Entre Planos y Corazones

6

Habían pasado dos semanas desde que Jareth llegó al colegio, y aunque no lo diría en voz alta, empezaba a acostumbrarse.

No a los profesores, ni al sabor insípido del café de la máquina de la biblioteca, ni a las clases de filosofía donde nadie filosofaba. Se había acostumbrado a ella.

Cada mañana, al llegar, Seren aparecía. Como si el día no comenzara hasta que ella pisara el patio con ese aire de desfile no anunciado. Siempre diferente, siempre espectacular. Un día con vestido largo hasta los tobillos y sandalias de cuero con tiras que trepaban por sus pantorrillas. Al otro, jeans rotos, una camiseta de Nirvana vintage y labios rojos como declaración de guerra. A veces hablaba con todos, a veces con nadie. Pero siempre con él.

Jareth había pasado de ser un extraño a ser parte de su rutina. Ella lo esperaba en la entrada o él la esperaba a ella, dependiendo de quién llegara primero. Caminaban juntos a las clases. Se sentaban cerca, aunque no siempre juntos. Almorzaban en la terraza con el mismo grupo y a veces, al final del día, lo arrastraba a una caminata por los pasillos vacíos como si quisiera adueñarse también del tiempo que sobraba.

Nunca hablaban de ellos. No como "ellos", al menos. No había promesas ni etiquetas, ni besos que sellaran intenciones. Solo esa cercanía que ardía sin tocar. Una conexión imprecisa, pero cada vez más real. Como si existieran en un plano paralelo al del resto. En un idioma propio que no requería palabras.

Pero ese día… ella no estaba.

Jareth llegó temprano, como siempre. Apoyó la espalda en el muro frente al portón y sacó sus audífonos, pero no los encendió. Su mirada se mantuvo pegada al camino por donde Seren siempre aparecía. Nada. Miró el reloj: 8:03. Todavía tenía tiempo.

Pasaron cinco minutos. Diez. Quince. El primer timbre sonó.

Nada.

Caminó al patio como flotando. El grupo de amigos estaba ya instalado, pero sin la energía habitual. Jessie miraba el celular. Franco hablaba solo, como siempre. Paul estaba tirado en el pasto, con los ojos cerrados. Aisling comía algo con cubierta de azúcar. Nadie preguntó por Seren. Tal vez porque todos, como él, sentían que la ausencia era demasiado evidente como para comentarla.

En el primer recreo, tampoco apareció.

Jareth intentó no pensar en eso. Tal vez estaba enferma. Tal vez solo tenía una cita médica o había decidido saltarse el día. Pero ella no hacía eso. Seren vivía para ser vista. Su ausencia era un gesto demasiado fuerte. Demasiado consciente.

En el recreo, Jareth se sentó en el borde de una jardinera a medio construir, mordiendo una barra de cereal que no sabía a nada. En la distancia, vio pasar a alguien que le llamó la atención.

Un muchacho.

Lo extraño fue que no lo había visto antes. Y eso que no había tantos alumnos como para no reconocer a uno nuevo. El chico caminaba con desgano, cabeza baja, manos hundidas en los bolsillos de un polerón gris claro que le llegaba hasta las rodillas. Llevaba jeans negros rotos, botas militares y un jockey negro que le ocultaba la mitad del rostro. El paso era pesado pero no torpe. Más bien… deliberado. Como si supiera exactamente por dónde pisar para no hacer ruido.

Pasó junto a él sin mirarlo directamente, pero Jareth sintió ese tirón extraño en la nuca. Como si algo dentro de él lo reconociera aunque su mente no supiera por qué.

Se giró. Lo observó alejarse.

Ese andar. Esa forma de inclinar apenas la cabeza hacia un lado. Le era familiar.

Volvió a mirar el patio. Todos seguían en lo suyo.

Volvió la mirada al chico: ya no estaba.

—¿Será nuevo? —pensó en voz alta.

Pero nadie alrededor respondió. Ni siquiera pareció notar al chico.

Jareth sacudió la cabeza y siguió su día como pudo, aunque cada tanto volvía a pensar en Seren. En lo raro de su ausencia. En lo extraño de ese chico.

Después del almuerzo, se dirigió al laboratorio de arquitectura. Seren había insistido varias veces en que podía ir aunque no tuviera clases. Tenía su pase libre, y ese lugar era su favorito. Lo habían diseñado para ella, decía con orgullo, como si fuera la heredera de un imperio.

Apenas empujó la puerta de vidrio templado, lo envolvió el silencio sofisticado del lugar. Las paredes blancas brillaban por el pulido perfecto. Las pantallas táctiles flotaban sobre escritorios ergonómicos, y las impresoras 3D trabajaban con precisión mecánica en miniaturas de edificios que él no podría costear ni en sueños. Las luces LED se adaptaban a la posición del sol, y los proyectores holográficos esperaban ser activados con un gesto.

Pero no estaba solo.

En la mesa del fondo, un muchacho —el mismo que había visto antes— manipulaba con soltura el panel central, como si el lugar fuera suyo. Tenía el polerón gris abierto, debajo una camiseta oscura ajustada al torso largo y delgado. Había dejado el jockey a un lado, pero el pelo seguía oculto bajo la capucha.

Jareth se quedó en la entrada un segundo, evaluando si debía irse. Pero su curiosidad lo empujó hacia adentro.

El chico pulsó un comando, y una maqueta holográfica de una casa en altura se proyectó sobre la mesa. Líneas limpias, estructura elegante, una mezcla de concreto y madera que parecía flotar. Era hermosa. Hipnótica.

—¿Tú hiciste eso?

El muchacho no contestó. Solo volvió la mirada a la maqueta como si nada.

Jareth se acercó con cautela y puso los dedos sobre el cristal. El sistema reconoció la acción y desplegó opciones de edición. Modificó una baranda, giró la perspectiva. Sus ojos brillaron como los de un niño frente a un juguete nuevo.

Se volvió hacia el chico, pero éste ya le había dado la espalda y estaba saliendo del laboratorio.

Mientras cruzaba los pasillos, Jareth repasaba el encuentro una y otra vez. Algo no encajaba. Ese chico le parecía conocido. No por el rostro, que apenas había visto, sino por la presencia. Por la energía.




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