Entre olas y llamas

Capítulo 29. Los entrenamientos y pensamientos.

El lago estaba envuelto en una neblina ligera que reflejaba los primeros rayos del sol. Parecía tranquilo, casi demasiado tranquilo, y eso me inquietaba. Art me condujo hasta la orilla, sus botas chapoteando ligeramente en el suelo húmedo.
—Bien, Valentina —dijo con su habitual calma—. Hoy empezamos con lo más básico: sentir el agua, no solo tocarla. Déjala responder a ti, no tú a ella.

Asentí, aunque mi corazón latía con fuerza. Tomé aire y puse las manos sobre la superficie. Al principio, el agua apenas se movió. Un pequeño ondular, casi imperceptible. Mi primer intento fue tímido, vacilante.

—Respira —susurró Art, inclinado hacia adelante—. No pienses en lo que tiene que hacer, solo siente tu pulso con el suyo.

Lo hice. Un latido tras otro, tratando de sincronizarme. Pero entonces la superficie tembló, y de repente una ola surgió inesperadamente, empapándome hasta los hombros. Me tambaleé, tratando de no caer.

—¡Cuidado! —dijo Art, pero sin moverse a socorrerme—. Eso no es un error, es la magia respondiendo a ti. Solo a ti.

Me aparté un poco, el corazón latiendo con fuerza. Cada destello de agua parecía un espejo: reflejaba mi miedo, mi frustración, mi deseo de control. Y con cada fallo, mi mente volvía a las palabras que había escuchado sobre Anea: la mujer que se rebeló, que huyó, que dejó a su marido humillado y al reino en ruinas.

—No quiero… —murmuré para mí misma, apretando los puños—. No quiero ser como ella.

El agua, como si entendiera mis pensamientos, reaccionó de inmediato. Se arremolinó a mi alrededor, levantándose en una tromba que me envolvió por completo. Nunca había sentido miedo al agua; siempre confiaba en mis habilidades nadando. Pero ahora, cada ola parecía burlarse de mí, cada corriente invisible me empujaba hacia el fondo. El pánico me dominó y empecé a patalear, a luchar por salir, tragando agua y aire por igual.

En medio del caos, sentí una mano firme rozando mi cabeza. La agarré con desesperación, y en un parpadeo, Art me arrastró hacia la orilla. Caí jadeante sobre la hierba húmeda, el corazón desbocado, mientras el lago volvía a su calma como si nada hubiera pasado. Gotas caían de mi cabello y de mi piel, trazando caminos brillantes bajo el sol.

Art me observaba en silencio, sin reproche, sin alarma. Su mirada era firme, paciente, incluso un poco ante mi desconcierto y mi frustración.

—Recuerda —dijo finalmente, con voz clara y tranquila—, esto no es un examen. El agua no te juzga, pero refleja todo lo que llevas dentro. Y mientras no aprendas a controlarte, no salimos de aquí a ninguna parte. Si estuviéramos fuera de mi reino, no podría ayudarte así. Cada emoción que dejas escapar se convierte en ola, cada miedo se vuelve corriente. Tu fuerza y tu miedo están mezclados, y es lo que hace que esto sea peligroso.

Intenté respirar hondo y concentrarme en otra cosa, pero la sombra de Anea se aferraba a cada pensamiento. Cada movimiento errado con el agua me recordaba el miedo de repetir su historia: traicionar a alguien que confiaba en mí, abandonar aquello que debía proteger. Y no podía evitar lanzar miradas a Art, preguntándome, con un nudo en la garganta, si de alguna manera inevitable, terminaría haciendo lo mismo.

—Oye… —empecé con voz temblorosa, pero firme—. ¿Por qué aceptaste casarte conmigo? Después de todo, sabías que el Vínculo no tenía castigo, y conocías las consecuencias si yo te abandonaba. Podrías haberte negado. ¿Por qué no lo hiciste?

Art me observó un instante, con sus ojos profundos y serenos. Luego respondió con voz baja, casi un susurro:

—Porque sabía que lo necesitabas. Y… me siento culpable por lo que pasó contigo. Si no le hubiera dicho nada a mi madre, nadie te habría encontrado, y ahora no tendrías que buscar las llaves ni abrir la fuente de magia.

—¿Cómo sabes lo de la fuente? —pregunté, sorprendida—. Yo no te había dicho nada al respecto.

—Puedo leer los pensamientos y sentimientos de algunas personas… y los tuyos, en especial, ahora que eres mi Valisa —confesó, su mirada directa sosteniéndome como si no pudiera apartarla.

—¿Entonces también sabes de mi trato con los Dioses?

Asintió con calma.

—¡Perfecto! —exclamé con un dejo de frustración y nerviosismo—. ¿Cómo voy a vivir ahora? ¿Vas a leer todos mis pensamientos?

—No te preocupes —se rió, ligero y tranquilizador—. Puedo elegir cuándo y cómo.

—Y yo tendré que creerte —dije, con una sonrisa irónica que intentaba disfrazar mi incomodidad.

—No tienes otra opción —respondió con un leve guiño—. Ahora intenta de nuevo. Piensa en algo neutral… como el café.

El simple sonido de esa palabra me arrancó una pequeña risa. Por un instante, el miedo se hizo más manejable, y sentí que, aunque el agua podía reflejar mis emociones más oscuras, también podía enseñarme a dominar lo que llevaba dentro.

—Vale… otra vez —dije, tragando saliva—. Solo otra vez.

El lago parecía desafiarme. Mis manos temblaban, y de repente, una columna de agua surgió del centro, como un torrente descontrolado. Di un paso atrás, tropecé, y casi caigo. Art rió suavemente, no burlón, sino como quien encuentra fascinante el progreso de un principiante.

—Perfecto —dijo—. Eso significa que tu magia reconoce tus emociones. Ahora tenemos que enseñarle disciplina.

Intenté de nuevo. Esta vez concentrándome en cada respiración, en cada latido de mi corazón. Lentamente, la columna se redujo, se transformó en una esfera que flotaba sobre la superficie. Mis ojos se abrieron con asombro.

—¡Lo logré! —exclamé, aunque un poco jadeante.

—Sí —Art asintió, con una media sonrisa—. Pero no te emociones demasiado. Esa esfera sigue siendo inestable. Un gesto brusco y podría desaparecer… o explotar.

Asentí, sintiendo el peso de la responsabilidad. Cada victoria parecía frágil, como si cualquier error pudiera revertirla, pero lago se mecía suavemente, como un perito obediente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.