Entre pelusas y ruedas

Capítulo I - Cayendo con estilo.

—"Ileana, ve por el café... Ileana, tráeme un vaso con agua, saca las copias, trae los documentos, haz esto, haz lo otro..." —murmuré en voz baja, mientras acomodaba las hojas en la copiadora.

Volteé a ver a mi jefe, que permanecía en su oficina.

Su despacho, siempre tenía esa sensación extraña, como si estuviera diseñado para intimidar a cualquiera. Las paredes blancas, el escritorio de madera oscura, las luces frías. El ambiente era estéril y profesional, pero yo sentía una presión constante que me oprimía el pecho. Cada vez que él entraba, todo se volvía más pesado.

Hice una mueca al verlo caminar de un lado a otro, con el teléfono pegado a la oreja.

—¿Qué te pasa?

La voz de Víctor me hizo pegar un brinco y sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo.

—¿Por qué no puedes avisar? —rezongué.

—¿Se supone que debo avisar cada vez que me acerco?

Me llevé la mano a la cabeza y suspiré.

—Perdóname, estoy un poco estresada.

—¿Otro intento de aumento fallido? —se recargó en la pared y le dio un sorbo a su café.

—Sí... No... Bueno, no exactamente.

Víctor soltó una pequeña risa.

—Siempre es lo mismo: "Si pasas la prueba del mes, te subo el sueldo" —imité la voz de nuestro jefe —. Y nunca lo hace. Por más que me esfuerzo, siempre encuentra algo malo.

—Bueno... quizás sea hora de dar otro paso,¿No crees?

Lo miré con ojos de pistola.

—O quizás no —se corrigió antes de darle otro sorbo a su café.

—Todavía tengo que coordinar con los diseñadores para la publicidad de esta semana y aún no termino el proyecto.

—¿Sabes qué? —tomó las hojas de mis manos y las apiló con cuidado—. Deja que me encargue de esto.

Puso su vaso en una repisa y me hizo un gesto con la cabeza.

—Ve a terminar el proyecto y, cuando lo hagas, párate frente a él, míralo fijamente, sin temor, y dile: "Espero un buen aumento".

—¿Y crees que funcione?

—No, pero al menos te dará un par de minutos de satisfacción antes de que te odie para siempre.

Suspiré.

—Quita esa cara de a medio morir, mujer, que te saldrán arrugas.

—Eso jamás —Me enderecé.

Cuidaba demasiado mi imagen y siempre me gustaba verme presentable. Nada de cabellos sueltos, ropa arrugada u olores desagradables. Eso no era una opción.

Si tuviera que elegir una canción que me representara, sin duda alguna sería: Antes muerta que sencilla.

—Vamos, Ileana, demuéstrale al Shrek de esta empresa de que estás hecha. Saca esas garras leona, que perras aquí no hay —ambos nos reímos.

De camino a mi oficina, volteé a ver a mi jefe, quien me observaba a través del cristal. En ese momento decidí que no apartaría la mirada. Este mes tenía que ser el que me diera mi aumento... o me iba a conocer.

Me concentré tanto en mis pensamientos que no vi la puerta cerrándose frente a mí...

El impacto fue inmediato.

Oscuridad.

Mi mente se nubló en cuestión de milisegundos, como si un telón de niebla envolviera mi cuerpo. Fue como un golpe fuerte, no solo en la cabeza, sino también en mi orgullo.

Lo único que alcancé a ver fueron destellos de luz que comenzaron a bailar a mi alrededor.

El suelo, no se sentía como la seguridad que pensaba que era. En cambio, era duro y distante, una especie de recordatorio de que no importa cuán lejos intentes huir de tus responsabilidades, siempre te alcanzan.

—¡Ileana! —la voz de Amanda hizo que todos voltearan a verme. Algunos se levantaron de su asiento para ver que había pasado —. ¿Estás bien?

Asentí con la cabeza.

Amanda me ayudó a levantarme lentamente, y al mirar a mi jefe, noté que seguía observándome con el celular en la oreja. Luego, colgó.

Roce la punta de mi nariz con el dedo índice y, al retirarlo, vi que tenía sangre.

Me desmayé.

Yo, Ileana Ricci, podía matar cucarachas, arañas, soportar truenos y pelear con tiburones si era necesario. Pero habían tres cosas que me debilitaban: Mi jefe, los roedores y ver sangre.

El blanco del techo de la enfermería me pareció hipnótico, como si todo a mi alrededor se desvaneciera.

—Levántate lentamente.

Lo único que percibí con claridad fue la voz de Jazmine, la enfermera. Su presencia calmada parecía tomar control de la situación.

—Sostén esto.

—Me... Duele la cabeza —el sonido del hielo chocando en la bolsa me hizo darme cuenta de lo adolorida que estaba. El frío sobre mi frente contrastaba con el ardor de mi golpe.

—Te pegaste muy duro en la puerta ¿En qué estabas pensando para no darte cuenta de que se estaba cerrando?

Estaba convencida de que podía mostrarle a mi jefe de lo que era capaz. Pero después de ese golpe, lo único que logré fue quedar en ridículo.

—Toma esto.

Jazmine, una mujer de aproximadamente 39 años, de complexión robusta y tez morena, me dio una pastilla y un vaso con agua.

—Recuéstate otro rato.

—No puedo —dije mientras me bajaba de la camilla —. Tengo que terminar el proyecto

—¡Ay, mi niña! Siempre estás trabajando.

—No tengo de otra Jaz... Necesito ese aumento. Las cosas no van bien para mí.

—Si no te lo da, me avisas y yo le doy su lección con una de estas —Jaz sacó una jeringa y apretó el émbolo, dejando salir un poco de líquido.

Sonreí.

—Lo agradezco. Pero igual, ya estoy buscando otro trabajo.

Durante seis años, había dedicado mi vida a esa empresa. Empecé desde abajo como asistente de marketing en Aristova Marketing, una agencia especializada en estrategias digitales, creando campañas de publicidad online, SEO y marketing en redes sociales para marcas que buscan expandir su presencia digital.

Con el tiempo mis habilidades y conocimientos me permitieron escalar puestos. Mi objetivo era llegar a ser gerente. Pero desde que el señor Relish enfermó, y su hijo Eliát Relish, tomó el control, mis planes se vinieron abajo y mi vida se convirtió en un acto de supervivencia.




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