Entre Nosotros, el Tiempo

Capítulo 32: Lo que empieza sin nombre

La tarde se deslizaba lenta sobre los ventanales del edificio, tiñendo la sala de reuniones con un resplandor ámbar que hacía ver todo un poco más cálido, más íntimo.
Miryea llegó puntual, como siempre, aunque esa vez su puntualidad no era por compromiso, sino por deseo. Quería respirar el ambiente antes de que los demás llegaran, dejar que sus pensamientos se ordenaran entre el murmullo lejano del campus y el aroma tenue del café recién hecho. Había algo distinto en ella: una calma expectante, una energía que no nacía del deber, sino del entusiasmo genuino de comenzar algo nuevo.

Sebastián ya estaba allí, inclinado sobre un grupo de documentos. Vestía de manera sencilla, pero había en su presencia una serenidad que imponía respeto sin esfuerzo. Cuando levantó la vista y la vio entrar, sonrió con naturalidad.

—Llegaste temprano —comentó, dejando el bolígrafo a un lado.

—Costumbre —respondió ella, devolviéndole la sonrisa—. Me gusta tener tiempo para aterrizar antes de empezar.

—Buena costumbre —dijo él, mientras le tendía una carpeta—. Aquí está el material del proyecto.

En la portada, las palabras parecían brillar con promesa: Impacto financiero del desarrollo local sostenible en comunidades emergentes.
Miryea pasó los dedos sobre las letras, como si quisiera asimilar su peso.

Poco a poco fueron llegando los demás: seis en total. Jóvenes y adultos, todos distintos, todos con un brillo en la mirada que revelaba pasión por lo que hacían. Economistas, una politóloga, un ambientalista… y Miryea, con su mezcla de técnica y humanidad que la hacía distinta sin proponérselo.

La sesión comenzó con un repaso del enfoque metodológico, de los objetivos, de las metas que esperaban alcanzar. Sebastián dirigía la conversación con esa calma que no distrae, pero mantiene atento a quien escucha. Cada palabra suya parecía tener un propósito medido, cada pausa un significado.

Durante la discusión, lanzó una pregunta que rompió la estructura de los apuntes:

—¿Qué hace que un proyecto sea verdaderamente sostenible?

Las primeras respuestas fueron correctas, casi mecánicas: eficiencia, planificación, recursos, continuidad. Hasta que Miryea, después de unos segundos de silencio, levantó la mirada.

—Para mí —dijo despacio, como si eligiera con cuidado cada palabra—, la sostenibilidad no es solo durar en el tiempo. Es transformarse con las personas. Un proyecto sostenible escucha, se adapta y crece con quienes lo viven, no solo con quienes lo diseñan.

Un leve murmullo recorrió la mesa. Sebastián la observó en silencio unos segundos más de lo habitual, con esa mirada que no interroga, sino que reconoce. Luego asintió.

—Esa respuesta podría ser un capítulo entero del informe —dijo con una sonrisa sincera—. Gracias por traer lo humano al centro.

Miryea bajó la vista, sintiendo un calor suave subirle por el pecho. No era vanidad. Era la sensación de haber sido realmente escuchada.

Al finalizar la sesión, los demás comenzaron a recoger sus cosas con prisa. Algunos comentaban los puntos tratados; otros ya miraban sus teléfonos.
Sebastián, sin embargo, se acercó a ella.

—¿Te sentiste cómoda en la dinámica? —preguntó con tono genuino, no protocolario.

—Sí, mucho. Me gusta sentir que puedo aportar desde otro ángulo —respondió, mientras acomodaba su carpeta.

—Lo haces —dijo él con naturalidad—. Tienes una forma de pensar que no solo suma, sino que cambia el enfoque. Y eso es raro… y muy valioso.

Ella sonrió, un poco sorprendida por la claridad con que lo dijo.

—Gracias —susurró—. A veces uno olvida cuánto puede aportar hasta que alguien lo recuerda.

Él sostuvo su mirada apenas un instante más, con esa calma que no presiona, pero deja huella.

—Entonces, que no se te olvide. Lo que haces, y cómo lo haces, cuenta más de lo que imaginas.

El silencio que siguió no fue incómodo. Fue uno de esos silencios que dicen más que cualquier frase ensayada.
No hubo gestos fuera de lugar ni promesas veladas. Solo dos personas compartiendo el inicio de algo que no sabían aún cómo nombrar.

Cuando Miryea salió del edificio, la luz ya era dorada y el aire fresco le rozó el rostro. Caminó despacio, con la carpeta apretada contra el pecho. No pensó en Daled, ni en el pasado, ni en reemplazos.
Pensó en ella.
En lo bien que se sentía avanzar.
En cómo algo tan simple como una conversación podía abrir una puerta nueva.
No necesariamente hacia el amor, pero sí hacia una versión más luminosa de sí misma.
Y esa, entendió mientras el sol se apagaba detrás de los edificios, era la conquista más importante de todas.

GRACIAS..... FIN




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