llorar un poco. Miryea caminaba sin rumbo fijo, pero con la mente más clara que en días. Por primera vez en mucho tiempo, no pensaba en “nosotros”, sino en “yo”. En su respiración acompasada. En el latido sereno de su cuerpo. En la voluntad de seguir, incluso cuando todo lo demás se había venido abajo.

Después de aquella despedida con la madre y la tía de Daled, algo dentro de ella se había acomodado. No era alivio. No todavía. Pero sí un respiro. Como si al soltar ese peso, quedara espacio para empezar a reconstruirse poco a poco.

Sin pensarlo demasiado, entró en un pequeño café donde solía refugiarse en los años de universidad, cuando necesitaba ordenar sus pensamientos. El lugar seguía oliendo a pan recién horneado y a café fuerte, esa mezcla reconfortante que parecía abrazar desde el primer instante. Se acercó al mostrador.

—Un té de jazmín, por favor —pidió con voz calmada.

El joven barista sonrió.
—Claro, enseguida. ¿Algo más?

—Solo eso —respondió, devolviéndole una sonrisa tenue, pero sincera.

Con la taza caliente entre las manos, se sentó junto a la ventana. Afuera, la gente corría bajo las nubes bajas, pero ella permanecía quieta, como si el mundo por fin le hubiera dado permiso para detenerse. Abrió su bolso y sacó una libreta de tapas gastadas, aquella que había guardado desde los años de universidad.

Al pasar las páginas, se encontró con frases sueltas, listas de sueños escritos con la inocencia de quien aún no ha sido herida: “viajar a Europa”, “publicar un libro”, “amar sin miedo”, “ser mi propia inspiración”. Se le escapó una sonrisa melancólica.

—Ahí estás… —susurró para sí, como si hablara con esa versión pasada de ella misma.

Se quedó unos segundos acariciando el papel, como si necesitara confirmarse que esa chica aún existía. Luego tomó un bolígrafo, dudó apenas un instante, y empezó a escribir con mano firme:

“No todo lo que duele se queda para siempre.
A veces, el dolor solo viene a recordarnos que aún estamos vivos.
Hoy me pierdo un poco para volver a encontrarme.
Hoy, empiezo a volver a mí.”

Cuando terminó, apoyó el bolígrafo sobre la libreta y dejó escapar un suspiro profundo. Una lágrima se deslizó por su mejilla, no de tristeza, sino de reconocimiento. De reconciliación. Porque por fin entendía que no todo lo perdido era una derrota.

Perder a Daled no era el final de su historia. Era el cierre de un capítulo que la había marcado, sí, pero también el punto de partida para descubrir lo que vendría después. Para sanar a su tiempo. Para entender que el amor más duradero era el que se cultivaba hacia adentro.

Esa noche, al regresar al apartamento que había alquilado temporalmente, encendió un par de velas y dejó que la luz tibia se expandiera por la sala. Puso música suave, un piano lento que acariciaba el silencio, y se preparó un baño caliente. El vapor fue llenando el aire, dibujando formas difusas sobre los azulejos.

Al sumergirse en la espuma, murmuró para sí, como si necesitara escucharlo en voz alta:
—No necesito compañía para sentirme completa. Esta vez me tengo a mí. Y eso… por ahora, es suficiente.

Cerró los ojos, respiró hondo y permitió que la calidez la envolviera. Una sonrisa ligera, casi nueva, se dibujó en sus labios.

Porque, a pesar de todo, aún estaba de pie.
Y estaba empezando a florecer.

AGRADECIDA.




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