Entre Nosotros, el Tiempo

Capítulo 18: Donde vuelve la luz

El silencio de su apartamento ya no dolía. Ahora se había convertido en un refugio, un territorio íntimo donde Miryea había aprendido a escucharse sin miedo. Sus pasos resonaban suaves en el suelo frío, el café se preparaba solo para una taza, y las velas encendidas ya no eran señales de espera, sino pequeños rituales para sí misma. La soledad había dejado de ser un castigo: era un espacio sagrado.

El encuentro con Daled y Juliana le había dado la última pieza que necesitaba para soltar. No quedaban cuentas pendientes ni deudas emocionales que la ataran. Y, por primera vez, lo entendía: no debía justificarse ante nadie, y lo más importante, ya no estaba encadenada a un pasado que la detenía.

Fue entonces cuando el teléfono sonó, interrumpiendo la calma. Una voz al otro lado, formal pero cálida, le habló en un español con acento extranjero:

—¿Señora Moreno? Le hablamos de una multinacional con sede en Madrid. Hemos seguido de cerca su trabajo en la apertura de agencias regionales y quisiéramos conversar con usted sobre un cargo como asesora de expansión para Latinoamérica y Europa.

Miryea se quedó en silencio unos segundos, como si necesitara confirmar que la llamada no era un espejismo.

—¿Madrid? —repitió, apenas un murmullo.

—Así es. Creemos que su experiencia puede aportar mucho en la nueva etapa de crecimiento de la compañía —añadió la voz con convicción.

Cuando colgó, se quedó mirando la pantalla del celular, incrédula. Era demasiado pronto, demasiado lejos, demasiado distinto. Y sin embargo, un pensamiento se impuso con claridad: no era una huida. Era una invitación. A crecer. A elegirse.

Los días siguientes fueron un torbellino de documentos, videollamadas y contratos que llegaban a su correo con una rapidez vertiginosa. Pero la prisa no le pesaba; al contrario, todo fluía con la certeza de alguien que, por fin, estaba lista. Una tarde, al cerrar su computadora, lo dijo en voz baja, como para reafirmarlo:

—No tengo miedo.

Antes del vuelo, regresó al parque donde tantas veces había ido con Daled en su adolescencia. El aire olía a tierra húmeda, y bajo el mismo árbol donde un día juraron amor eterno, se arrodilló para enterrar una carta doblada con cuidado.

—No es para ti… es para mí —susurró, acariciando la tierra recién removida.

No era una despedida para él, sino para la versión de sí misma que necesitaba dejar atrás.

Esa noche empacó su vida en dos maletas: una con ropa y otra con memorias. Y en su pecho guardó una convicción firme: no siempre se puede elegir lo que se pierde, pero sí lo que se reconstruye.

Cuando el avión despegó, vio la ciudad encogerse poco a poco desde la ventanilla. Entre el parpadeo de las luces y el cielo que se abría en la distancia, algo dentro de ella encontró acomodo. No había promesas ni certezas.

Solo el ahora.

Y, por primera vez, comprendió que eso era suficiente.

Gracias por seguir leyendo, me pueden dejar mensajes, seguirme y agregar en sus bibliotecas...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.