Entre Nosotros, el Tiempo

Capítulo 28: La mejor versión de mí para ti

Daled sabía, con la claridad que llega solo después del arrepentimiento, que un café y unas palabras sinceras no bastaban para reconstruir lo que él mismo había dejado caer. Pero también comprendía que no se trataba de levantar el mismo puente, sino de erigir uno nuevo, piedra a piedra, con la paciencia de quien ya no busca volver atrás, sino avanzar con humildad.

Desde aquella tarde en el Café del Retiro, algo dentro de él había cambiado. No era un deseo de conquista, ni una obsesión por recuperar lo perdido. Era la necesidad de merecer, aunque fuera desde lejos, un lugar en el universo de Miryea.

Empezó con lo más simple: presencia sin peso.
Le escribía de vez en cuando, con mensajes breves, sin dobles intenciones. Preguntaba cómo había estado su día, celebraba sus pequeños triunfos, escuchaba sus preocupaciones sin interrumpir. Aprendió a callar cuando el silencio bastaba y a hablar cuando sus palabras podían sumar.

Una noche, mientras ella revisaba documentos en su escritorio, el teléfono vibró.
Un mensaje.
—Te noto distinto —escribió Miryea, sin emoticonos, sin adornos.

Daled sonrió ante la pantalla. No necesitó pensarlo mucho.
—Tal vez porque ahora sí sé quién quiero ser —respondió.

Y era verdad. Ya no quería impresionar, ni conquistar. Solo mostrarse tal cual era, sin máscaras. En ese proceso, descubría a un hombre más sereno, más consciente, más real.

Las videollamadas se volvieron un pequeño ritual. No todos los días, ni a la misma hora. Pero cuando sucedían, el tiempo parecía suspenderse. Él la miraba con calma, atento, sin la ansiedad de antes. Había aprendido que el amor no siempre exige posesión; a veces, solo pide respeto.

Una tarde cualquiera, mientras conversaban, Miryea mencionó con entusiasmo contenido que al día siguiente debía presentar su proyecto Renacer ante una organización internacional. Su voz tenía ese brillo que a Daled siempre le había encantado: pasión mezclada con nervios.

Esa noche, él le escribió:
—Sé lo que esto significa para ti.
No necesitas suerte, porque lo que tienes es talento, entrega y visión.
Confía en ti como yo confío. Estoy orgulloso de ti, Miryea.

Ella leyó el mensaje dos veces. Sonrió. No respondió de inmediato, pero en su pecho algo se movió, algo que creía dormido.

Con el paso de los días, esos gestos —pequeños, sinceros, constantes— comenzaron a tejer un hilo nuevo entre ellos. No era amor en el sentido de antes, ni amistad disfrazada de nostalgia. Era complicidad tranquila. Presencia sin presión.

Una tarde, mientras él le contaba una anécdota trivial de su trabajo, Miryea lo interrumpió con voz suave:
—Gracias por no rendirte con esto… pero, sobre todo, por no presionarme.
Has cambiado, Daled. Estás siendo una versión que ni yo conocía… y eso habla más que cualquier promesa.

Él se quedó en silencio un instante, conmovido. Luego sonrió, sincero.
—Solo estoy tratando de ser quien debí ser siempre.

Y ella asintió, con esa mirada que mezcla ternura y verdad.

Por primera vez en mucho tiempo, la distancia entre ambos no dolía.
No porque el amor hubiese vuelto, sino porque habían aprendido a mirarse sin cargar el pasado, sino con la gratitud de quienes entienden que algunos vínculos no terminan: solo se transforman.

Gracias por acompañarme en esta aventura.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.