Élodie
Londres – Teatro Covent Garden
Seis meses después
El teatro huele distinto aquí. A historia. A tradición. A exigencia.
Pero también… a oportunidad.
Estoy en el centro del escenario vacío, observando cómo los nuevos bailarines ensayan los primeros movimientos de Fragments, la pieza que nació en París y que ahora, contra todo pronóstico, va a debutar en Londres.
Pero esta vez no soy la única mente detrás de todo.
—El diseñador de luces quiere consultarte la escena final —me informa Julian desde el fondo—. Y Edward está con los patrocinadores en la sala anexa. Dice que llegará en unos minutos.
Sonrío.
Aún me suena extraño que “Edward” y “patrocinadores” puedan compartir la misma oración sin que se me encoja el estómago. Pero ha cambiado. Hemos cambiado. No por magia. Por elección.
Cada día.
Después del estreno en París, él no solo cumplió su promesa: se convirtió en parte del proyecto sin interferencias.
Propuso Londres. Yo dije que sí. Pero bajo nuestras reglas.
Ahora co-dirigimos una pequeña compañía de danza independiente. Él se encarga de los vínculos, del financiamiento, del hacer posible lo imposible. Yo… del alma del espectáculo.
Y en las noches, cuando el teatro duerme, bailamos a solas en el salón de nuestro apartamento junto al Támesis. A veces torpes. A veces en silencio. Siempre juntos.
—¿Lista para la locura londinense? —dice una voz a mi espalda.
Me doy la vuelta.
Ahí está él.
Edward, con la camisa algo desabotonada, los ojos más tranquilos y las manos en los bolsillos.
—Siempre lo estuve —respondo, acercándome—. Solo necesitaba que el socio fuera el adecuado.
Me toma por la cintura. Nos quedamos así, en el centro de un escenario que pronto será testigo de una nueva versión de nuestro sueño.
—¿Y qué viene después de esto? —pregunta, con esa sonrisa que ahora ya no me molesta. Me provoca.
—Lo que queramos —susurro—. Sin contratos. Sin condiciones.
Él asiente.
Yo cierro los ojos.
Y como en cada paso de nuestra historia, nos lanzamos de nuevo al escenario. Esta vez, sabiendo que el arte puede ser libre… y el amor también.