—¿Y ahora? —preguntó Jareth, intentando sonar casual mientras caminaban hacia la siguiente sala.
Seren se detuvo un momento, se giró hacia él y lo miró por sobre el hombro, su melena rubia cayendo en una cascada reluciente sobre su espalda desnuda.
—¿Tienes músculos o sólo te ves alto? —preguntó con una sonrisa torcida, juguetona.
—Tengo lo necesario —respondió él, encogiéndose de hombros, pero sintiendo cómo el calor subía por su cuello otra vez.
—Mmm... ya veo —musitó ella, bajando la mirada a sus brazos. Luego, como si leyera su mente—. Vamos al gimnasio. Si quieres ser popular, vas a tener que pasar por ahí sí o sí.
El edificio deportivo estaba en un ala moderna del colegio, rodeado por grandes ventanales que dejaban entrar la luz de la mañana. Seren empujó la puerta de vidrio con la cadera y entró primero, sin mirar atrás. Sus tacones resonaron contra el suelo encerado, y cada paso parecía una pequeña declaración de poder.
Jareth la siguió, sus ojos paseando entre las máquinas de ejercicio, las pesas, el ring de boxeo, y un grupo de alumnos que ya entrenaban temprano. Algunos se detuvieron a mirar a Seren. Ella no los saludó. Era como si todo el espacio le perteneciera, y los demás fueran simplemente parte del decorado.
—¿Tú vienes a entrenar aquí? —preguntó él, mientras se detenía junto a una caminadora.
—Depende. Si me despierto en modo "chico", sí —respondió con una risita nasal—. Cuando soy ella —señaló su escote con un dedo—, prefiero estirar en la piscina. Aunque también me gusta ver cómo sudan los demás.
Lo dijo sin vergüenza, mirando a un chico que hacía abdominales con demasiada energía. Jareth tragó saliva. No podía decidir si Seren lo estaba provocando deliberadamente o si esa era simplemente su forma de existir: cruda, libre, insólita.
—Vamos —ordenó de pronto—. Te falta ver lo mejor.
Salieron por una puerta lateral del gimnasio que daba a un pasillo cubierto, con paredes de cristal esmerilado. El sonido cambió. El aire era más húmedo, más cálido. Seren empujó otra puerta y la abrió con un gesto teatral.
—Bienvenido a la piscina temperada.
Jareth entró detrás de ella. El vapor ascendía suavemente desde la superficie del agua turquesa, y los azulejos brillaban con un fulgor húmedo. Estaba vacía a esa hora, lo que hacía que la atmósfera fuera aún más íntima.
—Wow... —dijo él, sin poder evitarlo.
—¿Bonita, no? Aquí vengo a flotar cuando no quiero hablar con nadie. Aunque también se presta para... otras cosas —susurró, jugando con una de las tiras de su blusa como si la idea la divirtiera.
Se acercó al borde y miró su reflejo en el agua. Por un segundo, su expresión cambió. Se suavizó, casi como si se olvidara que él estaba ahí. Se veía distinta, más... sola.
Jareth no dijo nada. La observó en silencio. De pronto no era sólo la chica sexy y escandalosa que caminaba como si dominara el colegio. Había algo más bajo esa piel bronceada y esa risa escandalosa. Algo que él reconocía.
Seren se enderezó y lo miró otra vez. Sonrió. Pero esta vez, la sonrisa fue más discreta. Más real.
—No te acostumbres a este silencio. No soy buena callada.
—Me di cuenta —dijo él, sin pensar.
Ella se echó a reír, fuerte y sin pudor.
—¡Bien! Ya estás entendiendo cómo funciona esto. Me gusta cuando los nuevos no se asustan.
—¿Y qué pasa si me asusto?
Ella se acercó, tan cerca que Jareth pudo oler su perfume dulce y caro. Lo miró directo a los ojos.
—No te asustes. No te conviene —susurró.
Luego dio media vuelta, su cabello ondeando como si llevara el viento consigo, y caminó hacia la salida.
Jareth se quedó donde estaba. Su corazón palpitaba con fuerza. No supo si era deseo, confusión o simplemente la certeza de que su año acababa de cambiar para siempre.
Y lo peor —o tal vez lo mejor— es que ella lo sabía.
…
Cuando regresaron al edificio principal, el timbre del segundo bloque acababa de sonar. El colegio, un antiguo internado restaurado con interiores modernos, había vuelto a llenarse de ruido: pasos, voces, portazos. Seren caminaba con su andar elástico, aún en modo mujer, tan segura de sí que parecía tener a todo el pasillo a sus pies. Jareth la seguía unos pasos detrás, sintiendo cada mirada que se posaba en ella... y en él.
Nadie necesitaba preguntar nada. El rumor ya se había esparcido: el becado nuevo venía de la mano de Seren.
Ella no se molestó en explicarle a qué curso iba ni cuál era su sala. Se detuvo frente a la puerta 3-C, empujó con la punta del pie y lo miró sin sonreír.
—Este es tu infierno. Bienvenido.
Jareth la miró con una mezcla de ironía y desconfianza.
—¿Tú también estás en este curso?
—Qué suerte la tuya, ¿no? —dijo con voz melosa, sin negar nada.
Entró primero. El murmullo en la sala bajó apenas cruzó el umbral, como si una corriente eléctrica hubiese recorrido los pupitres. Se escucharon risas apagadas, frases susurradas, crujidos de cuadernos cerrándose con apuro.
Jareth entró detrás. Su presencia se sintió como una segunda sacudida. No era sólo que fuera nuevo. Era el hecho de que ella lo hubiera traído.
El profesor, un hombre bajo con lentes gruesos, alzó la vista desde su tablet y asintió brevemente.
—Ah, tú debes ser Jareth. Siéntate… al fondo. Con Éloi, por ahora.
Un chico de pelo oscuro, con cara de pocos amigos, levantó apenas la barbilla desde el último pupitre junto a la ventana. El lugar estaba vacío. Seren lo miró de reojo, luego giró la cabeza hacia el nuevo.
—Qué lástima. Te tocó con el antisocial.
—Me las arreglo —murmuró Jareth.
Antes de irse, ella pasó junto a él, tan cerca que su perfume se quedó pegado a su ropa. No lo miró, pero le rozó el hombro con intencionalidad mínima, casi invisible.
Éloi lo observó sin disimulo cuando Jareth se sentó a su lado.
—¿Vienes con escolta? —le preguntó en voz baja.