Entre Nosotros, el Tiempo

Capítulo 21: Lo que me desafía

La mañana en Madrid amaneció gris, con una llovizna tenue que resbalaba en carreras caprichosas por los ventanales del edificio donde trabajaba Miryea. Desde su oficina, en el piso ocho, la ciudad parecía cubierta por un velo traslúcido. El sonido repetido de las gotas contra el vidrio acompañaba el murmullo de las teclas en el área común, como un metrónomo silencioso marcando el ritmo de la jornada.

Era jueves, y aunque ya estaba acostumbrada al vértigo europeo —las reuniones a contrarreloj, los correos urgentes en tres idiomas, las negociaciones que parecían partidos de ajedrez—, ese día había algo distinto, una inquietud que no lograba identificar.

Revisaba su bandeja de entrada cuando un correo en negrilla capturó su atención.

Asunto: Propuesta de traslado estratégico – Dirección Caribe

Sus dedos dudaron un segundo antes de abrirlo.

Querida Miryea,

A raíz del crecimiento en las sucursales de Latinoamérica y la necesidad de fortalecer las operaciones en el Caribe, nos gustaría proponer tu nombre como Directora Regional para Barranquilla, con base en Colombia…

El resto de las palabras se desdibujaron. Miryea dejó de leer. El monitor iluminaba su rostro inmóvil, mientras su mente viajaba a kilómetros de allí. Barranquilla. Su ciudad. Sus calles ardientes de sol, los olores a fritura en las esquinas, el mar cercano que nunca terminaba de aparecer pero que siempre estaba presente. Y, junto a todo eso, un nombre que aún pesaba: Daled.

Se recostó en la silla y respiró hondo. La Miryea que meses atrás habría aceptado sin pensarlo, ahora dudaba. Porque no era solo trabajo: era regresar al escenario de todo lo que alguna vez la construyó y la rompió al mismo tiempo.

—¿Estás bien? —preguntó Lucía, una compañera española que había notado su expresión desde el cubículo contiguo.

Miryea tardó unos segundos en contestar.

—No lo sé —respondió, con una sonrisa débil—. Me acaban de ofrecer un traslado… a Colombia.

Lucía dejó a un lado la taza de café.

—¿Y eso es bueno o malo?

—Es las dos cosas —contestó Miryea, bajando la mirada al teclado—. Bueno porque es un ascenso, una oportunidad enorme. Malo porque… allí está todo lo que creí haber dejado atrás.

Lucía la observó con la intuición de quien no necesita más explicaciones.

—A veces volver es la única forma de comprobar cuánto has cambiado —dijo suavemente—. No tienes que regresar a ser la misma.

Las palabras se quedaron flotando. Miryea no respondió. Guardó el correo en su carpeta de “pendientes” y pidió el resto del día libre.

Salió sin paraguas, dejando que la llovizna la empapara. Caminó por las calles mojadas como quien necesita sentir en la piel la intensidad de lo que pasa por dentro. Cada gota era un recordatorio de que estaba en el presente, no en el pasado. Cruzó la Puerta de Alcalá, llegó hasta el Retiro y buscó su rincón favorito, ese banco de piedra junto a los álamos donde había aprendido a encontrarse a sí misma.

Se sentó, cerró los ojos y escuchó el murmullo del agua, los pasos lejanos, la vida que seguía. Y ahí, en medio de esa calma húmeda, se permitió sentir lo que había estado evitando: miedo. Claro que tenía miedo. Pero junto a ese miedo, brotaba una voz interna, suave, casi maternal:

—No tienes que ser la misma si vuelves… puedes regresar distinta.

Cuando volvió a casa, encendió una vela sobre el escritorio y abrió de nuevo su portátil. Esta vez escribió despacio, midiendo cada palabra:

Gracias por confiar en mí.
Agradezco el tiempo para considerar esta oportunidad.
Necesito evaluar este paso no solo desde lo profesional, sino también desde lo personal.
Regresar a un lugar que me formó y me fracturó puede ser la oportunidad de verlo con otros ojos… y de verme a mí también con otros ojos.
Pronto tendrán mi respuesta.

Atentamente,
Miryea.

Leyó el mensaje tres veces antes de enviarlo. Cuando finalmente cerró el portátil, no sintió la presión de una decisión definitiva, sino la calma de alguien que empieza a comprender que crecer no siempre significa huir ni avanzar en línea recta.

A veces, crecer es volver al punto de partida con el alma transformada. Y atreverse a mirarlo todo desde otra altura.

Miryea apagó la vela, se acercó al balcón y miró la ciudad iluminada por la lluvia. Se abrazó a sí misma, sonrió con un leve temblor en los labios y murmuró:

—Si vuelvo, no será para repetir la historia… será para escribir otra.

Mil gracias!!!




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