Después del almuerzo, el grupo se fue dispersando entre risas, planes sobre el viaje de estudios y comentarios sarcásticos sobre el "beso de prueba", que ya era tema popular. Seren caminaba al frente, el teléfono en la mano, fingiendo que leía cualquier cosa menos lo que estaba esperando: el mensaje de André.
No tardó.
André:
"Si esa fue una prueba… quiero el examen completo. ¿Te parece si te paso a buscar el sábado a las 6?"
La notificación apareció justo cuando estaban entrando al pasillo principal, donde los ventanales hacían brillar las pantallas como si fueran faros. Seren sonrió, más con los ojos que con la boca, pero antes de que pudiera bloquear el teléfono…
Jareth lo vio.
Estaba caminando detrás de ella, medio encajonado entre Paul y Laura, intentando ignorar todo el ruido del grupo. Pero su mirada cayó directo en la pantalla iluminada por accidente.
"Quiero el examen completo".
Casi gruñó.
El comentario flotó en su mente como una amenaza. No por André. No por lo que significaba. Sino por el descaro. Por el hecho de que Seren ni siquiera se había molestado en ocultarlo. Por cómo su dedo seguía bajando la pantalla con esa sonrisa indescifrable, como si el mundo entero fuera un juego que ella ya sabía cómo ganar.
Jareth se detuvo. Leo lo adelantó sin notar. Jessie lo miró de reojo.
—¿Todo bien? —preguntó.
Él asintió. Seco. Frío.
—Solo me acordé que dejé una entrega pendiente.
Y sin decir más, dio media vuelta. No esperó que nadie lo siguiera. No dijo adónde iba. Solo se fue, caminando con pasos tensos hacia la dirección contraria.
Seren no lo vio irse. O quizá sí.
Pero si lo hizo, no lo demostró.
Solo bloqueó el teléfono, deslizó una uña rosada sobre la pantalla y se lo guardó en el bolsillo.
Como si ese mensaje no le hubiera hecho nada. Como si el que Jareth lo viera tampoco. Como si no fuera exactamente lo que había querido.
…
Otra puta mañana. Otra jodida vez esperando en la entrada como un idiota.
No porque me importe. No porque me duela. Solo porque quiero verla.
Eso es todo.
Apoyo la espalda contra una de las columnas del frontis. El cigarro apagado entre los dedos, la mochila colgando de un solo hombro, la capucha bajada porque el sol ya me tiene chato. Mi audífono derecho explota música densa, algo que ruge igual que mi cabeza. Nada más importa… hasta que la moto aparece en la curva.
Y ahí está. Ella.
Seren.
Y cada vez que llega parece que le importara una mierda lo que genera. Como si su sola existencia no fuera un escupitajo directo a todo lo que conozco. Como si no supiera lo que me hace.
Hoy viene peor.
Botas largas negras, de esas que gritan "mirame las piernas". Shorts de mezclilla tan pequeños que podrían ser un maldito cinturón. Y el top… mierda, el top. Color piel. Pegado. Del tipo que te hace entrecerrar los ojos solo para confirmar si está usando algo o no. No deja espacio para la imaginación. Y yo no quiero imaginar. Quiero arrancárselo con los dientes.
Mi mandíbula se tensa. Los dedos me crujen. Me río por dentro. Patético.
Pero no me muevo. Me quedo ahí, esperando, como siempre.
Y como siempre, ella me ve. Pero no camina hacia mí.
Camina hacia él.
André.
El maldito idiota está ahí, recostado contra una baranda como si fuera parte de su jodido catálogo de modelaje. Y lo peor… es que ella va directo. Como si yo no existiera. Como si las veces que la esperé, los silencios compartidos, los roces en el laboratorio, el juego ese de tira y afloja… no hubieran significado nada.
—No me jodas… —susurro.
Ella lo saluda.
Pero no con un "hola". No con un abrazo casual. No con la sonrisa de siempre.
Con un beso. En la boca. Lento. Seguro.
Como si fuera normal. Como si estuviera bien.
Y yo ahí, parado como un maldito poste.
Algo dentro de mí se parte. No sé si fue un hueso o un recuerdo. Pero se rompe.
Los veo caminar juntos hacia la entrada. Él le habla. Ella se ríe. Se acomoda el cabello como si no supiera que tiene todos los ojos encima. Como si no me acabara de clavar un puñal justo entre las costillas.
No mira atrás. Ni una vez.
Ni siquiera para ver si sigo ahí.
Y eso es lo que más me arde.
Porque no es solo rabia lo que siento. Es otra cosa. Más sucia. Más intensa. Algo que me sube por la garganta y se me instala en la lengua con sabor a ceniza.
No debería afectarme. No somos nada.
No me importa. No me importa. No me importa.
Mentira.
Sí me importa.
Y por eso ahora quiero prenderle fuego a todo.
A él. A ella. A mí mismo.
Quiero arrancarme la piel. Gritar. Romper las ventanas del laboratorio con los puños.
Pero no hago nada.
Solo me doy media vuelta, saco el cigarro apagado del bolsillo y lo muerdo hasta que se rompe entre mis dientes.
Y entonces pienso: "¿Así quieres jugar, princesa? Perfecto. Vamos a jugar."
…
No escucho una mierda.
El profe está hablando de estructuras tensoespaciales o no sé qué cosa técnica que normalmente me haría vibrar, porque amo esta clase. Esta sala es la razón por la que estoy aquí. Por esta tecnología, por estas herramientas, por esta libertad de crear. Pero hoy todo suena como estática.
El laboratorio de arquitectura es lo más parecido a un santuario. Pantallas curvas, impresoras 3D, software de modelado con realidad aumentada, tableros de diseño retroiluminados y materiales de última generación. Todo blanco, limpio, perfecto.
Y yo, con ganas de patear una de las mesas.
Sigo sentado en mi estación, con el lápiz digital girando entre mis dedos. Delante de mí, la estructura que estoy modelando se ve genial. Orgánica, fluida, sólida. Casi brutalista, como me gusta.
Pero no puedo concentrarme.
No desde que la vi.
No desde que la vi besándolo.
Mis dientes siguen apretados. He pasado el diseño a modo alámbrico tres veces, sin querer. El software ya me lanzó dos alertas de cambios no guardados. Todo mi cuerpo está tenso como si estuviera a punto de pelear. Y no es porque me importe Seren.