Entre Planos y Corazones

5

La casa se alzaba majestuosa entre los árboles, con grandes ventanales que reflejaban la luz del sol y un diseño moderno que mezclaba líneas limpias con toques cálidos de madera. Un lugar pensado para el confort y la belleza, una obra arquitectónica que parecía susurrar historias de éxito y poder en cada esquina. Y ahí estaba Seren, cruzando el amplio recibidor con pasos seguros y medidos, envuelta en un atuendo casual que contrastaba con la opulencia que la rodeaba.

—Hola, papá —saludó, su voz ligera pero firme, mientras atravesaba el salón principal.

En la cocina, su madre la esperaba con una sonrisa, preparando una bandeja con frutas frescas y quesos importados. El aroma del café recién hecho llenaba el ambiente.

—Llegas justo a tiempo —dijo su madre, colocando la bandeja sobre la isla de mármol—. ¿Tu día fue bien?

Seren asintió, tomando una manzana verde y mordiendo con calma, como si el acto de comer fuera un ritual de reconexión consigo misma.

—Como siempre —respondió con una media sonrisa—. El primer día nunca cambia mucho. El director me pidió que mostrara la escuela a un nuevo alumno becado. Es un chico interesante.

Su madre alzó una ceja, intrigada, pero no insistió. Sabía que Seren no era dada a compartir más detalles que los que ella misma decidiera.

Mientras tanto, en el otro extremo de la casa, su padre entraba al estudio, un espacio impresionante lleno de maquetas, planos y pantallas con imágenes en 3D de proyectos arquitectónicos. Seren lo siguió con la mirada mientras él saludaba con una sonrisa cálida.

—¿Vienes a inspeccionar tu futuro lugar de trabajo? —bromeó su padre, dejando a un lado un plano y acercándose para abrazarla brevemente.

Seren sonrió, una sonrisa que contenía más ambición que ternura.

—Algo así —dijo—. Quiero aprender todo lo que pueda para estar lista.

Después de la comida, Seren se dirigió hacia su habitación, una suite que reflejaba su personalidad dual. Por un lado, las paredes mostraban tonos neutros y sobrios, con estanterías ordenadas y libros de arquitectura cuidadosamente dispuestos. Por otro, un rincón estaba dedicado a la moda y la belleza, con espejos iluminados, maquillaje de alta gama y prendas elegantes colgadas en perchas de diseño.

Se dejó caer sobre la cama, contemplando por un momento el techo, y luego se puso de pie para acercarse a la ventana. Afuera, el jardín estaba impecable, con senderos de piedra, fuentes y árboles que danzaban con la brisa. Un reflejo perfecto de su vida: ordenada, controlada, pero con un impulso de libertad que siempre estaba allí, latiendo bajo la superficie.

Mientras se cambiaba para la noche, su mente repasaba el día. La interacción con Jareth, la tensión con Bratt, la sensación de ser observada y, a la vez, de tener todo bajo control. La dualidad que la definía era tanto su arma como su prisión.

Al tumbarse, su mirada se posó en una maqueta sobre la mesa de noche: una reproducción en miniatura del nuevo edificio que su padre diseñaba. Un símbolo tangible de su futuro, un futuro que soñaba construir con sus propias manos.

La noche la envolvió lentamente, y Seren se dejó llevar por un sueño donde el diseño y la realidad se entrelazaban, y donde, quizás, las piezas de su mundo caían en su lugar, un plano a la vez.

La puerta de su habitación se abrió sin avisar, y antes de que pudiera reaccionar, un par de pequeñas figuras se colaron dentro, riendo con la energía pura que solo la infancia puede tener. Eran sus hermanos menores, Mateo y Lucía, tres y cinco años respectivamente, un torbellino de risas, preguntas y juegos.

—¡Seren! ¡Juega con nosotros! —exclamó Lucía, sujetando la sábana de la cama como si fuera una capa mágica.

Seren suspiró, dejando a un lado el lápiz y el cuaderno con sus apuntes de arquitectura que había abierto para repasar los deberes del día. Aunque a veces deseaba un poco más de tranquilidad, había algo en esa alegría contagiosa que la hacía sonreír a pesar del cansancio.

—Está bien, pero solo un rato —dijo, estirando los brazos para despeinar a Mateo, quien la miró con ojos brillantes y una sonrisa traviesa.

Durante los siguientes minutos, la habitación se convirtió en un reino imaginario. Mateo insistía en que Seren era la reina del castillo y Lucía la princesa valiente que la protegía. Entre risas y carreras, Seren sintió que por un momento, la presión de sus múltiples identidades desaparecía y solo quedaba la hermana mayor, cuidadora y cómplice.

Cuando el juego terminó, sus hermanos se despidieron con un abrazo apretado y una promesa de regresar al día siguiente para más aventuras. Seren los observó salir, su sonrisa suavizándose en una expresión de ternura y también un poco de melancolía. Ser la mayor tenía sus responsabilidades, pero también esos momentos preciosos que nadie más podría compartir.

Volvió a su escritorio, donde los libros y planos la esperaban. Con disciplina, repasó sus tareas para el colegio, revisando fórmulas, bocetos y textos con la concentración que siempre la había caracterizado. La arquitectura no era solo una pasión; era su camino, la herencia que quería honrar y la carrera que soñaba dominar.

Horas después, cuando la casa ya se sumía en el silencio de la noche y las luces tenues daban un aire de calma, Seren cerró sus cuadernos y se preparó para dormir. Antes de apagar la luz, pasó la mano por el cabello, pensando en el día siguiente y en las decisiones que tenía que tomar.

La mañana siguiente llegó fresca y luminosa. El sol entraba tímidamente por las ventanas, filtrando una luz dorada que despertaba lentamente cada rincón de la habitación. Seren se levantó con la rutina de siempre: primero un vistazo al calendario para recordar compromisos, luego al armario para decidir qué ponerse.

Hoy no había dudas. Recordó la conversación consigo misma la noche anterior, cuando pensó en vestirse con algo que reflejara no solo su seguridad sino también su feminidad más pura. Un vestido era la elección perfecta.




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