Élodie
La tensión con Edward se ha convertido en una constante. Está en los ensayos, en las reuniones, en las decisiones sobre escenografía. Incluso cuando no está presente físicamente, lo está en las notas que deja, en los ajustes que propone. Y, para mi desgracia, en mis pensamientos.
Hoy no discutimos. No porque estemos de acuerdo, sino porque estamos agotados. Ensayamos una escena compleja: la del enfrentamiento final entre los personajes centrales de mi espectáculo. El dúo de ruptura. La música es intensa, llena de cuerdas crispadas. Yo misma bailo el papel para mostrar lo que quiero.
Y él… observa.
No con desaprobación. No con ironía.
Sino con algo parecido a respeto.
Al terminar, jadeando por el esfuerzo, lo miro directamente. No digo nada. Él tampoco.
Pero en ese silencio, hay más entendimiento que en todas nuestras peleas anteriores.
Más tarde, en el camerino, me deja una nota. Escrita a mano, con su caligrafía perfecta y arrogante.
“No he entendido cada movimiento, pero sí cada emoción. Eso es lo que importa. —E.C.”
Cierro los ojos, con la nota entre los dedos.
Quizás, solo quizás… no es tan frío como parece.