Los días pasaron entre excursiones programadas y actividades en el resort. Cada jornada estaba meticulosamente organizada por los profesores, que insistían en llamar a ese viaje una “experiencia de aprendizaje en terreno”, aunque para la mayoría no era más que una excusa costosa para escaparse del horario regular.
Visitaron museos locales, ruinas arqueológicas, una reserva natural donde tomaron apuntes en cuadernos que terminaron mojados por el sudor o arrugados en el fondo de las mochilas. Hubo talleres improvisados sobre arquitectura costera, historia del comercio marítimo y sostenibilidad ambiental. Todos temas importantes, sí, pero difícilmente el centro de atención para un grupo de adolescentes que dormía poco y hablaba mucho más.
Jareth asistía a cada actividad con la precisión de un reloj. Tomaba notas, respondía preguntas, incluso se adelantaba a lo que el guía o el docente iban a explicar. No por deseo de sobresalir, sino porque así evitaba que su mente divagara. Era mejor aferrarse a los hechos, al orden, a la rutina intelectual, que detenerse a pensar demasiado en las sonrisas que Seren le regalaba a otros o en el reflejo de su cuerpo bajo la luz del sol.
Ella parecía flotar en ese ambiente de relajo. Usaba ropa ligera, colorida, que contrastaba con su piel pálida, caminaba descalza cada vez que podía y se reía con facilidad. Se la veía con distintos compañeros, incluso con uno que había sido su novio antes de todo, antes de que la relación ambigua con Jareth existiera siquiera.
A veces se cruzaban en medio de una caminata o en un paseo en bote. A veces ella le hablaba como si nada, con esa sonrisa ligera que en otro tiempo él habría adorado. Otras veces, simplemente lo ignoraba, como si no compartieran el mismo aire, como si nunca hubieran compartido nada.
El grupo entero —Laura, Aisling, Jessie, Paul, Frank y Gustav— parecía navegar con soltura en esa marea de emociones adolescentes, mientras Jareth se mantenía en la orilla, observando.
Las noches en el resort tenían su propia dinámica. Después de la cena, algunos se juntaban en la piscina, otros en la playa. Las luces eran tenues, la música suave o a veces escandalosa, dependiendo del grupo que dominara el parlante esa noche. En una de esas noches, cuando el cielo estaba despejado y el aire cargado de humedad, organizaron una fiesta informal en la playa, sin permiso, pero con complicidad.
Habían encendido antorchas clavadas en la arena, armado una fogata controlada y repartido bebidas sin alcohol en vasos reciclables. Algunos profesores fingieron no ver. Otros realmente no vieron.
Jareth llegó tarde, como siempre, con el paso firme, las manos en los bolsillos y el ceño fruncido por costumbre. Vestía completamente de negro, como todos los días desde que encontró aquella misteriosa maleta con ropa nueva. El reloj brillaba bajo la luz del fuego, discreto pero caro. Sabía que ese estilo contrastaba con el del resto, y tal vez por eso se aferraba a él: era su manera de tener algún control, de ocupar espacio sin hablar.
Laura lo llamó con la mano desde un círculo de mantas y toallas donde el grupo ya se había instalado. Aisling tenía el cabello teñido de azul celeste ahora, y su risa se mezclaba con la música chill out que venía del parlante. Jessie estaba apoyada sobre Paul, y Gustav y Frank discutían sobre algo trivial.
Jareth se sentó entre ellos, y por unos minutos sintió algo parecido a pertenecer. Hasta que la vio.
Seren, bajando desde las cabañas con un vestido suelto, color coral, y el cabello recogido a medias. Caminaba descalza, con los pies llenos de arena, acompañada por ese uno de sus exnovios, Patrick, de la misma clase, el que antes apenas existía en el radar de todos, pero que ahora se había convertido en un imán por su cercanía con ella.
Jareth fingió no mirar. Se sirvió una bebida. Respondió un comentario de Gustav. Se rió incluso, sin saber por qué. Pero sus ojos volvían a ella cada tanto, como si estuvieran atados por una cuerda invisible.
Seren se instaló a unos metros, sin unirse al grupo, pero sin alejarse lo suficiente como para que su presencia pasara desapercibida. Se reía, hablaba al oído de su acompañante, jugueteaba con una pulsera. Como si todo el escenario estuviera montado solo para que él la viera.
Laura notó su rigidez y le dio un codazo suave.
—¿Te molesta?
—¿El qué?
—No sé… el teatro —dijo ella, con los ojos fijos en Seren.
—No es asunto mío.
—Ah, claro.
El sarcasmo flotó en el aire como el humo de la fogata.
La fiesta siguió. Cantaron. Bailaron. Algunos se metieron al agua sin ropa. Otros desaparecieron tras las dunas. Seren también se fue en algún momento. Él no vio con quién. Solo supo que cuando se dio cuenta, ya no estaba.
Y aunque intentó convencerse de que no le importaba, esa noche durmió poco.
…
El cielo estaba despejado, limpio como si el océano hubiera subido a lavarle el rostro. La brisa nocturna no traía frío, solo sal y promesas, y la piscina temporada del resort brillaba bajo las luces con un azul hipnótico. Última noche. El final de esa semana que había sido todo y nada a la vez.
Todos estaban ahí. En traje de baño, con el cuerpo relajado por el sol y el corazón alterado por los días compartidos. Algunos aún mojados, otros riéndose a carcajadas, con vasos en la mano, las voces cargadas de esa euforia que antecede a lo irrecuperable. No habría otra noche como esa. Lo sabíamos. Por eso cada movimiento parecía más brillante, cada roce más significativo.
Yo estaba sentada en el borde de la piscina, con los pies sumergidos hasta los tobillos y el agua temblando a mi alrededor como si no supiera a qué temperatura reaccionar. El bikini rojo me apretaba más de lo necesario, o quizás era la tensión en el pecho. No sabía si quería saltar o salir corriendo.
Alrededor mío, como si el tiempo hubiera decidido reírse de mí, se habían congregado mis pasados. André, con su eterna sonrisa de superioridad y ese aire de “sé exactamente qué decir para gustarte”. Leo, el silencioso con el que compartí poemas y promesas rotas. Patrick, mi primera locura, mi primera despedida. Estaban todos, como convocados por un conjuro absurdo. Competían por mi atención con bromas, halagos, insinuaciones. Uno me ofrecía una bebida. Otro me empujaba suavemente al agua. El tercero me susurraba recuerdos al oído como si fueran regalos.