Entre Nosotros, el Tiempo

Capítulo 27: Por ti, por mí, por lo que fuimos

Daled no durmió aquella noche.
No porque esperara una respuesta de ella —ya no lo hacía—, sino porque comprendió que había algo que aún lo ataba, algo que no podía soltar sin antes mirarla a los ojos.
No buscaba recuperar lo perdido, ni reescribir una historia que ya había tenido su final. Solo quería hablar. Decir lo que no dijo cuando todavía tenía sus manos cerca, cuando el orgullo le pesaba más que la ternura.

Tomó el teléfono, respiró profundo y escribió un mensaje breve, casi temblando entre la culpa y la necesidad de cerrar el ciclo:

Hola, Miryea.
Sé que no tengo derecho a pedir nada, pero si algún día estás dispuesta, me gustaría verte.
No para incomodarte, ni para cambiar nada.
Solo quiero hablar contigo. Por mí. Por ti. Por lo que fuimos.
Te deseo paz, siempre.

Leyó el texto al menos diez veces antes de enviarlo. Cuando lo hizo, sintió una extraña mezcla de alivio y vacío.
Pasaron dos días de silencio. Dos amaneceres iguales, pesados, donde cada notificación del celular parecía una burla del destino.
Hasta que una noche, su bandeja de entrada iluminó la habitación con un mensaje que no esperaba:

Nos vemos este viernes a las 5:00 p.m.
Café del Retiro.
Solo una conversación, Daled. Solo eso.

El corazón le dio un salto. No de esperanza, sino de nervios. Sabía que ese encuentro no era el principio de nada… era el cierre necesario.

Llegó temprano al café. Se sentó junto a la ventana, mirando a la gente pasar bajo la brisa suave de la tarde. El olor a café recién molido se mezclaba con los murmullos de fondo, y por un momento pensó en marcharse.
Pero entonces la vio.

Miryea entró con paso tranquilo, la cabeza erguida, el porte de quien ya no necesita explicaciones para saberse entera.
Llevaba un vestido azul oscuro y un bolso pequeño; su cabello caía suelto sobre los hombros. Cuando sus miradas se cruzaron, algo en el tiempo pareció detenerse.

Ella sonrió apenas —no con nostalgia, sino con respeto—, y se sentó frente a él.
—Te escucho —dijo, sin dureza, pero sin suavidad forzada.

Daled tragó saliva. Sus manos temblaron levemente sobre la mesa.
—No vengo a pedirte que vuelvas —empezó—. Vengo a pedirte perdón.
Ella lo observó, sin interrumpirlo.
—Perdón por no valorar lo que tenía. Por no quedarme cuando debía. Por callar lo que sentía. Por arruinar lo que pudo ser bonito, solo porque no supe cómo amar bien.

Miryea no lloró. No sonrió. Solo bajó la mirada por un instante, como quien honra algo que ya no duele.
—Gracias por decirlo —respondió con serenidad—. Aunque ya no lo necesitaba, valoro que lo hagas.

El silencio que siguió no fue incómodo. Fue un silencio limpio, maduro, de esos que nacen cuando ya no queda nada que demostrar.
Afuera, el sol empezaba a ocultarse entre los árboles del parque, tiñendo todo de un tono dorado.

—No hay nadie más —dijo ella, de repente, levantando la mirada—. El ramo… lo compraron mis compañeros. Fue una broma de oficina.
Él la miró sorprendido, sin saber qué decir.
Ella respiró hondo y añadió con calma:
—Pero aunque lo hubiera, eso ya no cambiaría nada. Lo nuestro… ya cumplió su tiempo.

Daled asintió, apretando los labios.
—Solo quería verte —murmuró—. Una última vez. Saber que estás bien.
Miryea asintió también.
—Lo estoy —dijo con una sonrisa leve—. Por fin, lo estoy.

Él la miró largo rato, como si quisiera grabar ese instante en la memoria: su voz tranquila, su mirada serena, su forma de estar sin él y, aun así, brillar más que nunca.
Pagó la cuenta sin discutirlo y se levantaron al mismo tiempo.

Frente a la puerta del café, se quedaron unos segundos en silencio.
No hubo abrazos. No hubo lágrimas. Solo una despedida hecha de respeto y gratitud.
—Cuídate, Miryea —susurró él.
—Tú también, Daled —respondió ella, con una sonrisa que cerraba todo lo pendiente.

Y mientras ella se alejaba entre la multitud del Retiro, Daled comprendió que, a veces, los grandes amores no terminan con una ruptura, sino con un entendimiento.
Porque el amor, cuando es real, no necesita permanecer para seguir siendo verdad.
Solo se transforma en algo más grande: en paz.

AGRADECIDA...




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