Entre Planos y Corazones

1

El portón del Saint Amélie High School parecía más una entrada a una universidad privada que a un liceo de enseñanza media. Columnas blancas, rejas negras de hierro forjado, cámaras en cada ángulo y un cartel sobrio con letras doradas donde el nombre de la institución brillaba bajo el sol de marzo.

Jareth tragó saliva, con el corazón palpitándole en la garganta. Tenía la mochila colgando de un solo hombro, una carpeta en la mano. Se sentía como una mancha en una tela demasiado blanca. “Respira. Hazte el simpático. Nada de sarcasmos. Solo sé... encantador", se dijo a sí mismo.

Cruzó la reja. A cada paso, su mente maldecía en silencio a las estatuas de mármol, a los jardines perfectamente podados, al auto deportivo estacionado al costado del edificio principal. Un McLaren. “Claro. Porque los papis aquí no llevan a sus hijos en bus. ¿Qué sigue? ¿Almuerzos con caviar?”, masculló para sus adentros, mientras en su rostro se mantenía la misma sonrisa amable que se había pegado con engrudo frente al espejo esa mañana.

En la recepción, una secretaria lo esperaba con una sonrisa mecánica. Lo llevó al despacho del director, donde el hombre —un señor de cabello blanco perfectamente peinado hacia atrás, con traje beige y un reloj de oro grueso como un grillete— le ofreció la mano con calidez fingida.

—Jareth Miller. Bienvenido al Saint Amélie. Nos sentimos honrados de recibir estudiantes de excelencia académica como tú —dijo con voz grave.

Jareth murmuró un “gracias” y tomó asiento. Escuchó la bienvenida con atención, aunque por dentro seguía viendo las caras burlonas de su antigua escuela, los insultos detrás de las risas, los empujones en los pasillos. “Este año seré otro. Seré alguien más. Alguien deseado”, se dijo.

El director pulsó el botón del interfono.

—Señorita Seren, por favor acérquese a mi oficina.

Hubo unos segundos de silencio. Luego, una voz femenina respondió con lentitud perezosa:

—En camino, director.

Jareth no supo si lo había imaginado, pero aquella voz... era como un canto arrastrado con perfume de insolencia.

—Te la presentaré —dijo el director—. Seren es nuestra estudiante con el promedio más alto del colegio desde hace tres años. Su padre es uno de los arquitectos más reconocidos del país. Ella quiere seguir sus pasos. Es carismática, responsable... aunque algo excéntrica.

Jareth parpadeó.

—¿E-e-excéntrica?

—Sí, pero no de forma preocupante. Solo... digamos que tiene días. A veces es callada como un monje. Otras, no puedes callarla ni con una mordaza. Hoy está en uno de sus días... coloridos.

Antes de que pudiera procesar el comentario, la puerta se abrió.

Y la vio.

La palabra "guapa" no le alcanzaba.

Seren entró con paso firme, haciendo sonar sus tacones como si marcara el ritmo del mundo. Vestía una blusa con los dos primeros botones desabrochados, dejando ver un escote peligroso y perfectamente delineado. La falda, más corta que lo reglamentario, dejaba al descubierto unas piernas largas, bronceadas y perfectamente cuidadas. Su cabello rubio, largo y semi ondulado, caía por su espalda como una cascada de oro. Y sus ojos… Jareth se quedó congelado. Calypso, pensó. Eran como el mar caribe en una canción antigua.

Ella lo miró con descaro. No con curiosidad ni simpatía: con hambre lúdica. Lo escaneó de pies a cabeza, se detuvo en su boca, sus ojos, sus hombros. Sonrió como quien ha visto un postre delicioso en una vitrina.

—¿Tú eres el becado? —preguntó, con voz dulce y lengua venenosa.

Jareth asintió, sintiendo el calor subirle por el cuello.

—Perfecto. Soy Seren, la más guapa, la más brillante, y la más peligrosa de este lugar. Y hoy... soy tu guía personal —le guiñó un ojo al director—. ¿Puedo demorarme lo que quiera, jefe?

—Con discreción, Seren. Pero sí. Muéstrale todo.

—Todo, todo —susurró, ya caminando hacia él—. No sabes en qué jaula de locos entraste, cariño.

Jareth se levantó de inmediato, tropezando con su propia silla. Seren le tomó del brazo con familiaridad y se lo llevó casi arrastrando. Apenas salieron al pasillo, ella se inclinó a su oído, con ese perfume dulce y cítrico que lo nubló por completo.

—Oye, niño nuevo —le dijo, con voz baja y risueña—. Si me vas a mirar las tetas, hazlo sin tartamudear. Eso me pone nerviosa... y cuando me pongo nerviosa, muerdo.

Jareth enrojeció como si le hubieran prendido fuego desde las orejas hasta el cuello. No supo si reírse, mirar al suelo o huir. Ella lo soltó y siguió caminando con las manos en la cintura, moviendo las caderas como si desafiara las leyes de la gravedad.

—¿Vienes o te vas a quedar ahí parado como una antena erecta?

Él la siguió. Por reflejo. Por instinto. Por todo lo que su cuerpo estaba tratando de ocultar.

Y en su mente solo pensaba una cosa:

"Dios mío. ¿Cómo se supone que voy a sobrevivir este maldito colegio sin morir de un infarto hormonal?"

—Entonces… ¿esta es tu primera vez en un colegio de verdad o solo en uno donde los baños tienen puertas que cierran? —preguntó Seren con una sonrisa torcida, mientras cruzaban el pasillo principal, pasando frente a la oficina de orientación.

Jareth intentó no sonreír, pero falló. Había algo desarmante en ella. No solo por sus curvas o la seguridad con que las exhibía, sino por la forma en que parecía caminar como si todos le debieran algo.

—La segunda opción, creo —respondió él, mirando a su alrededor—. Aunque todavía no compruebo si los baños cierran.

—Te puedo llevar a los de los profesores si tienes mucha urgencia —murmuró ella con tono sugerente, bajando la voz a un susurro que se deslizaba por su oído como agua caliente—. Aunque sería una lástima… no haber calentado motores antes.

Jareth sintió cómo la temperatura de su cuello aumentaba al instante. No estaba seguro si ella lo hacía a propósito o si simplemente no conocía otra forma de interactuar con el mundo. Como si coquetear fuera su forma predeterminada de respirar.




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